Desde que conocí esta cita, la verdad es que la utilizo en multitud de ocasiones: “Si la educación te parece cara, prueba con la ignorancia”. La cita, atribuida al exrector de la Universidad de Harvard, Dereck Bok, se utiliza generalmente para defender la necesidad de incrementar la inversión en educación. Yo creo, más bien, que la debemos utilizar para comprender lo importante que es que cada uno de nosotros invirtamos (tiempo) en nuestra educación.
Simplificar las situaciones imperfectas a meros problemas colectivos susceptibles de ser arreglados inyectando más dinero, me parece, en general, una propuesta demasiado simplista y poco sostenible a medio plazo para cualquier sociedad o estado. Cuando hay exceso de dinero es mayor la probabilidad de despilfarro que cuando el dinero escasea. Es por ello que, tras años trabajando bajo el cobijo de un Private Equity, soy un claro convencido de que la escasez agudiza el ingenio.
Pero para no perder el hilo de la columna, creo que antes de decidir si hay o no que invertir más dinero en educación, hay que analizar el problema. Una forma de proceder, no exhaustiva, es la de intentar simplificarlo y centrarnos en algún ámbito esencial. Podemos tomar como punto de partida la siguiente premisa: mientras la sociedad y la ciencia evolucionan a un ritmo frenético, la educación no está logrando adaptarse a los tiempos a la misma velocidad.
Las leyes de la educación
La primera Ley Educativa de España fue promulgada a mediados del siglo XIX con el objetivo de recuperar el retraso que teníamos en aspectos educativos respecto a otros países europeos. En ella se establecían aspectos tan importantes como la centralización de la educación, la secularización o la gratuidad hasta ciertos niveles educativos.
Curiosamente esa ley, la primera, ha sido la más longeva, manteniéndose vigente hasta 1970, año en que se aprueba la Ley General Educativa, bajo cuya doctrina yo me eduqué. Y a partir de ahí, especialmente en los últimos años, un frenetismo legislativo que nos lleva a 5 nuevas leyes educativas, las 4 últimas en menos de 20 años, y con la particularidad de que las dos últimas son conocidas por el apellido del ministro que ostentaba la cartera de Educación en el momento de su promulgación (Wert y Celáa).
«Presentismo pasivo»
Pero a pesar de tanta ley, el sistema sigue siendo esencialmente el mismo: un sistema educativo que fomenta el “presentismo pasivo” del alumno con unas 11.000 horas de estancia en el colegio hasta que se finaliza la educación obligatoria. Es decir, la esencia sigue siendo acudir al colegio/escuela a recibir un conocimiento que allí transmiten los profesores/maestros.
A finales del siglo XIX más del 80% de la sociedad española era analfabeta. Pero afortunadamente hoy no lo es. Hoy existe conocimiento más allá de los muros de la escuela. Probablemente una buena conexión a internet sea la mejor enciclopedia que se pueda encontrar. ¿Sigue teniendo sentido un modelo de “presentismo pasivo” o habría que dedicar esas horas (menos, sin duda) a fomentar la curiosidad, la capacidad de observación, la cualidad de hacer las preguntas adecuadas y las ganas de investigar y aprender de forma autónoma?
Creo que es el momento de repensar la formación. Dudo que vaya a ser el dinero, únicamente, el que la haga evolucionar. Tampoco serán las leyes, y menos si se convierten en armas arrojadizas de los partidos políticos de ideologías encontradas. Serán las ideas y las ganas de tener una sociedad más preparada y adaptada al mundo actual, las que puedan mover el modelo. Probablemente los promotores de ese cambio deberían salir de dentro del sistema, de un claustro de profesores mejor preparado que nunca para afrontar esta evolución.
Todos tenemos que aportar nuestro grano de arena. Buscar conocimiento y formarnos para afrontar los retos de la sociedad del siglo XXI. Ayudar a nuestros hijos en la tarea de descubrir conocimiento y valores. Una sociedad formada y curiosa es una sociedad mejor y más valiosa.