¿Dónde estabas entonces? Ni en el más húmedo de sus sueños pensó El último de la fila que esa pregunta fuera a repetirse tanto. El sensacional Pedro Vera, de la satírica y necesaria El Jueves, acuñó el término ranciofact para definir a aquellas expresiones, actitudes, gestos o coletillas facilonas o llanas que, a base de repetición, extenúan. Es el cuñado diciéndote que no te atragantes con los polvorones en Navidad, pero también la pegatina de «Bebé a bordo»; es el parroquiano carca de tasca respondiendo «Las tuyas» al gracias de una camarera y también el palillo en su boca; es decir «Buenos días por la mañana», pero también repetir cada 11 de septiembre «¿Dónde estabas entonces?». Aunque, ya puestos en faena, yo sí recuerdo qué hacía aquel día.
Acababa de ver Los Simpson, como casi cualquier adolescente por aquella época, hasta que Matías Prats se coló en la pantalla. Hoy una nueva generación crece sin esas creaciones amarillas en antena, no sé que dan tras La ruleta de la fortuna, programa plagado de los susodichos ranciofacts, ya que hablamos de ellos. Era martes y creo que empezábamos el colegio esa misma semana, quizá la próxima. Días en los que comentábamos el verano con los amigos, comíamos pipas, jugábamos en las máquinas de recreativos (existieron no hace tanto) y algunos ya empezaban a apurar algunas colillas. Cuando cayeron las torres, supe que estaba ante un acontecimiento histórico. Segundos antes, sólo pensaba en cómo iban empeorando los nuevos episodios de Los Simpson. 2001 también fue el año en el que el prestigio de la que quizá es la mejor serie de todos los tiempos se fue desmoronando.
Si alguien quiere un análisis riguroso de los motivos por los que se produjo ese declive (en 2001, tras la temporada 12, se cambia por última y funesta vez de productor ejecutivo y argumentos similares)… Lo siento, pero ésta no es la columna. Aquí hay más de sensaciones que de rigor, una máxima que impera en mi vida. Mi teoría siempre ha sido que Los Simpson, serie por antonomasia y gran líder en todo el mundo, cometió el gran error que cometen muchísimas marcas y compañías buscando actualizarse: persiguiendo una moda se extraviaron en el camino, por una tendencia pasajera perdieron toda su esencia. En vez de reafirmarse en lo que eran, en ese maldito año decidieron seguir lo que marcaban sus nuevos compañeros de viaje.
Apenas dos años antes, se lanzaba Padre de familia, cuya brillantez duró apenas un suspiro. También en el año 2000 la MTV lanzaba Jackass. Coincidieron en el tiempo un par de propuestas interesantes, a ratos brillantes (especialmente, la primera), que calaron con muchísima intensidad, pero durante un tiempo breve, como Màxim Huerta como ministro. Ambos contenidos, bastante violentos y con un humor menos sutil, contagiaron a Los Simpson de un virus del que jamás se repondrían. En un par de temporadas, el humor de la serie era más simple; Homer Simpson, que era tonto, pero bueno, se convirtió en huraño y con mal fondo, a lo Peter Griffin; y, en resumen, los guiones perdieron toda su magia. Seguramente, no eran malos, pero no eran Los Simpson.
Cuántas marcas, cuántos músicos, cuántos personajes, se han quedado huecos por uno de los errores más comunes: vivir al albur de la tendencia, confundir estar al día con seguir la moda. El día que la sociedad mundial se agitó de una manera que muchos no habíamos visto jamás y seguramente no veremos, yo también confirmé que la mejor serie de todos los tiempos perdía el norte y se derrumbaba. ¿Dónde estaba entonces? En casa, a mediodía, después de ver Los Simpson.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.