El clan Beckham y sus socios de Netflix estrenaron este martes tres de octubre en el teatro Curzon Mayfair la serie de telerrealidad por la que el matrimonio firmó un contrato de 20 millones de dólares en 2020. Dicho de otro modo, el acuerdo se cerró cuando Netflix estaba en su anterior modo de «compra en caliente», acaparando a todas las celebridades a la vista, incluidos el príncipe Harry y Meghan Markle por, al parecer, aproximadamente cinco veces la suma de Beckham.

Pero los Beckham y Netflix han aguantado, y ahora el recién nacido está aquí. El producto necesitará un poco de tiempo para que podamos saber si conseguirá una tracción duradera, es decir, cifras lo suficientemente altas como para animar a ambas partes a realizar un esfuerzo o esfuerzos posteriores.

Netflix ha vuelto a lavar y a emitir una pequeña cantidad de ropa sucia olvidada desde hace mucho tiempo (en Gran Bretaña). Así que..: con un guiño al hecho de que esto significará mucho más para cualquier británico que para cualquier estadounidense, he aquí un par de («¡alerta de spoiler!») pepitas de oro: Sí, Alex Ferguson, durante muchos años entrenador del Manchester United, lanzó una bota de fútbol a David Beckham (mucho más joven) en el vestuario después de una derrota importante.

Un escándalo, ¿verdad? Beckham revela a Netflix que utilizó la palabra con «f» varias veces en esa velada en particular. Los vestuarios después de grandes derrotas pueden ser un poco duros cuando se corta y se sirve el pastel de la culpa, pero… vestuarios, ¿verdad? Seguro que en las paredes de los vestuarios de todo el mundo se han pronunciado algunas palabrotas. No obstante. La cuestión es que, en Gran Bretaña, dado que se trata de un altercado (algo físico) entre dos dioses del deporte –de nuevo, en Gran Bretaña–, esto sirve como noticia.

Y sí, un Beckham (mucho más joven) tuvo una aventura con su antigua asistente personal, Rebecca Loos, cuando estaba cedido al Real Madrid. (Inmediatamente después del estreno de Netflix en Londres a principios de esta semana, con el fin de desenterrar la historia ya conocida y muy trillada, salieron a la caza de la Sra. Loos, sólo para encontrarla ahora felizmente casada, madre de dos hijos e instructora de yoga en Noruega. Y sí, de nuevo, en Gran Bretaña, esto sirve como noticia.

No está muy claro si todo esto, o el resto de la serie, cuenta como «impactante». En términos puramente americanos, Kris Jenner, la madre vieja de la telerealidad, probablemente diría que no.

Pero en el gran esquema de las cosas –es decir, porque todo el mundo involucrado en Beckham es británico, y además, porque la unidad familiar Beckham por definición no se parece a la unidad familiar Kardashian o a la unidad familiar Windsor de Montecito– estos temas narrativos cuentan como lo suficientemente impactantes. Por suficiente se entiende que, a diferencia de sus compañeros de reality de Netflix, el príncipe Harry y Meghan Markle, los Beckham tienen otras ocupaciones en el mundo real aparte de la comercialización de sí mismos, aunque eso también es una gran parte de lo que hacen ahora.

La narrativa de la serie ofrece de manera bastante silenciosa este extraordinario arco: David Beckham construyó un considerable imperio empresarial a partir de su prodigioso talento futbolístico, algo difícil de conseguir para la mayoría de nuestros deportistas profesionales más famosos, especialmente cuando sus carreras en el campo de juego se desvanecen o después de ello, y ha sabido hacer crecer ese imperio empresarial hasta el punto de convertirse en un ejecutivo futbolístico justamente famoso, con todo lo que ello conlleva, todas las presiones empresariales, todo el protagonismo y la microscópica atención que se prestará a cada una de sus decisiones. Eso es muy raro y muy difícil de conseguir. Es la razón por la que la serie se titula simplemente Beckham. En Gran Bretaña, y en grandes extensiones del mundo en las que se ama el fútbol, no es necesario utilizar ninguna otra palabra.

Los tres logros, convertirse en una estrella del fútbol, transformarse en un hombre de negocios y tener el suficiente éxito en los negocios como para comprar una parte de un equipo de fútbol profesional, forman el proscenio bajo el que se desarrolla la narración de Beckham de Netflix. Aunque espectaculares, los muchos logros profesionales del Sr. Beckham –las formas reales en que mantiene el imperio en funcionamiento– no son el centro de atención aquí, porque las horas de entrenamiento de fútbol en su día o las minucias de las negociaciones para acorralar a un Lionel Messi en Miami no son necesariamente un reality fascinante. En cambio, el matrimonio del maestro Brooklyn Beckham con una dinastía de empresarios estadounidenses sí podría ser un reality televisivo de ese tipo, aunque no tuviera sentido.

El mensaje de este vehículo es shakeaspeariano en el sentido no trágico: el camino es largo, pero bien está lo que bien acaba. A los Beckham les va bien, gracias.