El barón Alfred Tennyson, poeta, dramaturgo y Miembro de la Royal Society, una de las entidades científicas más antiguas y prestigiosas del Reino Unido, bromeó en una ocasión con el también poeta romántico inglés William Wordsworth diciendo que debería haber globos aerostáticos al pie de todas las grandes montañas para que nadie tuviera que escalarlas. A Wordsworth no le hizo gracia, pero seguro que hay a quien le parece una buena idea. En la actualidad, la mayoría de las guías de viaje de los Pirineos están dirigidas a senderistas y escaladores y es así por algo. Pero ¿qué pasa con los que adoran las montañas, pero no están en forma como para treparlas hasta su cumbre?
Hoy en día es prácticamente imposible encontrar cuatro robustos campesinos porteadores que suban en silla de manos a los visitantes más perezosos (pero acaudalados), tal y cómo se hacía en el siglo XIX, en pleno apogeo del turismo romántico, a los Pirineos. Pero en su lugar han surgido funiculares, teleféricos y otros tipos de remontes para ascender a los otros lugares más inaccesibles de las cumbres pirenaicas.

Las leyendas sobre estas montañas son tan antiguas como la humanidad y el Pic du Midi es protagonista de una de ellas, según la cual los Pirineos son la tumba de Pyrene, hija de Túbal, el primer rey de la península Ibérica. Cuando este fue derrotado por Gerión, Pyrene, asustada trató de esconderse de su crueldad entre los bosques de la llanura situada en lo que hoy conocemos como los Pirineos. Gerión, incapaz de localizarla, prendió fuego a todo el bosque, mientras que Hércules –su enemigo, que lo terminaría matando en su décimo trabajo–, enamorado de la princesa, trató de salvarla sin conseguirlo; en su recuerdo decidió hacerle, en homenaje, la más grande y bella de las tumbas: los Pirineos. Del amor entre Hércules y Pyrene había nacido Pitón, la mítica serpiente que guarda la tumba de la bella princesa, cuya cabeza se encuentra en Gavarnie y su cola en el Pic du Midi de Bigorre.
Un teleférico hasta una cumbre a 2.877 metros de altura
Una de las ascensiones más sencillas, pero también más satisfactorias y emocionantes, es la que nos lleva al Pic du Midi de Bigorre, al otro lado de la frontera, al norte del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, pasando por cumbres míticas del ciclismo como son el Col d’Aspin y el Tourmalet. Llegar a la cumbre del Pic du Midi y al observatorio astronómico construido en la cima de la montaña, es muy sencillo, gracias al teleférico abierto en 1952, utilizado originalmente para transportar al personal y poder trabajar allí en todas las estaciones. El teleférico sale desde la estación de esquí de La Mongie, en la vertiente este del dominio esquiable de Grand Tourmalet, y cubre los poco más de mil metros de desnivel –y cerca de cuatro kilómetros a vuelo de pájaro que separan el pueblo del observatorio– en apenas quince minutos. Situado en el centro de los Pirineos, el Pic du Midi se distingue claramente del resto de picos de la cadena montañosa, por lo que durante la antigüedad se creyó que era el más alto de todos, pese a que, con sus 2.877 metros de altitud, se encuentra, en realidad, en el puesto 149º de las cumbres más altas de la cordillera.

El ascenso a la cumbre nunca fue especialmente complicado, pero se necesitaban tres horas a caballo o cuatro horas en silla para llegar a la cima desde el Chemin du Tourmalet, donde se había levantado una posada cercana a la cumbre. Desde principios del siglo XVIII se realizaron en la cumbre estudios científicos de la corona solar o de la presión atmosférica, hasta que, finalmente, se decidió iniciar la construcción de un observatorio astronómico. Los primeros movimientos de tierra en la cima comenzaron en 1875, hace exactamente 150 años. La mayor parte del material y el equipo de construcción tuvieron que ser transportados a lomos de porteadores y mulas y los primeros edificios se terminaron el 8 de septiembre de 1882. Durante mucho tiempo el del Pic du Midi fue el observatorio más alto de Europa, e incluso ahora sólo lo superan otros tres, uno en Sierra Nevada y dos en Canarias.
Un destino turístico paradisíaco
El observatorio astronómico sigue funcionando en la actualidad, aunque estuvo amenazado de cierre en 1994, víctima del progreso científico y del desarrollo de la observación por satélite, pero la región de Midi-Pyrénées tomó cartas en el asunto y creó una asociación para relanzar el lugar con una nueva función: favorecer el turismo… El teleférico existente fue sustituido por un nuevo aparato más moderno para transportar al público en general y el sitio, ya renovado, se abrió al público en 2000. Sigue siendo una estación meteorológica –que suministra datos a Meteo France– y un observatorio estelar, pero ahora la experiencia inigualable de alcanzar una cumbre de montaña está a disposición de todos aquellos que no pueden (o no quieren) realizar una ascensión exigente: en la plataforma de la cumbre hay una enorme terraza que ofrece unas vistas impresionantes de los picos nevados, como la guinda de un pastel gigante. En un día despejado, se puede ver, hacia el Oeste, el Pic du Midi d’Ossau (en ocasiones excepcionales se llega a ver, incluso, el mismísimo Golfo de Vizcaya, a una distancia de casi 160 km), y hacia el Este el Monte Valier, en el Ariège. Y al Sur, el Aneto.


Quien quiera aprovecharse de las circunstancias para la práctica del deporte, también es bienvenido: en invierno, los esquiadores expertos en esquí fuera de pista son asiduos del teleférico, realizando descensos por sus laderas de nieve virgen hasta alcanzar las pistas de la estación de Grand Tourmalet. Y en la cumbre también se puede experimentar el vértigo de la escalada en hielo, en una pared rocosa “creada” exprofeso para su práctica, aunque esta actividad no es libre: es obligatorio contratarla bajo la supervisión de un instructor, que proporciona al visitante, eso sí, el material necesario (arnés, crampones, casco y piolets de escalada en hielo). Sólo es preciso llevar botas cramponeables… Y en verano, las laderas están abiertas para los ciclistas expertos en descenso de montaña con bicicletas MTB.


El observatorio cuenta también con un museo dedicado a las estrellas y al estudio del Sol, en el que se pueden ver fotos que muestran como era la vida de ermitaños de sus primeros moradores hace más de cien años, cuando el equipo de científicos podía permanecer aislado por la nieve durante meses. El lugar dispone también de un restaurante –el 2877– en el que probar las especialidades regionales, como el cerdo negro de Bigorre y la trucha del Pirineo, y un bar bistró de comida rápida. Y el alojamiento para el personal del observatorio, que en el pasado ofrecía un confort poco mejor que el de un refugio de montaña, se ha transformado, desde finales de 2011, pera permitir pernoctar a los turistas en condiciones cómodas (hay doce habitaciones dobles y tres individuales). Como jamás se pensó como hotel, el espacio es limitado y se limita a sobrios camarotes con lavabo –con instalaciones sanitarias compartidas–, que permiten, eso sí, contemplar la puesta y la salida del sol con la más sublime vista de los Pirineos y de la bóveda celeste.