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Manuela Carmena: «Cuando llegué a mi despacho como alcaldesa, habían quemado todo»

La exalcaldesa Manuela Carmena ha escrito su séptimo libro, unas memorias de su vida personal y profesional. Nos lo cuenta en su casa comiendo sus famosas magdalenas.

Manuela Carmena fotografiada en 2018. Foto Getty

El día en que Manuela Carmena (Madrid, 81 años) cruzó por primera vez la puerta del despacho de la alcaldía de Madrid, se encontró con un vacío absoluto. No había bolígrafos, ni documentos, ni siquiera uno de esos pisapapeles olvidados que suelen sobrevivir a cualquier relevo institucional. Todo rastro del mandato anterior, el de Ana Botella, había desaparecido. Literalmente. Al preguntar qué había sido de los enseres de su predecesora, algunas empleadas le respondieron que se había quemado todo.

Lejos de dramatizar el episodio, Carmena lo cuenta como una anécdota más en una vida repleta de historias. Jurista, política, consultora de la ONU, empresaria social, madre y abuela, siempre está dispuesta a compartir una conversación pausada, sin rodeos y sin esquivar ningún tema. Aborda con la misma serenidad asuntos como el informe que está escribiendo sobre el caso de Dani Alves, su opinión sobre la publicación del libro de José Bretón, la diferencia entre la visión de la sexualidad en su generación y la actual, cómo se vive bajo la amenaza de ETA o qué significa para ella el amor.

Así lo demuestra también en su libro Imaginar la vida (Editorial Península), donde reflexiona sobre sus experiencias y pensamientos con la naturalidad con la que ofrece un café en su casa. Y, por supuesto, acompañado de sus ya míticas magdalenas caseras y alguna reflexión sobre sus flores favoritas: las azaleas que cuida desde hace más de 30 años en su jardín.

Ha escrito cinco libros, ¿cómo decidió ponerse en marcha con este?

Con este libro tardé más que con los anteriores. La editorial me pidió que escribiera algo sobre toda mi vida, y pensé en dejar un legado explicando cómo había contribuido a mejorar lo público. Esta vez incumplí los plazos, quizá por cansancio o porque ya había escrito mucho. Pedí más tiempo y me lo concedieron. Aproveché el verano y lo terminé en un año y medio.

Manuela Carmena y su hermana, Ana, en una boda familiar en 1949. Foto cedida.

Usted fue pionera en acudir a las cárceles con el objetivo de reformar sus dinámicas desde dentro. ¿Qué sintió el primer día que entró en una?

Como abogada ya había estado en prisiones, pero no conocía su funcionamiento desde dentro. Cuando empecé a descubrirlo, me atrapó: entender cómo nacieron para humanizar los castigos me pareció fascinante. Un libro de Concepción Arenal me impactó muchísimo, porque hablaba de problemas que yo misma veía más de un siglo después. Me tocó una época muy dura con el terrorismo, la heroína y el sida. Aun así, creo que logramos mucho, y por eso me preocupa ver cómo ahora se admiran modelos como el de Bukele: la violencia nunca puede ser la solución.

¿Qué diferencias percibe entre la población reclusa de 1989 y la de 2025? 

Hoy hay muchas menos personas en prisión que antes: pasamos de más de 80.000 a unas 50.000. Ahora hay muchos más condenados por violencia de género —no solo por feminicidios, también por otras formas de violencia machista—, y han crecido los casos por infracciones de tráfico. Algo que antes era impensable es ver en prisión a corruptos políticos o económicos, los llamados “delincuentes de cuello blanco”, que apenas se veían al inicio de mi carrera. Aún hay presos por narcotráfico, sobre todo por cocaína, y en menor medida, por terrorismo islamista. De ETA quedan pocos, pero casi el 80% está inmerso en procesos de perdón y justicia restaurativa con las víctimas.

Manuela Carmena trabajando en un congreso en Barcelona en 1978. Foto cedida.

En su libro habla de que a los presos por terrorismo y a los agresores sexuales no se les concedía el perdón ni herramientas de reinserción. ¿Se merecen ser perdonados José Bretón o Ana Julia Quezada?

Ahora se está apostando más por que todo el mundo tenga acceso a programas de tratamiento y reinserción.

El reto con condenados a prisión permanente revisable, como Bretón o Quezada, es que tienen perfiles muy complejos, como la psicopatía, que aún se entiende poco. Son personas sin empatía, lo que los hace especialmente difíciles de tratar. Con el tiempo, creo que se abordará como una enfermedad mental, intentando al menos que no hagan más daño y puedan vivir con dignidad.

¿Qué opina del libro sobre José Bretón que tanta polémica ha generado?

La decisión de la editorial de no publicar el libro no debe verse como censura, sino como una medida para evitar que el condenado siga causando sufrimiento a las víctimas. Sería adecuado aplicar una pena accesoria que impida a los condenados lucrarse o aumentar el dolor de las víctimas mediante la publicación de relatos sobre sus crímenes. En definitiva, no se trata de censurar libros, sino de proteger a quienes ya han sido profundamente dañados.

¿Cuáles son los motivos por los que considera que hay presos que no se reinsertan?

El nivel de reinserción es mucho más alto de lo que la gente piensa. La mayoría de las personas que pasan por prisión no vuelven a delinquir, aunque socialmente se repita lo contrario sin analizar los datos reales. Los casos de reincidencia suelen estar más vinculados a personas con adicciones graves; si no logran superar esa dependencia, pueden volver a cometer delitos por necesidad.

¿Cómo vivó la época en la que estaba amenazada por ETA? ¿Qué aprendizajes obtuvo de esos años?

Siempre he sido una persona optimista, y cuando el peligro lo percibes como algo lejano, no lo vives con tanta intensidad. Tomaba precauciones, como mirar debajo del coche, algo que mis hijos recuerdan. A pesar de todo, hubo momentos impactantes. Un día, dos chicos se me acercaron y me asusté, pero eran dos policías protegiéndome. Eso te recuerda que estás en una lista, aunque con el tiempo se difumina.

Cuando formaba parte del Consejo General del Poder Judicial, no quise coche oficial, a pesar de la amenaza. El presidente insistió: “Estás en los papeles de ETA” Pero yo prefería ir en metro, donde me sentía más segura.

Manuela Carmena con su hija Eva en 1998. Foto cedida.

¿Me puede contar algún secreto de su etapa como Alcaldesa? 

Al llegar al despacho me encontré con algo increíble: no había absolutamente nada, lo habían quemado todo para borrar cualquier rastro de la gestión anterior. Ni un papel, ni una lista de teléfonos. Yo, sin creerlo, miraba alrededor y decía: «¿Pero todo esto está quemado?». Fue entonces cuando llamé a las secretarias y les propuse reunirnos todas las mañanas. Se quedaron calladas, no decían nada. Les pregunté qué pasaba y me respondieron que aquí nunca se hablaba con ellas. Fue tan poco humano que no podía comprenderlo.

Usted insiste en la idea de que la justicia tiene que ser más comprensible y cercana. ¿Qué haría falta para lograr una justicia más humana?

Para lograr una justicia más humana, es fundamental que los jueces cuenten con perfiles más afinados, con empatía, intuición y una comprensión profunda del ser humano. No basta con memorizar artículos de los códigos; los jueces deben ser capaces de entender el origen de los conflictos y utilizar las herramientas legales de manera intuitiva para resolverlos. La justicia debería permitir a los jueces interactuar y preguntar para comprender mejor los casos, en lugar de solo tomar decisiones desde la soledad de su despacho.

¿Qué opina de la sentencia del futbolista Dani Alves?

La sentencia de Dani Alves plantea un análisis interesante sobre la importancia de las pruebas objetivas y la fiabilidad de los testimonios. En este caso, la Audiencia Provincial consideró que la víctima decía la verdad sobre la agresión sexual, mientras que el Tribunal Superior restó fiabilidad a su versión debido a contradicciones en su testimonio. Esto refleja la complejidad de los juicios, donde las pruebas no siempre tienen el mismo nivel de certeza. Aunque comprendo el enfoque del Tribunal Superior, me parece más razonable la sentencia de la Audiencia Provincial, que defiende la veracidad de la víctima en lo esencial del caso.

¿Cómo se cultiva la empatía en un mundo tan polarizado?

La empatía es algo que, desde pequeños, los niños ya empiezan a mostrar de manera natural. Lo bonito es que, si la favorecemos, la valoramos y la alabaramos, se va desarrollando aún más.

Cada vez que voy al hospital a recoger mi medicación, las colas suelen ser largas. Un día, vi a un hombre muy enfadado. En lugar de dejarlo estar, me acerqué y le pregunté qué le pasaba. Traté de escucharle, ponerme en su lugar, y al final su actitud cambió. Me di cuenta de lo poderoso que es escuchar con empatía, de cómo a veces lo que más necesita alguien es saber que realmente te importa y que estás dispuesto a escuchar.

¿En qué consistía el modelo de familia que implantó con su marido?

La diferencia principal entre el modelo de familia que tuve con mi marido y lo que hoy se conoce como una relación abierta es que no era un modelo prefijado. En nuestra relación, ambos éramos seres independientes, completos por nosotros mismos, con profesiones distintas y vidas que nos llevaban a encontrarnos con otras personas y realidades. No había una intención de tener una «relación abierta» en el sentido moderno, sino una determinación de ser dos personas completas que se respetaban mutuamente.

¿Cree que es el modelo más sostenible de familia actualmente?

No soy quien para dictar lo que es mejor para los demás. Cuando fui alcaldesa y casaba a gente, siempre les decía que cada uno tiene su propio modelo de pareja, y lo importante es no dejarse llevar por lo que se espera, sino decidir lo que realmente se quiere. Me gustaba leerles una poesía de Gibran, que habla de cómo una relación debe mantenerse con dos columnas independientes, algo que me parece fundamental. Respeto totalmente a aquellos que creen en la «media naranja», pero creo que es importante que haya muchas formas de vivir una relación, no solo una.

¿Cómo percibe la maternidad en 2025?

Existe mucha presión por ser la madre perfecta. Lo importante es no poner etiquetas ni seguir reglas estrictas. Muchas madres se complican siguiendo manuales preestablecidos y los niños solo necesitan sentirse muy queridos, a lo demás se adaptan. Yo logré compatibilizar mi vida profesional con la maternidad y mis hijos salieron estupendos. Les di biberón, los llevé a muchos sitios y les hablé de todo. No critico a quienes eligen sobreproteger, pero hay que encontrar un equilibrio. Si por proteger a tus hijos vas a dejar de lado tu carrera o tener solo uno, tal vez es mejor reflexionar.

Recuerdo una anécdota divertida con mi hija y me dijo que no le había puesto ropa interior. Fue un momento gracioso, pero pensé, ¡no pasa nada! Las madres no son heroínas, lo importante es elegir lo que consideres mejor para tu familia.

¿Qué consejos le daría a las mujeres jovenes que quieren ser madres pero no terminan de verlo posible?

Que no se puede perder esa cosa maravillosa que es tener un hijo o una hija. Es algo tan maravilloso que no te lo puedes perder. Y el que se lo quiera perder, a ausencia y conciencia, vale. Pero el que se lo pierda, que sepa que los que tenemos hijos pensamos que es una cosa tan absolutamente maravillosa que es dramático perdérselo desde mi punto de vista. Es absolutamente fantástico.

¿Que diferencias percibe en la sexualidad de antes y la de ahora?

Viví una época clave para la liberación de la mujer, en la que empezamos a hablar abiertamente sobre nuestra sexualidad y a entender que no es igual a la masculina. Me impactó descubrir que prácticas como la ablación del clítoris existían también en países como EE. UU. Hoy echo en falta una educación sexual real en las escuelas. Aún sentimos mucha presión por satisfacer, y eso está muy ligado a la violencia de género. Sigue habiendo una expectativa enorme de que debemos complacer a los hombres.

¿Qué diría a las nuevas generaciones que sienten frustración con el sistema, que creen que no sirve de nada implicarse?

Les diría que la realidad demuestra lo contrario: las grandes decisiones históricas siempre son el resultado de la suma de voluntades individuales bien coordinadas. En un barrio de Madrid, con unas 4.000 o 5.000 viviendas, fueron los propios vecinos, a través de su asociación, quienes transformaron un mar de chabolas en un barrio estupendo. Ahora tienen calefacción por solo 12 euros al mes, y lo gestionan ellos mismos. Esas cosas no se conocen, pero están sucediendo. La sociedad ha cambiado, hemos conquistado muchas cosas, y lo hemos hecho por y para las personas. Decir que el sistema no sirve es una tontería, porque el sistema no es más que el reflejo de cómo las personas ocupan los lugares del tablero de ajedrez.

¿Qué es lo más divertido de ser abuela?

Me gusta mucho. No sabría decirte qué es lo más divertido, pero es curioso porque al vivir rodeada de personas tan jóvenes, tengo un nieto de 25 años y una nieta pequeña de dos y medio, puedo experimentar muchos modelos diferentes de infancia, adolescencia y niñez. Te divierte mucho porque, de alguna manera, vuelves a ver esas etapas y te dices: «Yo ya lo sabía, ya lo he vivido». Pero al volver a verlo desde otro lugar, con una mochila mucho más llena, se convierte en una experiencia muy enriquecedora.

¿Cómo ha cambiado su forma de entender la felicidad a lo largo de los años?

Con el tiempo he aprendido a gestionar mejor la felicidad, comprendiendo que no solo se trata de lo que uno siente, sino también de cómo se relaciona con los demás. Es clave racionalizar los sentimientos y actuar con inteligencia emocional. La vida está llena de altibajos, como un álbum de cromos donde lo bueno y lo malo se alternan, pero llega un momento en que te das cuenta de que no necesitas seguir ese álbum, sino crear el tuyo propio. Saber lo que quieres y cómo hacerlo te hace más experto en ser feliz. Cada experiencia me ha dado herramientas para lograrlo.

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