El vídeo abre la noticia en su edición digital. 1.47 minutos de duración. “Alicante, a bordo del Corso” se data arriba a la izquierda en la grabación. Atrás queda el puerto de Torrevieja. “Dos días de navegación y de conversación sobre el mar y los libros”. El cielo luce la panza de burro que el Mar Mayor —como en Cartagena le decimos al mar grande— tiene los días después de la gota fría. O quizá sea porque al otro lado del corte de mangas que La Manga le mete a la memoria de Don Tomás Maestre, el Mar Menor, al que yo me resisto a llamar laguna, aunque lo sea, y en el que de niño pescaba caballitos de mar frente en el Club Náutico de Los Nietos, se muere de una enfermedad tan antigua como el viento: la avaricia.

En ninguno de los planos se ve bien el velero. Reverte, que acaba de publicar El Italiano (Alfaguara. 303 pág. 20.80 euros), una historia de amor entre una española y un buzo italiano, cuida mucho lo que enseña y lo que no. Es normal. Un escritor superventas con su proyección en Twitter, buen conocedor de las miserias de los dueños de los medios y de la precariedad profesional, experto polemista, es un maestro, no de esgrima, sino de esa nueva asignatura que todos improvisamos que se llama marca personal. Imagínese la jodienda de fondear en la Playa de los Muertos y que vengan a darte por el culo los de las motos acuáticas.

La periodista “elegida” es la colega venezolana Karina Sainz de Borgo que en su perfil de Twitter (@karinasainz) dice creer “en la resurrección futbolística de Guti” y cuya novela La hija de la española fue elegida por la revista TIME uno de los 100 libros a leer en 2019. “¿Os habéis tomado la Biodramina con cafeína?”pregunta el armador y patrón. No hay mucho viento. Reverte no hubiese zarpado de promoción obligando a la reportera y al camarógrafo a vaciarse el estómago. Les aseguro que a un capitán le jode y mucho que sus invitados echen las muelas por la borda.

Por estribor se divisa la Grosa, a 2 millas de La Manga. 17.5 hectáreas y 90 metros de altura que en la península no serían y aquí son el referente en triángulo con las islas Hormigas, con su faro automático desde que un temporal mató a la familia que lo mantenía, donde el trasatlántico genovés El Sirio se hundió en la gran tragedia civil de la navegación en España y el faro de Cabo Palos (“que lo han hecho los catalanes, y dicen que va a durar mientras que duren los mares”). Mi abuelo Andrés nació en La Barra en el pueblo de pescadores el mismo año que El Sirio (115 metros de manga y 13 de eslora) se fue a pique.

Muchos marinos de media mañana salen por la bocana de El Estacio, con su farito a rayas blanquinegras, y apenas van a amarrar a alguna de las boyas amarillas que el ejército ha puesto para nadie fondee frente a la Grosa. Dicen que los mandan allí son militares, pero las que dan las órdenes en la Grosa son la gaviota patiamarilla, el paíño europeo, el cormorán moñudo, el halcón peregrino y la gaviota de Audouin. Entre todas la tienen cagada y bien cagada de guano, pero la canturrean con locura cuando el sol llama a amanecer. A pocos metros el Farallón, un islote cabroncete, con una laja sumergida a 2 metros o 2 metros y medio, que fue usado desde tiempos inmemoriales para descargar el contrabando y que ha sajado, con la precisión de los quinquis buenos, la obra viva de más de un barco.

Ya tenía yo apuntada para mis derrotas la lista de libros que Pérez-Reverte lleva en su barco. Algunos ya le compré a Juan Melgar, el patrón de la Librería Robinson, Imagino que los habrá fijos y otros que entrarán y saldrán como los víveres, como se embarca la fruta fresca.

Apunten las novelas de Joseph Conrad la Línea de sombra, El espejo de mar traducido por Javier Marías (su íntimo amigo), Los derroteros de Tofiño —aún útiles a pesar de su antigüedad—, Navegación con mal tiempo, de Adlard Coles, el Diccionario marítimo de O’Scanlan, Capitán de mar y guerra de Patrick O’Brian, el Moby Dick, de Melville por si uno se encuentra una frente al Cabo Tiñoso, El cazador de barcos, de Justin Scott, la sensacional La Cacería, de Alejandro Paternain o Mar Cruel, de Nicholas Monsarrat.

Su columna en el XL Semanal, el dominical sindicado de Vocento, que antaño fue una máquina de hacer dinero y hoy sufre la tiritona digital, se llama Patente de Corso. “He echado el hierro al fin a resguardo del viento, en fondo de arena, con cinco metros de sonda y treinta y cinco metros de cadena, y con el compás de puntas calculo, sobre otra carta náutica desplegada en la camareta, la nueva navegación y las singladuras necesarias para el próximo viaje.

Cumplo sesenta y nueve años dentro de dos meses, y a esa edad lo de elegir nuevos rumbos no es un acto banal” escribió en la columna “Sobre novelas, faros y barcos” el año pasado. Hoy sobre sus náuticos rojos calza 70 primaveras.

El 2 de julio de 2018, en el océano tenebroso de twitter, Reverte publicó una foto de la bandera española que ondea en la popa del Corso. Un poquito de agitación nunca viene mal. “La de la coronita azul, reglamentaria para barcos de recreo, nunca me gustó” escribió, “Es desangelada y más bien fea. Así que está es la que llevo. En 25 años, ninguna autoridad marítima española o extranjera me la ha discutido nunca”. Y los “jeiters” (digo yo que tendrá la RAE que buscar un palabro para los odiadores digitales y su anonimato incívico) fueron a por él.

La foto, tomada en el ocaso, también dice a los que navegamos que Reverte traza travesías largas, con una lanza salvavidas bien amarrada de las que sirven para ver en la distancia el flotador lanzado al hombre al agua. Un hombre caído entre olas de dos metros, con poca luz, es carne de hipotermina final.

Intuyo que el Corso tiene de los apellidos del sueco Harry Hallberg (1914-1997) y el alemán Christoph Rassy, con dos foques y una buena popa. Debe ser un 50 pies al menos, ¡para que más! Barcos más grandes son más complejos si se quiere disfrutar de la navegación en solitario. Pronunciar estas dos palabras ante un aficionado o un entendido garantiza que el interlocutor arqueará las cejas y arrancará su beneplácito diciendo “¡Hombre, eso son palabras mayores..!”

Para los mas atrevidos hace apenas unas semanas recibí un mail en el que Hallberg Rassy buscaba distribuidor en España. No creo que sea fácil hacerse con la licencia ante la garantía de ventas exigidas. Ni tampoco encontrar muchos compradores capaces de gastarse a partir de medio millón de euros, por ejemplo, en el nuevo HR40 C con bañera central, una de las famosas innovaciones de la marca. El nuevo HR40C, casi imposible encontrar uno nuevo sin esperar al menos un año, probablemente sea en 12 metros de eslora el mejor barco en su categoría.

Si tienen alguna vez ocasión de navegar en un Rassy no lo duden. Las maderas de sus camarotes están a la altura de la afamada carpinteria sueca. La fibra de su monocasco es dura y ligera y el astillero de Ellös (apenas 87 trabajadores, fundado en 1943), hoy en manos de Magnus Rassy, se ha preocupado más por la reputación de barcos duraderos -“bluewater cruises”- para surcar todos los mares que por el beneficio a corto.

Una fotografía de Conrad “en su barco, donde preside la estantería junto a un reloj de arena” decora el Corso de Reverte. Los buenos marinos, como los presos, piensan mucho que fotos ponen en la camareta o el chabolo, ya sean vedettes de pecho al aire o escritores, porque no caben muchas y porque si alguien entra en la celda o sube a bordo sabrá mucho de sus sueños y de sus zozobras.

“Un barco no es una democracia. Y en este barco ni se grita, ni se corre” escribe Karina y pone en boca del capitan de yate Reverte que donde manda patrón no manda marinero y que el pasaje no es ni marineria tan sólo “invitados”. Si quieren navegar con el escritor pero con los pies en tierra recomiendo la lectura Los Barcos Se Pierden En Tierra. Textos y Artículos Sobre Barcos Mares y Marinos (1994-2011) Alfaguara.

Tan solo un consideración al vídeo de ABC, justo antes de cruzar el canal del Estacio, imagino que como yo blasfemando porque solo se abre cada dos horas, los colegas rotulan “al academico y navegante” y yo creo que no, que navegante se es antes, que es más grande. O a mi al menos, me lo parece patrón.