En el infierno, un demonio con aspecto de jefe realiza una entrevista de trabajo a otro más joven que le mira intrigado. “Estoy buscando a alguien que sea un experto en el arte de la tortura: ¿sabe usted de PowerPoint?”, pone en su boca el dibujante Alex Gregory. El humor gráfico sobre la vida en la oficina publicado durante décadas en The New Yorker, recopilado por Jean-Loup Chiflet, es un tratado que no superan los gráficos de ninguna consultora. “¿Cree que yo quiero que se vaya, Haley? Los dos somos víctimas del sistema”, así caricaturiza un despido Lee Lorenz.
Los dibujantes Eric Barsotti y Zachary Kanin coinciden al escoger el mito griego que identifica al empleado de oficina contemporáneo: Sísifo, el padre de Ulises según algunos (palabra de Robert Graves) que, después de engañar a Perséfone, es condenado a arrastrar montaña arriba, una y otra vez, un bloque de piedra que se desprende poco antes de llegar a la cumbre.
Impresionante que hace más de 2.500 años se construyera una imagen tan contundente y útil para distinguir a la inteligencia natural de la artificial. Lo que para la primera es un castigo, para la segunda es la prueba de su existencia. “Bueno, como soy un robot y estoy soltero puedo hacer muchas horas extras”, le dice un humanoide a la señora de la limpieza de madrugada en la viñeta de Ed Fisher.
En su reciente informe sobre el futuro del trabajo, el gigante logístico DHL que, sin ser tan sabio como los humoristas, suele ir siempre bien entonado, identifica tres grandes tendencias. Una es el cambio demográfico. Por primera vez en la historia los nativos digitales superen en número a los que comenzaron sus carreras antes de internet. Uno de cada seis trabajadores jóvenes ha renunciado a un trabajo “porque su empleador no les proporcionó la tecnología adecuada”.
En segundo lugar, la pandemia del covid 19 ha obligado a las organizaciones a introducir en unas semanas cambios que en otras circunstancias habría costado años implantar. Y, por último, los avances tecnológicos: se estima que el 29% de todas las tareas laborales actuales son realizadas por máquinas, y serán el 52% en 2025.
La ola de la creciente automatización que se avecina, de gemelización virtual de Sísifo, se ha aupado, en efecto, a la cabeza de la lista de prioridades de los CIO de las empresas. Y no es sencillo surfearla. Se habla de estrategias de trabajo híbridas y de la dialéctica presencial/en remoto. Ha tenido que venir el vicepresidente de un fabricante de camiones, Oshkosh, Anupam Khare, a devolver el foco a la raíz del debate: la relación persona/máquina, la «automatización del trabajo humano a través de la automatización de procesos robóticos».
Si no abordamos de forma adecuada el desafío de repartir papeles con nuestro gemelo digital, viviremos en la confusión. Y eso no es lo más rentable ni conveniente. La máquina replica y procesa, la persona refleja y reflexiona en “una intimidad que no puede ser trasparente, totalmente disponible para sí misma”, dice el profesor Mora Fandos. En última instancia, lo que mantiene en pie a Sísifo es un mecanismo esencial de la mente, el autoengaño, del que también carece la máquina. Ese que nos hace creer contra toda evidencia e ir más allá de nuestros límites.