A principios de la década de 2000, un grupo de coleccionistas de arte y magnates inmobiliarios desarrolló un plan audaz: llevar una elegante feria de arte suiza a la soleada y festiva ciudad de Miami Beach. No todo el mundo estaba de acuerdo. «Me pareció una idea descabellada», dice Marc Spiegler, director global de Art Basel Miami Beach durante los últimos quince años, que en aquel momento era periodista de arte. «Y no fui el único en ese escepticismo. La ciudad de Miami Beach se resistía mucho: pensaban que esta feria nunca podría llenar las habitaciones de los hoteles. Ahora son algunas de las tarifas hoteleras más caras del año».
Cuando abrió sus puertas en el año 2002 con 200 galerías en exhibición, Art Basel Miami Beach se convirtió de inmediato en una de las ferias de arte más importantes de América, al reunir a comisarios de más de 23 países de todo el mundo. Y en los últimos veinte años, su importancia ha crecido significativamente: la asistencia a la feria creció de forma constante hasta la pandemia, atrayendo hasta 83.000 visitantes en 2018, casi tanto como la población de la propia Miami Beach.
Craig Robins, promotor inmobiliario local y fundador de la feria hermana Design Miami, fue uno de los primeros defensores de Art Basel Miami Beach. «Miami era conocida como una ciudad de fiesta, un lugar para «divertirse bajo el sol». Ahora, la gente asocia Miami con el arte, la arquitectura y el diseño de una forma mucho más ilustrada«, afirma Robins. «[La ciudad] tomó el poder de Art Basel y el atractivo sexual de Miami y creó este acontecimiento cultural global».
Para celebrar su 20º aniversario este año Art Basel Miami Beach atrajo a un número récord de expositores –282 de 38 países– y de coleccionistas famosos (como Pharrell, Venus Williams y Martha Stewart), que acudieron a los stands de incondicionales del sector como Jeffrey Deitch y White Cube durante el preestreno VIP a principios de esta semana.
El stand de Deitch, dedicado al tema de las diosas, incluía deidades de Judy Chicago, fotografías de Nadia Lee Cohen y estaba centrado en el el retrato textil de tres metros de Salt-N-Pepa, Hot, Cool and Vicious, de Bisa Butler, un favorito personal de Robins. «Bisa hace estos increíbles tapices que conectan con su vida, y tienen esta energía. Es muy impactante», dice.
«Lo que me gusta de su obra es que casi pinta con diferentes tejidos», dice Alia Dahl, directora general de Deitch. «Está utilizando telas de Ghana, telas encontradas, y también está encargando a amigos telas muy especializadas». Con un precio de 175.000 dólares, está «reservado para alguien especial», según Dahl.
Porque, al fin y al cabo, Art Basel Miami Beach es una cuestión de ventas. Aunque se desconoce el valor total de las obras de la feria, los aseguradores calculan que ronda los 2.000 millones de dólares, según Spiegler. Este año se ha sumado a la cuenta una obra de veinte millones de dólares de Jean-Michel Basquiat, Ruffians, en el stand de Van de Weghe. El cuadro, de metro y medio de altura, es de 1982, considerado el punto álgido de la carrera de Basquiat, y presenta tres figuras coronadas con rostros fuertes, elementos muy deseados por los coleccionistas. Enfrente se encuentra un Picasso de 1936 de once millones de dólares, un retrato de su amante Dora Maar, procedente de una colección privada.
La galería contemporánea White Cube tampoco escatimó en artistas de primera fila, como el Bowl of Eggs de Jeff Koons, una escultura de resina de tres metros de ancho y 7,5 millones de dólares. Se trata de una de las cinco ediciones y el único cuenco de color amarillo, y es el primero de la colección que sale al mercado secundario, según Leila Alexander, directora de la galería. «El amarillo refleja la yema, y tiene que ver con la nueva vida y la resurrección», dice, «es un cuenco con potencial». Lo acompañaban otro Basquiat, tasado en dos millones de dólares, y un Fish Cabinet de 675.000 dólares de la colección de Historia Natural de Damien Hirst, llena de formaldehído.
En la feria se pueden encontrar más nombres dignos de museo. En Meridians, un espacio para piezas a gran escala, había un tapiz de Judy Chicago de seis metros de largo, Birth, que utilizaba más de un millón de puntadas para delinear la figura de una mujer de parto. «Es una forma de reafirmar la importancia de la mujer en la historia del arte tradicional», dice Magalí Arriola, comisaria de Meridians. «Es una de las obras que creo que abre todo este sector».
De vuelta al espacio principal, se podían encontrar numerosas obras de Kehinde Wiley: Sean Kelly tenía dos bustos de bronce –Barthélémy Senghor y Mame Kéwé Aminata Lô, con un precio de 175.000 dólares–, así como el Retrato de Soukeyna Diouf (700.000 dólares), que estaba reservado para una institución estadounidense. En las Galerías Templon, el retrato de Morpheus (Ndeye Fatou Mbaye) de Wiley, de trece pies de largo y 1,25 millones de dólares, representaba a una modelo sobre un lecho de flores y hojas. Formó parte de su exposición de la Bienal de Venecia de este año en la Fondazione Giorgio Cini, una versión más pequeña la cual se encuentra actualmente en el Museo de Orsay de París.
El difunto escultor Alexander Calder también tiene una gran presencia: su obra Clouds Over Mountain (1962), de 7,5 millones de dólares, mide cuatro metros. En Edward Tyler Nahem, una obra sin título del difunto Keith Haring, que apareció en su primera exposición individual, medía seis metros y tenía un precio de 4,5 millones de dólares. «No he visto nada parecido», dice la directora de la galería, Stacie Khandros, «y vendemos mucho de Haring».
Los visitantes de Art Basel Miami Beach también vieron mucho de Haring. Al final del pasillo, en la Gladstone Gallery, otra obra –Untitled, 1981, una de sus caras sonrientes pintadas sobre una lona amarilla- alcanzó el precio de venta más alto del segundo día: 4,5 millones de dólares. Le siguió Carnations 3 (2022), de Alex Katz, que se vendió por 1,2 millones de dólares, también en Gladstone.
Pero por mucho que Art Basel Miami Beach pueda llenar un cartón de bingo de artistas de marca, también fue un lugar para los nuevos talentos. Un ejemplo, escondido entre los kilómetros de paredes y girando desde el techo, era una bola de discoteca dorada con la forma de Nefertiti de un artista etíope-estadounidense de 34 años que buscaba renombrarse. Awol Erizku ganó fama como el fotógrafo detrás del anuncio de embarazo de Beyoncé en 2017, entonces el post con más likes en la historia de Instagram, pero, como nueva incorporación a la lista de galerías de Sean Kelly, su trabajo en pintura y escultura es lo que espera que le traiga un nuevo público. Está funcionando: Nefertiti: Miles Davis (Oro) se vendió esta semana por 70.000 dólares.
Y el artista ghanés Amoako Boafo, de 38 años, ha consolidado aún más su posición como favorito del mundo del arte –título que reclamó en 2020 tras años de lucha por vender sus obras– con piezas que salpican la feria, sobre todo en Gagosian, donde su Brides Reflection (2021) se vendió a un museo estadounidense por una cantidad no revelada.
En Nova, el stand de la galerista Nicola Vassell, con todas las entradas agotadas, fue lo que ella llamó una «canción de amor caribeña». Presentaba obras del pintor trinitense Che Lovelace y de la artista barbadense-escocesa Alberta Whittle. La obra de Whittle Imprinting Mas As Love, una pieza de técnica mixta que yuxtapone la colonización con la vida caribeña contemporánea a través de una figura de tela vestida con blondas para Mas, o Carnaval, se vendió por 60.000 dólares.
En Meridians, la instalación Lost And Found del artista brasileño Jonathas de Andrade, de 120.000 dólares, recreaba en arcilla bañadores olvidados, que el artista había coleccionado durante la última década, en torsos invertidos. Cada uno de ellos fue esculpido por un artista que rara vez trabajaba en este medio, lo que dio lugar a grietas e imperfecciones. «Es una forma de suscitar una conversación entre artesanos tradicionales», dice Arriola. «Y también es una conversación sobre el concepto de masculinidad y la forma en que se percibe y representa».
Por otra parte, la feria siguió dando un giro a las cosas. En la Galería Marianne Boesky aparecieron dos obras de la artista neoyorquina Gina Beavers, entre las que se incluye «un cuadro en el que pinta los cuadros de Jasper Johns de [Elaine] Sturtevant, pero en sus propios labios», explica Kelly Woods, directora de la galería. «Se está reapropiando de la apropiación de Johns». Por su parte, la obra de Patrizio di Massimo Untitled (Monsters), de 35.000 dólares, en el stand de Rodolphe Janssen, que representa lo que parece ser una espeluznante interacción sexual entre un hombre y un monstruo, ha llamado la atención de un notable coleccionista: Leonardo DiCaprio.
Pero quizás la pieza que más invita a la reflexión en Art Basel Miami Beach fue, a primera vista, la más sencilla: un cajero automático. Instalado en el stand de Perrotin por el colectivo artístico de Brooklyn MSCHF, formado por treinta personas, la máquina, que funciona y es gratuita, tiene una trampa: cada vez que un usuario saca dinero en efectivo, le toma una fotografía y muestra el saldo de su cuenta en una tabla de clasificación para que todos lo vean. El 2 de diciembre, el participante con mayor puntuación era Diplo, el aclamado DJ de discoteca cuyas lucrativas actuaciones han hecho ingresar al menos tres millones de dólares en su cuenta bancaria.
«La gente ha vuelto y ha cambiado las cantidades en sus cuentas», dijo Gabe Whaley, miembro de MSCHF. «Verán 420 dólares, 69 dólares». El cajero automático se vendió a principios de la semana por 75.000 dólares a un coleccionista local que planea ponerlo a disposición del público. «Es un poco gracioso», dice Whaley, «hay una metaironía de que alguien haya comprado la cosa que se burla de la gente que compra cosas».
Al igual que con muchas de las obras de MSCHF, el objetivo era hacer frente al mundo del arte. «Mira a tu alrededor, todo el mundo lleva estos relojes de lujo. Si sales a la calle, hay Lamborghinis y Ferraris», continúa Whaley. «Vamos a ir al grano. Todos estamos aquí para flexionar».