Cuando empecé a estudiar Ingeniería Informática éramos como mucho diez chicas en clase, muy pocas en proporción con ellos. Aunque con cada nueva promoción daba la sensación que ese número iba creciendo poco a poco. Terminé la carrera pensando que, con los años, la proporción seguiría creciendo y se acabaría equilibrando. Pero también sabía que toda mi experiencia profesional seguiría siendo parte de una minoría y, según iba progresando en mi carrera, seguiría siendo la única mujer en la sala.
Pero era algo que tenía asumido desde que decidí vocacionalmente seguir este camino. Sabía que me iban a faltar referentes, que iba a tener que luchar constantemente contra mis inseguridades y mis miedos para no dejarme intimidar por una sala llena de hombres expertos en la materia. Y, aun así, sentía que era lo que debía hacer por las demás, por las que están por venir: abrirles el camino.
Sin embargo, cuando pude por fin mirar atrás y analizar el mercado laboral para definir una estrategia de crecimiento en mi empresa, me di cuenta de que esa diversidad no sólo no había crecido sino que además había disminuido… De hecho, el estudio de referencia de la UNESCO sobre igualdad de género confirma que sólo el 35% de los estudiantes matriculados en las carreras vinculadas con las STEM son mujeres. De ellas, el 15% de las graduadas en ingeniería y sólo el 19% en informática.
«Entendí entonces que ya no era cuestión de romper el techo de cristal sino de fortalecer los pilares, eliminar estigmas y educar desde el inicio»
Además, según un estudio de STEM Madrid, “las alumnas parecen perder interés en las áreas STEM en la adolescencia y la brecha se agrava al elegir los estudios superiores”. Entendí entonces que ya no era cuestión de romper el techo de cristal sino de fortalecer los pilares, eliminar estigmas y educar desde el inicio.
Existen muchos prejuicios sobre las carreras técnicas, más allá de la dificultad que pueden suponer, pero sobre todo, sobre las posibles salidas que tienen o el tipo de trabajo que se desempeña. Es muy común oír que las mujeres prefieren elegir carreras de humanidades o donde tengan un carácter social, que biológicamente estamos más preparadas para ello. Pero no todo es programar.
No todo son ceros y unos o algoritmos complejos. Es mucho más. Es resolución de problemas, gestión de emociones, análisis de comportamiento de las personas, psicología y también arquitectura: es un conjunto de habilidades que te permiten prepararte para el futuro tecnológico que nos rodea.
Ese futuro que cada vez es más incierto por la velocidad a la que crecen las nuevas tecnologías –¿Robots? ¿Inteligencia artificial? ¿Blockchain? ¿Age-tech?– puede sonar abrumador, pero en el fondo, la base de todas esas tecnologías no deja de ser la creatividad, la curiosidad, el pensamiento crítico, la empatía, la colaboración y la voluntad de ayudar. En definitiva, las cualidades que nos definen como personas y que nos diferencian de cualquier otro ser vivo (o artificial).
Porque sin empatía para querer ayudar a aquellos que más lo necesitan, ¿cómo vamos a ser capaces de desarrollar aplicaciones que ayuden a personas con alguna discapacidad? O diseñar sistemas que detecten diagnósticos precoces sin la curiosidad por mejorar los procedimientos actuales y mejorar la calidad de vida de los otros. O incluso impulsar la sostenibilidad a partir de soluciones creativas, cuando todo lo demás ya se ha inventado. ¿Dónde si no necesitaremos tener más humanidad que en este sector? No esperen que sea la tecnología la que sepa hacer todo por nosotros.
Elisa Caballero es directora global de ingeniería y operaciones y directora del Tech Hub Madrid en Glovo.