Javier Carvajal Ferrer transformó Somosaguas hace más de medio siglo. Las viviendas unifamiliares que el arquitecto barcelonés construyó en la urbanización de las afueras de Madrid en la década de 1960 son perlas de un brutalismo atípico. La mejor, la más elegante y rotunda, la creó para su propia familia. Se trata de Casa Carvajal, una hermosa quinta de hormigón de aire hispanoárabe, inspirada en la Alhambra granadina, pero también en las mansiones racionalistas de Frank Lloyd Wright o Carlo Scarpa.

Es probable que se hayan asomado ustedes sin saberlo a su sorprendente interior en películas como La madriguera, de Carlos Saura, o A mi madre le gustan las mujeres, de Daniel Féjerman e Inés París, o gracias al músico madrileño C. Tangana, que rodó en ella su célebre sesión Tiny Desk y el vídeo de Comerte entera.

El arquitecto Alberto Campo Baeza elige esta vivienda de Somosaguas como su preferida dentro de la obra de Javier Carvajal. “Una casa que hizo para el cliente más difícil. Él mismo”. Baeza deja escrito: “La planta de la casa es una perfecta composición de piezas tan bien articuladas que alguna vez yo me he atrevido a compararla con un collage de Jasper Johns, uno de mis pintores favoritos”. Aunque también emula, según él, a “una faena de muleta de la mejor factura de Pepe Luis Vázquez, el rey de la Maestranza de Sevilla”.

Si lo han hecho, estarán de acuerdo en que se trata “de un espacio peculiar, con alma y con ángel”, tal y como lo describe una de sus inquilinas más entusiastas, la fotógrafa Cristina Rodríguez de Aroca, que pasó en Casa Carvajal sus años de adolescencia y primera juventud. Sus padres compraron la vivienda hace 25 años y la encontraron en “estado casi selvático, devorada por la naturaleza”. La acabaron convirtiendo en un hogar, pero uno solo apto “para gente un poco intrépida, con una sensibilidad especial y cierto gusto por la aventura”, explica la fotógrafa a FORBES.

La propia casa parecía desvelar el deseo de pertenencia a esta tierra en la necesidad de conectarse al lugar con un perfecto ajuste a la ladera y las orientaciones. Esa imagen quedó siempre en nosotros, la imagen de una casa que funcionaba como contenedor de naturaleza”, escribe la fotógrafa Cristina Rodríguez de Acuña, inquilina durante un largo periodo de Casa Carvajal.

Rodríguez de Acuña disfrutó del “enorme privilegio” de crecer en las entrañas de “una obra de arte”, su torre Eiffel particular. “La casa te habla”, asegura la fotógrafa, “es diferente, muy expresiva. En ella escuchas los ecos de la voz de un maestro que se propuso vivir de una manera distinta, en contacto íntimo con la naturaleza, en el corazón de una red de espacios interconectados de una manera muy particular y que invita a la contemplación introspectiva y el sosiego”.

Portada del libro ‘Miradas cruzadas’.

De la fértil relación entre Rodríguez de Acuña y la casa que marcó su vida ha nacido Miradas cruzadas, un libro editado en 2020 por Ediciones Asimétricas y que pretende ser un diálogo con la obra de Carvajal, “con sus muros de áspero hormigón, sus frescos patios íntimos, sus cambiantes luces y sus recorridos fluidos e interminables”. Un libro sobre memoria sentimental y sobre “la arquitectura interior” que generan los espacios con duende, como éste.

Ya en edad adulta, tras vivir “en decenas de casas en distintos lugares del mundo”, Rodríguez de Acuña tuvo la oportunidad de instalarse una vez más en la selvática mansión de Somosaguas y “descubrirla de nuevo”, volver a mirarla con “afecto, atención, sensibilidad y conocimiento”.

Hoy la casa está a la venta [se habla de un precio cercano a los 4,2 millones de euros] y su actual propietaria aspira a “pasar el testigo”, a encontrar para ella “nuevos inquilinos que se dejen seducir por su originalidad y su belleza” y que acepten el reto “de vivir en ella como propuso Javier Carvajal hace más de cincuenta años: con curiosidad, con libertad y sin prejuicios”.