Opinión Eugenio Mallol

Éxito de cotizantes para una economía en busca de sentido

Para un político tan dado a la exposición pública como Eduardo Zaplana, la cifra quemaba en las manos: ¡16 millones de cotizantes a la Seguridad Social! Un gran éxito que demostraba la capacidad del Partido Popular para activar la economía, el salvavidas del sistema de prestaciones contributivas estaba asegurado. El día en que se alcanzó esa cifra siendo él ministro de Trabajo, no debía haber español que no se la grabara a fuego en la frente.

Una sensación similar, mezcla de euforia y alivio, experimentará ahora el ministro José Luis Escrivá, que puede esgrimir un dato que supera al de la mitificada década expansiva de los 2000 nada menos que en cuatro millones de personas: 20 millones de cotizantes a la Seguridad Social es, en sí mismo, un potente mensaje de credibilidad de nuestra economía que llega en el momento más adecuado.

Se une a otros importantes como el incremento de las exportaciones en un 28% en el arranque del año (aunque el efecto de la inflación contribuya en parte a hinchar el porcentaje), una subida que tiene a la clase empresarial entusiasmada. Las inversiones del capital riesgo en empresas de base tecnológica e industriales superaron en un 25% en 2021 a las del año anterior, música celestial para el ecosistema startup. Y, sobre todo, el déficit de la Seguridad Social se redujo hasta los 11.192 millones de euros, gracias en parte al incremento del 10% en las cotizaciones.

No obstante, de la misma forma que los 16 millones de cotizantes del PP demostraron no ser suficientes para proteger a España de una década complicada desde el punto de vista del impacto de las sucesivas crisis que se han acumulado tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, los 20 millones de ahora tampoco lo harán si no se resuelve el gran punto débil de nuestra economía, que es el de la productividad. Y ahí vamos a peor. La realidad a principios de este año es que la productividad había caído a niveles nunca vistos en nuestro país, según datos del INE, casi un 7% por debajo del inicio de la crisis.

Para que el árbol de nuestra economía crezca sin desviaciones de las que nos podamos arrepentir en unos años, hay que analizar bien a fondo las causas de este sensacional dato de afiliaciones. Una buena parte habrá que atribuirlo a cuestiones más coyunturales que estructurales. La reforma laboral que favorece los contratos indefinidos, pero en medios empresariales se advierte de un posible efecto boomerang en el empleo a partir de septiembre.

El despegue de la construcción y del sector servicios, en este segundo caso, tras el invierno turístico de la pandemia, no deben abocarnos de nuevo al espejismo de un crecimiento basado en actividades de bajo valor añadido. La avenida de los Fondos de Recuperación acabará dentro de apenas dos años y lo importante será qué queda después de ello. En fin, la brillantez de la cifra no debe abocarnos a la conformidad, porque aún queda mucho por hacer.

Los 20 millones de cotizantes deben servir de catapulta para actividades situadas en puestos más elevados de la cadena de valor. Se cierne sobre todas las economías una avalancha de inversión sin parangón en la historia en cuanto se despejen las innumerables incógnitas e incertidumbres que todavía paralizan al dinero a nivel global. La cuestión es si estaremos ahí, con una propuesta de valor atractiva, cuando comience a moverse la liquidez hacia las actividades productivas. Si lo conseguimos, y aún estamos lejos de haber percibido la dimensión del desafío, esos sí serán cotizantes de una economía fuerte con visión de largo plazo.

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