Hoy el refranero no me conviene. Los refranes y sus contra refranes hay que escucharlos cuando a uno le interesa. Hubiera preferido que Dios no me ayudase por haber madrugado. Me entero de la muerte de Milton Glaser a las 7:00h del sábado 27 de junio. He aprendido tanto de este hombre que saber que se marchó me deja con la terrorífica sensación de que tendré que conformarme con todo lo que sé y que no aprenderé nada más. Es una idiotez, pero es mi primera reacción al saber por el Instagram de Michele Lupi, periodista, presumido, ex director de Rolling Stone, Flair y de Icon en Italia, ahora bajo la nómina del astuto Diego de la Valle, que Glaser ha muerto en Nueva York. Joder, ayer fue su cumpleaños (91). Se puede ser más elegante que palmar el día de tu cumpleaños.
Ni siquiera la Wikipedia lo ha puesto aún. ¿Por qué diablos confirmo en la Wikipedia la muerte de alguien? Respuesta: porque si como en el caso de Milton aún nadie lo ha subido confío que Lupi estará equivocado. Pero no.
Ríos de tinta desembocarán en la mar sobre Glaser, que pasa a la historia por haber regalado, sin cobrar un solo céntimo, el logotipo I love New York a su ciudad. Pero yo, autodidacta, amante de la gráfica, coleccionista de pósters sin paredes vacías ya, junta letras, editorcillo pide créditos, he aprendido tanto de Milton Glaser como de George Lois, que un día quise conocerle y me fui a verle a Nueva York. La excusa, o no tanto, era una entrevista. Aún recuerdo lo que me costó entender lo que me decía, en su magnífico estudio, muy parecido a la casa del abuelete gafotas de UP, en un Manhattan de ruido constante, ratas de madrugada y la Tower Records aún abierta pero agonizante.
Me he leído todo lo que Glaser ha publicado, tengo los libros para niños que ha editado junto a su hija, colecciono sus pósters (que ¡maldita sea, hoy se habrán puesto por las nubes en Ebay!), vinilos con sus portadas de blues men para el sello Tomato, pero me faltan muchas cosas. Milton tenía en el sótano de su estudio su archivo, y sus reproducciones que vendía en internet. Os recomiendo curiosear por ahí. Tan solo Saul Bass lo superó si es que un maestro Yoda puede superar a otro.
Al ver el instagram de Lupi pensé que Glaser tenía otro libro más a la venta y que tendría que afilar la tarjeta de crédito. Qué iluso. Tengo en casa colgado el cartel original que hizo para el recopilatorio de Bob Dylan. Muchos lo tienen, pero a mi me lo firmó Glaser con uno de esos lápices que en la mina tienen cinco colores. “For Andrés”. No hay día que no lo mire. Me detuve a pensarlo el día que Dylan lanzó su último disco, a sus 79, el día de mi cumpleaños.
Cuando acabó la entrevista, que publiqué en ese Harper’s Bazaar, el que molaba, que hizo cambiar las revistas femeninas de esta patria siempre enfadaduca, le escupí, “Mr Glaser, ¿diseñaría para mí una revista de toros?”. Con su nariz aguileña, y su mirada de través, me contestó: “Yeah”. No suele haber infartos en la población masculina antes de los cincuenta, por eso me libré, porque mi corazón brincaba tanto que no habiéndome marchado yo del edificio aún, el músculo brincaba por Battery Park.
Había conocido a Glaser en Barcelona. Javier Godó le encargó, con gran acierto, cambiar la cabecera de La Vanguardia. Por eso me atreví a encargarle la revista de toros que no llegué a hacer, que él no llegó a entregarme, no sé si a imaginarla. Si les interesan las revistas de toros háganse con Matador la revista que editamos en el Club Matador. No es de Glaser, pero a mí me encanta.
Aquella mañana en Barcelona, en un Congreso de Diseño de Periódicos, Glaser se tiró el pisto. “Tengo ganas de diseñar un periódico de una sola hoja. Por un lado llevará noticias y por otro, anuncios”. Les aseguro que un adulto puede babear y no sentir vergüenza.
En estos tiempos en los que el periodismo cultural se refugia en los extremos, en las recomendaciones intelectuales de la crítica, a menudo arduas e ininteligibles, o en los obituarios, Milton Glaser merece la portada de mañana. No por su logo para Nueva York, que ha cambiado el mundo, ni por el póster de Bob Dylan que cuelga en cocina, sino por su trabajo más desconocido, por su decálogo sobre el diseño, por su diseño para supermercados y por la carita triste que tendrá ahora su mujer. Maestro Glaser: gracias por no decirme que no a aquella revista que no fui capaz de editar. No le olvidaré.