«¿Esta noche se van de juerga?», pregunto empapado por los rociones, tras un par de horas de cabalgada a pantocazos en una lancha de siete metros manejada por Jordi y con Barbie a mi lado. «Eso era antes, ahora son todos muy profesionales». Es viernes. La Bahía de Palma reluce feliz ante la promesa de una temporada buena para la caja. Jordi trabaja en la Federación de Palma y Barbie en el Club Nautico Arenal. Jordi maneja la lancha con una mano y no se inmuta. A mí Barbie me ha dejado una chupa náutica para las escupidas de ola, llevo las gafas como el parabrisas de un coche en Santiago de Compostela.
Navegamos de campo en campo. Todas las regatas se celebran a la vez. Es el penúltimo día. «Esta noche tampoco salen porque hoy cuando acaben toca peleas», me cuenta Barbie que va en popa, y aun se moja más que yo. «¿Peleas?», pregunto. «Sí, los que no logran clasificarse entre los diez mejores para pasar a las series de medallas, protestan y mucho». Me desinflo. Si los regatistas no salen a las tabernas a darlo todo, y si las peleas son de gallos, la mar del capitán Hadock es otra mar.
La mar de la 51 edición del Trofeo Sofía -la primera prueba puntuable para el mundial 2024 que normalmente coincide con la Semana Santa-, es para sacar pecho, pero la vela se comunica mal. Nautik Magazine ha llegado, comprometida con Forbes, para explicarlo mejor: la economía azul y la relación emocional que todos tenemos con la mar será nuestra materia prima.
Más de 800 barcos y 1.000 regatistas llevan meses en Palma entrenando para estos días. Todos quieren la mejor marca pero como siempre hay países ricos, países pobres y también navegantes ricos en países pobres (que se lo pagan ellos, vamos). Emociona ver al wind surfista ucraniano aproar su vela. No puedo preguntarle cómo llegó, ni qué sabe de la tragedia.
Lo que más llama la atención es que la vela olímpica apuesta por el viento y la velocidad, y está bien tirado. Y en tercer lugar por la juventud. Los nuevos navegantes quieren navegar a todo trapo. Y por eso la vela ahora vuela.
El barco de Peter Pan no necesitaría ahora los polvos mágicos de Campanilla para elevarse sobre Londres en busca de El País de Nunca Jamás. Le bastaría la técnica del foil, ese timón que a partir de determinada velocidad saca el casco, o la tabla de Kite de la mar, que la eleva casi un metro sobre las olas. Ayer me fue imposible alcanzar con la lancha de la organización a algunos de los kite surfers que cruzaban la bahía a casi 40 nudos (con casco y protección eso sí).
Los puristas, entre lo que me encuentro, se preguntan: ¿si no hay rozamiento en el agua están navegando? Poco importa mi pregunta. Por eso la vela vuela que se las pela.
Si has asumido que no te da tiempo a ser olímpico, y que Paris ya lo conoces, y que es raro que las olimpiadas sean en la capital del Sena, pero las pruebas de agua en Marsella, hazte Wing-Surfer, es lo más de lo más. Naish podría ser un buen fabricante para comenzar. Se trata de una especie de ala (4 m2), un cruce entre una cometa de kite y una vela de windsurf.
¿Ventajas? Que no necesitas preocuparte por los hilos del Kite, que metes la vela deshinchada en su mochilita, porque no tiene ningún elemento rígido, y eres más autónomo. En caso de caída la vela va unida al surfero con un cordón de seguridad para evitar que el lebeche se la lleve mar adentro.
Fuera del agua se cuece también el torneo. La camaradería de la vela se parece a la del Rugby pero sin moretones. El restaurante del Club Náutico Arenal es la catedral del buen rollo. Su director, Ferrán Muniesa, es responsable de que los regatistas, los corresponsales internacionales y los patrocinadores -Sabina Fluxa, ceo de Iberostar, visitó ayer la regata- convivan felices. Hace sol, hay viento y la sopa de fideos del restaurante sabe a estrella michelín. A los medios, Javier Sobrino, un vigués que ha cambiado estos días las Rías por el Mare Nostrum y que es uno de los pilares de la comunicación náutica en nuestra península.
Comiendo se aprende. Una pareja de alemanes se está gastando una pasta en comprar y reformar los Menorquines de 16 metros -que ya se no fabrican porque el astillero quebró hace años- para chartearlos. «Acaban de mandar uno a Aruba», me cuentan. Una hora antes he visto a los dos wind surfistas de Aruba esperar a que suba la bandera de salida. «¿Cuando iré a Aruba?», me pregunto al verlos, hasta que me devuelve a Palma otro roción salado como la mar salada.
En la ciudad están orgullosos de que la bahía sea uno de los mejores lugares del mundo para practicar la vela, también la vela que vuela.
Con los vientos ya calmos, mientras los regatistas «pelean» si se quedaron fuera de la clasificación para las medallas, me marcho a cenar a casa de Andreu Genestra, donde Rodrígo Vallejo es el jefe de cocina en Aromata, en el casco histórico. Se cena de nivel y se bebe aun mejor. No dejen de conocerlo. Ya a los postres aparece Andreu que se ha hecho 300 km hoy en Mallorca para gestionar ambas cocinas. Tiene 36 años y somos tocayos. Agradezco verle y me comprometo a visitarle en Capdepera.