De todos los aforismos de posicionamiento ambiguo que Jardiel Poncela escribió sobre las mujeres, hay uno que se da la vuelta sobre sí mismo: “Al hombre le falta justamente la experiencia que le sobra a la mujer”. Es muy posible que Poncela no hablara de la clase de experiencia que hoy compartimos las mujeres con la libertad que nos da haber conquistado en parte nuestro espacio en la voz pública.
Es más, es muy posible que en tiempos de Poncela esta frase, leída en voz alta en una habitación con hombres y mujeres, provocase justamente el efecto contrario al que produce hoy. Hice la prueba hace poco. Mientras ellos se quedaron impávidos, ellas soltaron una de esas risas que brotan sin permiso, con un sonoro y solitario “ja”. Una reacción que a los hombres los dejó aún más desconcertados. ¿Qué saben que yo no?
«Ruiz Mateos hizo los baños de mujeres de su edificio minúsculos para que no fuéramos ‘de charleta’. El de hombres era inmenso y ellos llegaban a las reuniones con las decisiones tomadas de hacer pis»
Hace unos días compartía vino con mujeres que podían emplear hasta 20 segundos en enumerar todos sus cargos. Consejeras, directoras, senior advisors, no importaba. Todas teníamos algo en común. Todas habíamos estado en la misma mili. Y como sucede con los compañeros de batallón, nosotras echamos la tarde intercambiando confidencias que sólo pueden hacer reír a quienes saben:
—En la Universidad, el profesor me obligó a escribir en la parte superior de la pizarra porque sabía que así se me levantaba el jersey —confesaba una mujer que lo ha sido todo en una importante multinacional española.
—Qué dices…
—Eso no es nada. Ruiz Mateos hizo los baños de mujeres de su edificio en Colón minúsculos y los de hombres inmensos, con varios lavabos y un gran pasillo, porque decía que las mujeres sólo íbamos al baño de charleta.
—Ja, ja, ja, ja, ja. Como si ellos no hablaran.
—Bueno, es que llegaban a las reuniones con las decisiones tomadas de hacer pis.
—Hoy dices que estás embarazada y te hacen un baby shower, pero antes… —aporta otra.
—A ver, a la directora de producto de mi empresa le acaban de preguntar «qué tipo de baja se va a tomar”, le responde la que tenía enfrente.
—Es que tu sector es muy cateto.
—A veces parece que no hemos mejorado nada. ¿Vistéis lo del ministro de Exteriores de Guinea que negó el saludo a Von der Leyen? ¡Que es la presidenta de la fucking Unión Europea!
—Sin palabras. Siempre igual. En una ocasión un cliente me soltó: “Tome nota, señorita”. “¿Señorita? ¡Pero si soy la directora!”, le dije
—cuenta otra de las presentes.
—Mi jefe me envió al despacho de otro director diciéndole que yo era muy agradable de ver —aporté.
—¿Pero delante de ti?
—Sí, sí, conmigo delante. Hoy le habría mandado a la mierda. Pero entonces, simplemente, “je, je, je”.
—Ah, sí, ese je, je, je. Lo habré hecho tantas veces…
—Las bromitas sexuales que te sueltan para reafirmarse y hacerte de menos. Un día, para arrancar una reunión pregunté: “¿Qué vamos a ver primero?” —comenta otra compañera—. Mi jefe respondió: “Si te dijera lo que quiero ver yo”.
Estas conversaciones hoy pueden durar botellas de vino, pero muchas de estas mujeres han pasado décadas sin saber que tenían compañeras de mili. Brindamos por la suerte de descubrirnos y decidimos guardar algunas botellas para la próxima vez.
*Idoia Sota es la subdirectora de FORBES.