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Esta nueva mentalidad busca resolver cómo alimentar al mundo

Hay momentos en que las naciones del mundo se unen repentinamente para fijar nuevos objetivos y crear instituciones que promuevan la paz y la prosperidad compartidas.

El breve estallido tras la Segunda Guerra Mundial fue uno de esos momentos, cuando se crearon en rápida sucesión las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la OTAN.

Otra de esas épocas llegó con la caída del Muro de Berlín, las protestas de la Plaza de Tiananmen y la creación de la Organización Mundial del Comercio, cuando avanzaron la democratización, la libertad de comercio y la libertad de expresión.

En esos momentos no sólo se reestructuraron las instituciones políticas, se reformaron las alianzas y se redistribuyeron los presupuestos.

También fueron épocas en las que las normas sociales de grandes partes del mundo –las actitudes y, gradualmente, las acciones de grandes masas de personas– cambiaron radicalmente. Las guerras y los conflictos van en dirección contraria.

Exacerban el tribalismo, deshacen alianzas y disminuyen nuestro sentido de un propósito racional y colectivo. Privan a la gente de dignidad y, a menudo, de las necesidades básicas de la vida.

¿En qué tipo de era estamos ahora? ¿Una era de separación? ¿O una era de unión? Parece que nos encontramos entre las dos.

El ataque de Rusia a Ucrania perjudica la seguridad alimentaria

La decisión de Rusia de retirarse de la Iniciativa de Cereales del Mar Negro e intensificar los ataques contra Odesa es una tragedia que ahora se extiende por todo el mundo.

Vladimir Putin ha convertido en un arma uno de los principales suministros de cereales del mundo –que incluye enormes reservas de maíz, trigo y aceite de girasol– al bloquear las exportaciones de Ucrania.

Unos 350 millones de personas de países de renta baja y media viven ahora en una situación de inseguridad alimentaria aguda, lo que supone un aumento de 70 millones desde el comienzo de la guerra.

La interdependencia de los mercados significa que las líneas de suministro se ven afectadas, lo que repercute en la seguridad alimentaria. La planificación en todos los puntos del mercado se ve perturbada, lo que genera volatilidad de precios y frena la financiación. La inflación mundial aumenta los precios de la energía, lo que dificulta el aumento de la producción en las explotaciones agrícolas de las naciones de ingresos medios y bajos.

Naciones como Sudán han experimentado caídas simultáneas del consumo de pan y de la producción de trigo debido al aumento de los precios de los insumos, según un reciente estudio del GCIAI. El Secretario General de la ONU Gutterres llama acertadamente a este predicamento mundial una «crisis tridimensional».

Una visión decidida y optimista de la seguridad alimentaria

Hace unas semanas asistí en Italia a la conferencia «Momento de balance de los sistemas alimentarios de la ONU», un evento que enmarcará los debates de la Asamblea General de la ONU el mes próximo.

Esperaba un tono sobrio. Pero el ambiente era más decidido que abatido, más resuelto que resignado. El objetivo era ambicioso y se centraba mucho más en la mentalidad global y las normas de cooperación en todo el ecosistema agrícola que en hacer sonar la copa para conseguir más dinero.

La vicesecretaria general de la ONU, Amina Mohammed, expuso una visión convincente para reformar la agricultura mundial con el fin de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Hizo un llamamiento a replantearse cómo integrar las políticas alimentarias y las políticas de sostenibilidad. Subrayó la necesidad de reunir a las partes interesadas de toda la sociedad civil, especialmente a las mujeres, los jóvenes, los pequeños agricultores y los pueblos indígenas.

Todo ello, propuso, debe basarse en estrategias de inversión ágiles: financiación a largo plazo en condiciones favorables e inversión directa por parte del sector privado, y apoyo presupuestario y reestructuración de la deuda por parte de los gobiernos.

Mohammed dijo: «Puede que no estemos ganando el partido en el descanso, pero el resultado final sigue estando bajo nuestro control y éste puede ser un equipo ganador».

La nueva norma es la continuidad y la creatividad

Lo que Mohammed y muchos de sus colegas saben es que la lucha a largo plazo por la seguridad alimentaria no puede hacer una pausa en la guerra.

En muchos frentes, hay formas relativamente baratas de aumentar la eficiencia, disminuir el hambre, crear valor para los grandes productores y los pequeños propietarios y mitigar los daños medioambientales.

Las empresas privadas, por ejemplo, tienen una capacidad desaprovechada para utilizar la tierra de forma más eficiente, reducir los residuos y operar de forma más sensible a los ecosistemas. Pero con demasiada frecuencia carecen de incentivos a nivel local. Los programas de inteligencia artificial, algunos de los cuales podrían ser de código abierto, tienen un gran potencial para todo, desde la fertilización de precisión hasta la gestión de inventarios.

En muchos países, a las mujeres se les sigue negando el derecho a la propiedad, a administrar sus bienes, a gestionar las finanzas domésticas y a recibir formación en agricultura. Eso es valor económico al alcance de la mano.

No necesitamos esperar a que los gobiernos o los mercados se muevan en estos frentes. El establecimiento de expectativas más firmes -normas- puede aportar un progreso muy necesario.

El camino por recorrer

La población mundial va camino de alcanzar los 9.700 millones en 2050 y podría llegar a los 10.000 millones en la década de 2080, lo que significa que necesitaremos un aumento masivo y difícil de imaginar de la producción agrícola. Pero podemos unirnos como comunidad mundial. Podemos utilizar más eficazmente el nuevo potencial del poder blando para reforzar la estabilidad y la prosperidad.

La nueva norma no debería ser tener la capacidad suficiente para soportar una crisis de seguridad alimentaria cada generación. Debería ser una mentalidad resistente de creatividad, continuidad y progreso.