No está el periodismo para grandes lujos. Sin embargo, de vez en cuando, benditos gajes de este oficio, nos toca colarnos en la piel de los que llevan el hedonismo por bandera. De aquellos que recorren el mundo de hotel en hotel de cinco estrellas, viajan en first class y beben Dom Pérignon a cualquier hora del día que les plazca. Y este lunes fue uno de esos días, al menos en parte.
Lo fue para TAPAS y para un puñado de periodistas españoles e italianos. Habíamos sido convocados a una cata –virtual, eso sí, el signo de estos tiempos extraños– de Dom Pérignon Vintage 2010, la nueva añada de uno de los vinos estrella de la maison francesa.
La cita era a las 9 de la mañana, hora inusual para beber champagne (para beber, a secas) hasta para los plumillas más pendencieros. Y era así por exigencias del guión, o más bien de la agenda, del Chef de Cave Vincent Chaperon, quien ejercería de maestro de ceremonias.
En cualquier caso no era mal plan para comenzar la semana. Aunque hubiera que hacer encaje de bolillos en la planificiación del día o fumarse la reunión de contenidos que cada mañana religiosamente tiene lugar a las 8.30 horas en nuestra redacción de la calle Almagro.
Los preparativos: do yourself
No todos los días se puede empezar la jornada con una joya enológica como ésta. Las habituales tostadas y la taza de ristretto hoy podían que esperar. La gran duda era: ¿con qué se marida un champagne como éste cuando no te ‘queda’ ni una ostra en la nevera?
Eso, en realidad, era lo de menos. Lo que tocaba era tener la flamante botella de Dom Pérignon Vintage 2010 que nos había llegado unos días antes por mensajero a su temperatura ideal, entre 8 y 10 grados; rebuscar en la alacena la mejor de nuestras copas y encontrar el rincón de casa más idóneo para la ocasión, ése en el que de fondo se ven los libros más molones de nuestra colección, el mismo que servía de estudio improvisado para los #TapasLive durante el confinamiento (ahora ya los hacemos desde la redacción). Y es las apariencias importan. Porque no es lo mismo que se ‘cuelen’ en tu casa vía webcam tus compañeros de trabajo, e incluso tus jefes, que una veintena de periodistas y –sobre todo– unos cuantos capos de una marca de lujo como ésta.
Entre el mosaico de caras en la pantalla del ordenador, alguna que otra conocida, algún excompañero de redacción, batalla y batallitas, hoy ya defendiendo otra trinchera mediática. Porque en este mundillo nos conocemos todos y nos reencontramos a menudo, incluso por Zoom. Eso sí, en esta ocasión los chascarrillos no se sueltan al oído, sino por mensajes de Whatsapp, mucho más discretos que el chat general de la aplicación de video conferencias. «Ten cuidado, no te vayas a emborrachar, que es muy temprano para beber», bromeo. «Me da igual, estoy de vacaciones», me contesta. Afortunado él.
En definitiva, es una especie de do yourself en la que cada uno trata de mostrar sus mejores galas, literal y figuradamente hablando. Porque cualquier preparativo es poco cuando estamos ante una de las joyas de la corona de la casa francesa, cuyo resultado es fruto de una ecuación en la que el tiempo es una parte fundamental de la misma. En concreto 10 largos años: tiempo de maduración en las lías, primero, y en la oscuridad en la bodega después.
Además, otro de los factores que hace único a este vino es que es elaborado con las uvas de un sólo año, independientemente de los desafíos que esa vendimia puede traer consigo. Y estábamos a punto de descubrir que en la de 2010 los hubo. Y gordos. Pero es que quizá cada vino épico ha de tener una historia épica detrás…
El gran desafío de Dom Pérignon
«Durante el fin de semana del 4 y 5 de septiembre teníamos la intuición de que tendríamos que sacrificar parte de la cosecha de Pinot Noir para salvar las mejores parcelas», nos explicaba Vincent Chaperon a través de la pantalla. Todo pintaba bien en aquella vendimia hasta que dos jornadas de diluvio provocaron que en solo unos días el moho de la botritis se desarrollara en las uvas, principalmente en la Pinot Noir.
Esto desencadenó una carrera contra el reloj. Las uvas aún no estaban completamente maduras, pero había que tomar una decisión, y hacerlo rápidamente. Y así lo hicieron. Se desplegaron todos los recursos para trazar un mapa preciso delimitando la madurez y la salud de cada parcela en sus viñedos. Esta visión experta de la situación, fruto de una maestría que sólo se obtiene con cientos de años de experiencia y trabajo, dio la posibilidad de guardar excelentes parcelas de Pinot Noir, aunque cada minuto contaba… Cuando terminó la vendimia, se había perdido una parte de la cosecha, pero las Pinot Noir que se habían salvado eran absolutamente gloriosas.
Además, seleccionaron las uvas Chardonnay que se habían beneficiado de una maduración completa y que mostraban la mejor riqueza, concentración y equilibrio de los últimos 30 años. Una vez ensambladas estas dos variedades de uva el resultado era intenso, pero equilibrado tanto en estructura como en textura. Habían logrado salvar el gran desafío.
Entrando en materia
Una vez conocida la historia (con final feliz) de Dom Perignon Vintage 2010, llegaba la hora de probarlo. Al fin y al cabo para eso habíamos venido. O, más exactamente, para eso nos habíamos quedado en casa frente al ordenador. Y el ‘esfuerzo’ empezaba a merecer la pena en el mismo momento en el que, siempre guiados por el maestro Vincent Chaperon, acercamos nuestra copa a la nariz e hicieron acto de presencia la fruta tropical (mango verde, melón, piña), seguida de notas más templadas como la naranja o la mandarina.
Y después, ya en boca, con un cuerpo generoso, firme y controlado, mostrando un perfecto equilibrio entre acidez y frescura, con cierta presencia de especias y pimienta, y con un final larguísimo. Una auténtica delicia. Como para repetir y dejarnos seducir por una copa tras otra. Pero el deber nos llamaba… la semana que teníamos por delante era larga y dura.
Un rato después, ya de camino a la redacción, pienso en la experiencia. Quizá no sea comparable con el glamour y la exclusividad a la que nos tienen acostumbrados en las presentaciones de Dom Pérignon. En ellas no faltan entornos de ensueño, platos de tropecientas estrellas Michelin y música de arpa. Pero la base, la esencia, en este caso el magnífico Dom Perignon Vintage 2010, sigue siendo insuperable. Y eso es lo que de verdad importa. Repetiríamos un lunes cualquiera. Que le den al ristretto.