La nueva moneda son los datos, y el producto ha dejado de tener la relevancia que tenía per se, pues tiene mucho más valor como vehículo de transmisión de datos: si adquirimos un producto, el algoritmo sabe cuándo y dónde lo hacemos (gracias a la geolocalización), qué medio de pago usamos, con qué frecuencia lo hacemos, por qué otras opciones nos interesamos, qué emociones nos provoca (gracias a la lectura facial), y un sinfín de otras variables que determinan no solo nuestras preferencias, sino nuestra identidad, con una precisión que nosotros mismos seríamos incapaces de alcanzar (pues, como señala Juval Noah Harari en Homo Deus, el algoritmo nos conoce mejor que nosotros mismos).
Puesto que el algoritmo conoce mejor nuestras preferencias que nosotros mismos, es el más indicado para diseñar un traje a nuestra medida. Por eso es el nuevo diseñador. ¿Y dónde queda el producto?, nos podemos preguntar.
Frente al dato, el producto ha perdido tal relevancia que para poner en marcha un comercio en red que ni siquiera es necesario contar con él, pues, como propone Eric Ries en El método Lean Startup, el proceso de testeo y una rápida capacidad de adaptación permiten colgarlo en la red y estudiar la demanda que genera antes de hacerse con él para distribuirlo. Esto permite generar estructuras flexibles que siguen un proceso de itinerancia a lo largo del cual se van transformando de modo que, como sucede en el entorno de Silicon Valley, pocos proyectos salen a la luz tal como se diseñaron en su origen, y muchos no tienen nada que ver con la idea original (como es el caso de Twitter, que inicialmente se proponía ser un podcast que se vio desplazado por Itunes).
Harari denomina a esta nueva realidad ante la cual nos encontramos la del dataísmo, y explica que hay otro escenario alternativo, el del humanismo, que pugna con el anterior, con escasas posibilidades de éxito.
Sin embargo, no pienso que sean dos realidades enfrentadas entre las que tenemos que elegir, sino dos modos de procesar una misma realidad: en la era post-materialista que considero que estamos viviendo, el producto se ha desmaterializado en átomos de información, y esa información puede ser procesada por la inteligencia humana, dotada de conciencia, o por la inteligencia artificial. La inteligencia artificial traduce las informaciones en datos a procesar, pero, desde la conciencia, las informaciones son valores.
Por eso en NoDiseño propongo que vivimos una nueva y doble revolución: la del algoritmo y la de la conciencia. Una nueva era en la que se maneja una nueva moneda, con dos caras: en una están los valores, y en la otra, los datos.
En el caso que comenté en el último artículo (las nuevas gafas Ray Ban-Facebook), desde el espectro de la inteligencia artificial, cuando adquirimos unas gafas, adquirimos una nube de informaciones atomizadas en datos, pero desde el de un ser humano, adquirimos una nube de informaciones atomizadas en valores: valores materiales (de qué están hechas, qué calidad material tienen), valores creativos y aspiracionales (qué diseño tienen, qué tendencia, gusto y expresión social representan), valores emocionales (qué evocan, cómo me hacen sentir), y valores sistémicos (qué impacto tienen en el sistema social y medioambiental); todo ello resume la filosofía que preside la actividad del diseñador humano, que defino como la de “bienes para el Bien”: diseñar aquello y de la forma que contribuya al bien Común, es decir, que aporte valores. Los seres humanos traducimos los datos en valores, porque incorporamos algo de lo que la inteligencia artificial no está dotada: conciencia.
¿Cómo podemos hacer para que la inteligencia artificial incorpore la conciencia? En otras palabras, para que el algoritmo incorpore los valores en su nube de datos a procesar. Por ahora, actuando con conciencia de los datos que proporcionamos, nuestras preferencias. Eso está sucediendo ya, y ha generado un mercado en expansión de productos ecológicos, orgánicos, de comercio justo, comercio local, reciclaje, economía circular, y tantas otras etiquetas atractivas para los nuevos nichos. También ha creado una nueva estética corporativa, que incorpora términos como valores, propósito, misión, en sus presentaciones al público y páginas web.
Muchos lo tildan de lavado de cara y que no se siente de verdad pero, ¿quién puede esperar que un algoritmo sienta algo? El algoritmo es lo que es, una fórmula, de la misma manera que el CEO y el usuario son lo que son, seres humanos. A cada uno nos corresponde actuar conforme a lo que somos, y aportar la conciencia ahí donde no la hay.