Una de las cosas que más me sorprende cuando viajo es la nomenclatura de las calles. Nueva York y su efectiva y también anodina sencillez, “quedamos en la cuarta con la 136”; Londres y sus descriptivas y señoriales calles, del estilo Fulham Palace Road; una vez leí que Managua era una de las ciudades más sorprendentes del mundo, al no tener casi nombres para sus avenidas, con lo que toca orientarse con un “por ahí”. Casi mejor que España, donde en una gresca continua los nombres de las calles son motivo de disputa constante. A veces uno fantasea con ser tan aburridos como en la Gran Manzana y dejarse de líos, pero creo que ni con esas, seguro que algo de los números también nos parecería mal.
Ninguna de las fórmulas termina de convencerme, si os soy sinceros. La neoyorkina me parece un coñazo, la londinense demasiado obvia, la de la capital de Nicaragua un desastre para alguien al que los puntos cardinales le suenan más a algo del Vaticano, y la española… pinta lógica, pero a los hechos me remito. Además, a veces nos ponemos demasiado precisos y bautizamos a las calles con el nombre de personas que seguro que aportaron en su disciplina, pero cuyo legado es más difuso. Cosas como “Calle Doctor Rodríguez Gutiérrez” o “Avenida Profesor Mariscal”. Son nombres inventados, pero perfectamente podrían existir. Otras tantas ocasiones pecamos de grandilocuencia, cuando no hay nada más bello y que más relevancia tenga que la cotidianidad.
Si alguna vez me requieren en algún ayuntamiento para, previo cobro de una comisión, poner nombres a su callejero, tengo claro que apostaría por los grandes héroes que mejoran nuestro día a día, por esos anónimos que nos solventan la papeleta un martes por la tarde antes que por los que ganan una batalla en el siglo XV. Héroes como el inventor de la hamaca para bebés, magos como quien dio con el Fortasec, semidioses como el que creó la cama, eternos ídolos como quien hizo el primer calzoncillo bóxer. Las calles, en mi enfermiza opinión, deberían llamarse Jacob Golomb (inventor del bóxer) antes que con cualquier otro nombre que seguro que tiene méritos acumulados, pero que no nos impactan en el día a día. Lo siento, Doctor Rodríguez Gutiérrez.
Si hay algo que agradecer a alguien, debe ser a aquel que nos facilita la cotidianidad. Con el paso de los años me he ido dando cuenta de que, a pesar de que uno ponga metas a largo plazo, es el momento actual, el desayuno de un miércoles cualquiera, el que marca tu estado de ánimo. Por eso, honores a todos los que nos lo hacen más fácil, aunque no sea tan glamouroso. Esos sí que se merecen una calle. Quizá se pueda empezar en Managua, que no hay nada que sustituir.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.