Alumno de dos de los más grandes violonchelistas de todos los tiempos, Mstislav Rostropóvich y Gregor Piatigorsky, el israelí de origen letón (nacido en Riga en 1948, en lo que entonces era la URSS) Mischa Maisky es considerado la gran figura canónica actual del instrumento, por delante del ecléctico (y mediático) Yo-Yo Ma. Él es el encargado de abrir, el 3 de diciembre, el Ciclo de Grandes Conciertos Goldberg en el Auditorio Nacional de Música, con un programa íntegro –Un Bach de leyenda– de suites de Johann Sebastian Bach para violonchelo solo.

Aunque el nombre del ciclo es ‘Goldberg’, de los intérpretes participantes –Vadim Repin, Boris Berezovski, Denis Matsuev y Alexander Malofeev– solo usted presenta piezas de Bach… ¿Por qué?

En realidad, un programa con piezas de Bach es el reto más grande y el más difícil que puedo arrostrar como intérprete, pero es, también, una música que disfruta gente de todo el mundo. Siempre digo que la música es mi religión… y, para mí, Bach es la Biblia, el libro de los libros. No importa el tiempo que dedique a estudiarle… por muchos años que lo interprete nunca llegaré a hacerlo de la forma perfecta. Así que, indudablemente, este es, con mucho, el programa más difícil que puedo afrontar y el que más me atrae.

¿Qué es lo que hace a Bach tan importante? Porque no es usted el único músico para el que Bach es algo así como su ‘dios’…

No es solo que nos entusiasme a los músicos. También a los filósofos, a los artistas, a los escritores. Todo aquel al que le guste la música está de acuerdo en que hay muchos grandes compositores, pero Bach es único. Y eso es debido, probablemente, a que la suya es la música más universal: traspasa todos los límites, tanto de fronteras físicas como temporales. Cuando me preguntan si también toco música ‘moderna’ digo que sí, que toco a Bach… Porque él es tan moderno en la actualidad como lo fue hace trescientos años. Y lo seguirá siendo dentro de otros trescientos.

Para mí, su música es un ser vivo: cambia constantemente, día a día. Es absolutamente transgresora, porque Bach iba muy por delante de su tiempo. Por eso es por lo que Mendelssohn, casi cien años después de su muerte, pudo reintroducirlo en los conciertos que programaba como director de orquesta.

Curiosamente, su último disco, recién publicado, ‘20th Century Classics’, no incluye a compositores tan destacados del siglo XX como los serialistas o los minimalistas. ¿Qué opinión le merecen Stockhausen, Boulez, Philip Glass, Steve Reich…? 

Todos ellos son grandes compositores. Muy diferentes entre sí. Pero yo, como intérprete, solo aspiro a tocar la música de aquellos que me lleguen realmente a lo más profundo del corazón. La música que toco es mi música favorita de cada momento y tengo un repertorio muy amplio. En cuanto a la música contemporánea, debería encontrar tiempo y energía para explorar más piezas, pero hay que tener en cuenta que es una gran responsabilidad tocar lo mejor posible cualquier música. Si tocas Bach, Schubert o Brahms y no lo haces perfecto, nadie va a pensar que Bach, Mozart o cualquiera de esos compositores del pasado no son buenos; van a pensar, con razón, que el fallo es del intérprete. Sin embargo, si tocas música contemporánea y no es una pieza de las sobradamente conocidas corres el riesgo de que al cometer algún fallo alguien pueda pensar que el problema es que la música no es buena… Por eso, por esa responsabilidad, no toco determinadas piezas de música contemporánea que no domine. Necesito más experiencia, más tiempo o, incluso, más talento.  Para mí, la calidad es mucho más importante que la cantidad y por eso trato de centrarme en lo que creo que hago mejor. Por eso no dirijo y por eso no enseño y me limito a ser solista, que es lo que creo que hago mejor.

¿No hay, pues, ninguna decisión estética en que el disco de clásicos del siglo XX esté formado por piezas de Britten, Bartók, Stravinski, Prokófiev, Shostakóvich, Piazzolla, Webern, Messiaen, Villa-Lobos, Bloch o Yusupov?

Son piezas que me entusiasman. Benjamin Britten está representado con mayor número de piezas y de más extensión, y el resto lo están con piezas más breves. El compositor Benjamin Yusupov, además, me dedicó una de las piezas que interpreto. Yo, como intérprete, no aspiro a satisfacer apetitos del intelecto, sino que quiero llegar al corazón del público. Y para lograrlo tienes que hacerlo con la música que te llegue a ti al corazón, no con la que te suponga un reto intelectual o virtuosístico con el instrumento. Eso es lo que marca la diferencia entre los muy buenos músicos y los grandes artistas. Y por eso soy especialmente selectivo con la música que toco en directo, que es la que realmente amo.

En 2010 grabó junto a su hija, la pianista Lily Maisky, ‘¡España! Songs and Dances from Spain’, con música de Falla, Granados, Sarasate o Albéniz e, incluso, de Gaspar Cassadó… pero no estaba Pau Casals, a quien usted llegó a conocer dos meses antes de morir. ¿Era mejor intérprete que compositor?

Incluí una pieza que, efectivamente, no es suya, El canto de los pájaros [El cant dels ocells, una canción popular catalana, anónima y sin datar], pero que, no obstante, es algo así como su ‘marca registrada’, porque la interpretaba en todos sus conciertos. Y a mí me parece una pieza maravillosa, que siempre he disfrutado al interpretarla en directo.

Pau Casals fue uno de los mejores violonchelistas de todos los tiempos y de los más influyentes en todo el mundo: de hecho, fue él quien rescató del olvido las suites para violonchelo de Bach. Y siento una gran admiración por él.