Granés vuelve a dar en el clavo con un ensayo capaz de captar la atención del lector sobre un tema de actualidad y enorme alcance como es el de las tensas relaciones entre cultura, capitalismo y ciertas ideologías políticas. Doctorado en Antropología Social por la Universidad Complutense, el ensayista de origen colombiano –ya reconocido con el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco por su trabajo El puño invisible– examina con claridad y auténtica brillantez la presente situación política (marcada por los extremos) y los lazos que establece con el arte más contemporáneo, sin perder de vista las referencias históricas que lo sustentan.

De manera natural, ¿los caminos de la cultura y de la política deben chocar o depende del momento histórico? ¿En qué momento nos encontramos?

Los caminos de la cultura y de la política se cruzan y descruzan, dependiendo de la circunstancia histórica. Cuando hay grandes acontecimientos políticos –el inicio del predominio estadounidense en el Caribe en 1898, por ejemplo, o la Revolución mexicana o, en Europa, el surgimiento de los nacionalismos en la primera década del siglo XX– los artistas y escritores suelen acabar arrastrados al terreno político. Sus obras se convierten entonces en armas de guerras ideológicas y morales, más que en simples obras de arte. Toda la vanguardia histórica fue eso. Hoy nos encontramos en un momento particular porque la política, cierta política, la radical, por lo general de ultraderecha, va por un camino muy distinto al de la cultura. Estos políticos se han vuelto incorrectos y han empezado a despreciar una serie de causas planetarias, como el cambio climático, el feminismo y los ahogados del Mediterráneo, que son, justamente, las temáticas de los artistas que más premios ganan y, por lo mismo, que mejor se posicionan en el mercado.

Si el arte se está convirtiendo en mercancía ‘políticamente correcta’, ¿dónde radica su atractivo como un revulsivo cultural en la sociedad? ¿Qué motiva entonces al artista?

Los artistas que están abordando causas nobles y haciendo arte políticamente correcto se ven ante un dilema smithiano. Decía Adam Smith que el panadero, pensando en su interés personal, terminaba haciendo el bien colectivo: garantizaba que hubiera pan a costos razonables para todos. Pues bien, estos artistas se ven en la situación opuesta. Tratando de hacer el bien universal, lo único cierto en muchos casos es que solo logran el beneficio personal: premios, una carrera, reconocimiento. ¿Qué les motiva? A unos un sincero compromiso con ciertas causas, a otros el oportunismo, a la mayoría, supongo, la presión del medio: los vientos de la cultura contemporánea soplan en esa dirección.

El capitalismo y las políticas agresivas contrastan con idealismos culturales más sensibles a los diversos problemas sociales. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

En realidad, el capitalismo también se ha tenido que volver políticamente correcto. Sospecho que fueron primero las grandes marcas, luego los artistas, las que empezaron a vincular su nombre a causas nobles. Muchas grandes casas comerciales se autopublicitan diciendo que parte de las ganancias de tal producto irán a proyectos de empoderamiento femenino, por ejemplo. La conciencia mundial sobre determinados problemas ha forzado tanto a las compañías como a los artistas a vincularse a ellas. Es la manera de ganar clientes y espectadores. Ahora bien, lo curioso es que muchos políticos están teniendo enorme éxito atacando todas estas causas. Son los nuevos rebeldes, y en gran medida de ahí su éxito en ciertos sectores del electorado, que rompen este consenso políticamente correcto. Usan un lenguaje agresivo, que pasa por sincero y auténtico, y esto empieza a gustar. Los resultados son evidentes. En la presidencia de Brasil, de Estados Unidos y de Inglaterra hay políticos que se han caracterizado por un histrionismo ofensivo, opuesto a las causas que defiende la cultura.

En un mundo interconectado continuamente a través de internet y las redes sociales, ¿la comunicación se ha convertido en pieza clave del sistema? 

Sin lugar a duda. Hoy en día el botín más apreciado por cualquier agente cultural y por cualquier político es la atención del otro. Se compite despiadadamente por los espectadores y quien mejor conectado está, quien más seguidores tiene, quien logra poner los algoritmos a su favor, tiene una gran ventaja.

¿Cómo cree que han llegado a cuajar los populismos y nacionalismos en una sociedad tan habituada a jugar solo a dos bandas? ¿Qué papel ha jugado ahí la cultura? 

La crisis económica tuvo mucho que ver. Generó lo que algún teórico llamó un momento populista, es decir, un período de enorme insatisfacción generalizada, con una gran masa de gente descontenta con el statu quo y predispuesta a cualquier cambio, bueno o malo, que los políticos populistas supieron aprovechar. Esto es algo muy latinoamericano que se empezó a dar en Europa, sobre todo, a partir de 2008. Aquí no se trata de que la cultura intervenga o no en este proceso. Aquí lo interesante es que los políticos han empezado a usar métodos performativos, muy comunes en el arte, para dar golpes de efecto que repercuten en los medios de comunicación. Los populismos que ascendieron en Europa en los últimos años han empleado con mucho éxito el hackeo de los programas de televisión, la performance pública, el comentario estridente y el escándalo que rebota en Twitter y hace que se hable de ellos.

¿Cómo se justifican muchos de los teatrillos políticos que recientemente se han visto en todos los noticieros? ¿Copian quizás las imposturas artísticas y culturales?

Saben perfectamente el efecto que van a tener: cámaras de televisión. Por eso hacen intervenciones públicas o declaraciones con parafernalia estética, casi instalaciones. Y en esto caen todos los políticos, no solo los populistas. Hasta Ciudadanos salió hace unos días con un enchufe gigante, una escultura pop, casi, a denunciar el enchufismo de sus rivales políticos.

¿Podríamos pensar que finalmente el capitalismo ha mercantilizado la mayor parte de la actual vida cultural y artística? ¿Qué crees que, en ese sentido, depara el futuro?

Sí, desde hace mucho, quizás desde finales de los sesenta, el capitalismo determina buena parte de lo que ocurre en los campos culturales. Hoy hay solo una fuerza que está demostrando, también, ser muy poderosa a la hora de determinar qué sale al mercado y qué no, qué se exhibe y qué no, qué triunfa y qué no: justamente, la corrección política. Volvemos a épocas en las que se censuran libros escritos hace décadas porque se leen en ellos palabras que ofenden ciertas sensibilidades, se intenta cerrar exposiciones de artistas como Balthus por la misma razón, se impide o se sabotea la proyección de determinadas películas porque su contenido, sus actores o sus directores ofenden al feminismo contemporáneo. En fin, en esas estamos, ese es nuestro presente. Predecir qué va a ocurrir en unos años es muy difícil.