Os confieso que he vivido esta semana con una tensión insana. No he llegado a quitar la sal de mi dieta, pero se me ha pasado por la cabeza. Podríais pensar que el motivo es profesional, pero el hábito hace al monje y, más que tensión, ahí podemos hablar de estrés. Esto ha sido mucho peor, un agobio que ni cuando buscas en el armario por la noche y no queda chocolate. Os cuento por qué. El pasado martes, tras ganar a Novak Djokovic en Roland Garros, Rafa Nadal dejó en rueda de prensa unas enigmáticas declaraciones en las que podía llegar a intuirse una posible retirada tras el torneo. Nada quedaba claro, pero ni en una dirección, ni en la otra. Esa incertidumbre me hizo ponerme en lo peor, haciendo que mi envidiable tensión que nunca me tomé creciera. ¿Por qué?
Nadal es solo un par de años mayor que yo, con lo que podemos afirmar que es de mi quinta. Cuando en 2005 ganaba su primer Roland Garros, yo estaba a un año de entrar en la Universidad, así que estos más de 15 años venciendo compulsivamente han sido también la película de mi propia vida. Supongo que la de otros tantos como yo. Me enamoré de mi pareja con sus primeros títulos, viví en México cuando aún llevaba melena, fui becario cuando ya todos sabíamos que estábamos ante un tenista para la historia, me esforcé con él como ejemplo, fui padre semanas después de su último título en Australia… Construyó su vida a la par que yo desarrollaba la mía como adulto. No me cabe duda: existe una conexión especial con los iconos que tienen una edad parecida a la tuya.
Para los nostálgicos como yo, 2022 es ya un año suficientemente duro. 25 años de la retirada de Indurain, del disco Devil came to me, de la canción Song 2… Bastantes efemérides para sentirse mayor, como para aguantar el adiós de Rafa Nadal. Porque, de alguna manera, la retirada del manacorí implicaría también el fin de una etapa personal. A los mortales nos toca seguir jugando partidos, pero su adiós metería (y algún día meterá) una pequeña capa de pintura ocre a los de su quinta. El natural declive físico que cada vez dificulta más competir al máximo nivel y que acaba por suponer la retirada de casi todos los deportistas de élite es también la alerta de que, aunque nosotros no vivamos de ello, nuestro cuerpo tampoco es el mismo. Es difícil verbalizarlo, pero pensar que Nadal podía retirarse me hizo sentir como una pera tras un par de días al sol.
Seguí con atención la final contra Casper Ruud, pero para mí sólo era la antesala del momento esperado: las palabras de Rafa Nadal tras morder la copa (alguna clínica dental debe de estar forrándose). Al borde de la histeria, escuché atento al balear, que con su adorable inglés y esa voz entrañable de los anuncios de Kia, afirmó que iba a seguir luchando. Saber que seguramente no era la última vez que le había visto sobre la pista redujo mi tensión y me cargó de una energía positiva que ni un disco de Bob Marley. Rafa seguía adelante, Rafa luchaba, Rafa no se retiraba. Entonces, yo tampoco.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.