Puede que mis gustos cinematográficos no emocionen a Kurosawa y a sus adeptos en la Casa Real, pero hay una película que a mí me encantó desde la primera vez que la vi: Click (Frank Coraci, 2006). Seguro que Boyero me mataría, pero qué le voy a hacer; los gustos son los gustos y hay a gente a la que le fascina la fruta escarchada o la pizza con piña, así que lo mío no será para tanto. La película narra la historia de un tipo muy ajetreado, el a veces divertido Adam Sandler, que quiere progresar profesionalmente a toda costa, especialmente en su vida personal. Un día encuentra un mando de televisión con el que puede avanzar la realidad y empieza a emplearlo para saltarse episodios vitales y así poder satisfacer sus ansias laborales. Siento hacer ‘spoiler’, pero al final todo acaba siendo un desastre. Querer pasar a cámara rápida su vida le hace, literalmente, perderla.
Hace apenas una semana, WhatsApp incorporó una nueva funcionalidad a la aplicación. Ahora puedes multiplicar por 1,5 o por 2 la velocidad de los audios. Básicamente, si lo activas, logras que el actual Miguel Bosé suene a un ritmo normal o que quien habla rápido parezca directamente un chalado. Seguro que los desarrolladores de esta herramienta hallaron una demanda latente de los consumidores a la que dar respuesta, seguro que es una genialidad que termina por imponerse, pero yo debo reconocer que a mí me ha metido a Álex Ubago en el cuerpo, me ha entristecido tanto como dos canciones seguidas de Pablo Alborán. Disponer de esta utilidad y, lo que es peor, emplearla, me ha hecho tener la sensación de que no me importa perderme los matices que da hablar a una velocidad normal. Puede que a muchos se nos hubieran ido de las manos los audios kilométricos, que más bien eran podcast, pero este nuevo desarrollo se parece más al mando de Click de lo que pensamos.
Los pocos que lean esta columna de forma habitual, si es que hay alguno (gracias de corazón, en tal caso), sabrán que tengo cierta tendencia a la exageración, pero la verdad es que haberme visto empleando esta nueva funcionalidad me ha hecho sentirme una pésima persona. Me cuesta confesar que lo he hecho, pero es así. Con independencia de su duración, he pulsado sobre el símbolo de la multiplicación en audios de compañeros de trabajo, amigos y también familiares. Habré interiorizado lo básico de esos audios, pero me he perdido todos los matices, todas las inflexiones, todas las pausas. Toda la naturalidad de escucharlos como fueron creados. Podría excusarme en que no tengo tiempo, pero la realidad es algo más triste: estamos perdiendo la capacidad de concentrarnos más de unos segundos, nos pone nerviosos la escucha activa. Porque esta nueva actualización de WhatsApp es sólo la punta del iceberg.
En cuanto nos quedamos solos, agarramos rápidamente el móvil. Ya nadie se aburre en el metro mirando sencillamente hacia el frente. Nos saltamos lo antes que podemos la entradilla de cualquier serie o película. Llamamos segunda pantalla a no hacer ni caso a lo que estamos viendo en la primera. No dejamos terminar ni una canción. Hoy hasta multiplicamos por 1,5 el audio que tu madre te mandó para saber qué tal estabas. Ojalá me equivoque, ojalá sólo sea que Álex Ubago me ha puesto una nube gris encima, pero pienso que al final nos pasará como a Adam Sandler en Click y nos daremos cuenta cuando ya sea tarde del valor que tenía escuchar a alguien a su ritmo natural.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.