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Natalia Álvarez, la cazadora de tendencias artísticas que triunfa en la capital

Danza, música o performance. Natalia Álvarez ha logrado convertir del centro Condeduque, donde ocupa la dirección artística, en un referente de las artes escénicas. Famosos como Pedro Almodóvar o Barbara Lennie no se pierden sus espectáculos. Hablamos con ella.

 

Natalia Álvarez Simó fotografiada por Begoña Solís

Desde su despacho observa el patio principal del Centro de Cultura Contemporáneo Conde Duque, un oasis para los amantes de lo contemporáneo en pleno barrio de Universidad de la capital de España. Natalia Álvarez Simó (Tenerife, 47 años) fue nombrada directora artística del espacio en 2020, “justo antes de que nos encerraran por la pandemia”, con una doble función: trazar las líneas artísticas y seleccionar los contenidos de un centro que tiene unas 110 actividades por temporada que inspiran a habituales del palco de butacas como Pedro Almodóvar o Bárbara Lennie. Durante aquellos meses de confinamiento ella aprovechó para diseñar un nuevo concepto para Conde Duque que hoy en día cuenta con el compromiso del público y un reconocimiento nacional e internacional.

Álvarez Simó había trabajado anteriormente en los Centros Canal de la Comunidad de Madrid y fue comisaria de Artes Escénicas en el Museo Reina Sofía, pero la suya no ha sido una carrera fácil. Estudió Historia del Arte por la Universidad de La Laguna en su ciudad natal y un master en gestión cultural. Mientras se seguía formando trabajó un poco de todo, fue acomodadora del Teatro Real, road manager de grupos de música e incluso repartió publicidad de colchones Lo Mónaco. Su primera gran oportunidad le llegó al poder trabajar junto a su mentor, el galardonado dramaturgo Guillermo Heras en el Ministerio de Cultura: “Me llevaba al teatro sin parar, me enseñó gestión y tuve la suerte de ser su pupila”, rememora.

“Cuando me preguntan que a qué me dedico, yo siempre respondo que yo soy ojeadora, pero ojeadora de artistas y espectáculos en vez de jugadores de fútbol”, nos cuenta. Su empeño ha permitido al público de Madrid disfrutar de grandes de la talla del director y dramaturgo Romeo Castellucci, el artista multidisciplinar Jan Fabre, el director de escena Thomas Ostermeier, el filósofo y escritor Paul B Preciado, la coreógrafa Sharon Eyal, el bailaor y coreógrafo Israel Galván, la compañía La Veronal, o el proyecto El Conde de Torrefiel.

Esta “yonki del teatro” escucha todo tipo de música -de trap a fados-, está atenta a las
tendencias de los cenáculos culturales, del mundo académico y sigue las programaciones
internacionales más importantes como la del Festival de Avignon, la cita teatral más
prestigiosa de Europa que este año tiene al español como lengua invitada
, y en el que el
Centro de Cultura Contemporáneo Conde Duque estará muy presente en esta ocasión -del 29 de junio al 21 de julio-.

¿Cuál es su participación en la 78 Edición del Festival de Avignon?

Somos los únicos españoles que coproducimos a La Ribot (María José Ribot), una
coreógrafa histórica reconocida nunca había estado en Avignon, y como este año el festival
está dedicado a la lengua española se hace una revisión de la historia de la reina Juana I de Castilla [conocida como Juana La Loca] con Juana Ficción. Y la otra española que inauguraba Avignon es Angélica Liddell que estrenaba espectáculo que se inauguraba en el Palacio de los Papas que ha sido un escándalo, como todo lo de Angélica.

Natalia Álvarez Simó fotografiada por Begoña Solís

¿Cómo ha visto el ruido que ha generado el estreno de Liddell?

Bueno es que ella es así, ella siempre mete el dedo en la llaga en el sentido de que toca lo
que no se puede tocar, y eso es lo bonito también. En uno de los espectáculos, en pleno
movimiento Me Too sacó un monólogo metiéndose con las mujeres
. ¿Qué es lo que no se
puede tocar en Francia? La crítica, y ella arremete contra ella. Igual con los toros… siempre
incide en lo políticamente incorrecto.

De su paso por los Teatros del Canal, ¿de qué está más orgullosa?

Destacaría el regreso de Angélica Liddell, que llevaba años sin querer volver a España
porque no se la reconocía, y las 24 horas de tragedias griegas de Jan Fabre con Monte Olimpo. Pero para mí el gran hito fue crear un público y normalizar la creación de las artes escénicas contemporáneas de Madrid como en Europa, porque aquí esa programación estable contemporánea ha sido revolucionaria.

Cuatro meses después de aquel cese la llamaron para dirigir el Conde Duque, ¿cómo fueron los inicios?

Pues llegué a un mes prácticamente de la pandemia. Gracias a Dios, los primeros días tuve
tiempo de conocer a todo el equipo. Cuando comenzó el encierro aproveché para cambiarlo todo: la web, la imagen corporativa… Yo creía que el centro tenía un problema de identidad y quería cambiar eso. Por primera vez, además, se hizo una programación de septiembre a primavera.

¿Es la situación más difícil que ha afrontado como gestora cultural?

Sin duda. Para mí lo más difícil fue tomar decisiones estando encerrados: no saber si
abríamos o no el centro. Yo tenía un excel con cuatro escenarios posibles y para mí lo más
complicado fue trabajar en lugar de parar en esos días. Hablaba con todos los artistas para ver si al abrir podían venir… En septiembre volvimos a abrir al 50% y recuerdo que cada viernes nos reuníamos para ver todas las nuevas medidas. Todo en medio de rumores de recorte de presupuestos.

¿Cree que Madrid gestionó bien la cultura en esos tiempos?

Recuerdo que en esa época vinieron dos compañías internacionales de México y Berlín y no se creían que los teatros estuvieran abiertos. En algunos países se abrían los centros
comerciales, pero no la parte cultural. En Francia o Italia hubo un rescate de artistas mientras que en España eso no se pudo gestionar.

¿Y cómo es su trabajo ahora en el día a día?

En estos años no he parado de viajar y de generar una red de contactos internacionales
muy grandes. Estoy continuamente en Italia, Taiwán, Chile, Polonia… yo me ocupo de ir y de ver qué espectáculos nuevos se crean, qué es lo mejor que puedo traer, cuáles son las
tendencias del MoMA, del Pompidou… contacto con otros centros y también directamente con los artistas. El año pasado traje a la coreógrafa que todos se matan por ver, Sharon Eyal;
también a la bailarina Lía Rodríguez, que no había venido a Madrid; o al estadounidense Trajal Harrell a quien han dado el León de Oro de Danza en Venecia. Y más que van a venir.

¿A quién ha echado el ojo para traer próximamente?

Querría traer a Arca, que es un músique -porque es chique- de Barcelona que actúa sólo en
el Sonar y sitios súper exclusivos. Es de Barcelona. Colabora con Beyoncé y Madonna. La
próxima temporada la vamos a inaugurar con la pieza Juana Ficción de La Ribot.

¿El interés por la cultura le viene de familia?

Mis padres son químico y bióloga, los dos profes de instituto. Sin embargo mi abuela
estudió Filosofía y Letras en Tenerife: sus padres se mudaron cerca de la universidad para que ella y su hermana pudieran estudiar. A su marido, mi abuelo, le gustaba la fotografía. Yo estudié Ballet Clásico, con 12-13 años empecé a hacer teatro y aquello se fue convirtiendo en algo.

¿Sigue habiendo discriminación machista en el mundo cultural?

Sí, las técnicas de mandos intermedios son todas mujeres, y arriba no. Yo soy una de las
pocas. Y ahora es más normal, pero en 2017, cuando estaba en Canal, yo sí lo notaba
muchísimo. Me pasó de todo. Una vez llegó uno que se sentó delante de mí y me dijo: ‘Oye, mi madre siempre ha trabajado’. Yo no entendía qué me quería decir, y entonces comprendía que me estaba diciendo que no le importa sentarse a trabajar conmigo porque mi madre trabajaba. Otros se sentaban a negociar juzgando: ‘Tú eres muy joven, ¿no?’. Me han llegado a decir: ‘Pero ¿cómo puedes ser directora y estar todo el día viajando y ser madre?’ ¿A qué hombre le preguntan esto? O gente que te pellizca la mejilla y que te pregunta sabiendo quién eres que dónde está el director… Pero desde 2017 hasta 2024 ha cambiado mucho, hay un abismo. Hay un cambio social mundial, es una toma de conciencia para empezar a corregir estas cosas porque hay un techo de cristal que se puede tocar.


Natalia Álvarez Simó fotografiada por Begoña Solís

¿Su pareja la apoyó?

Sí, siempre. Mi hija tiene 9 años pero mi exmarido siempre apoyó mi carrera profesional. Es que esto es compartido, ¿no?

¿Qué opina del espacio que se le da en los medios a la Cultura?

Cada vez es menor. A menos que en las artes escénicas cuentes con una cara más conocida,
los proyectos no se publicitan. Los periodistas de cultura son casi activistas, hay déficit de
crítica y del valor que se le concede.

¿Cuenta con suficiente presupuesto?

Está bien y me siento afortunada por tenerlo, pero siempre se podría un poco más para dar más calidad. Dependiendo del gobierno que te toque te pueden recortar, pero por suerte no me ha pasado.

¿Por qué cree que fundaciones privadas, museos y galerías de arte están apostando ahora
por las artes escénicas contemporáneas?

Porque es un valor en alza. La performance o lo escénico es algo que está vivo y te
interpela. Hay un redescubrimiento de lo escénico que lleva a darle un mayor valor. Estamos más interpelados por la experiencia y eso es lo que te da lo escénico.

¿Cuál ha sido su gran logro?

Levantar dos centros, es decir, haber cogido esos sitios, construirlos y que funcionen. Ese es uno de los grandes retos de cualquier institución: que aunque no conozcas al artista al que vas a ver, sepas qué esperar de un centro porque tiene una identidad propia. Yo tengo ese olfato de apostar y apoyar a los creadores que tienen que venir a Madrid. Soy una cazadora de tendencias. Y un hito también fue la primera lectura dramatizada que hizo el filósofo Paul B Preciado: él estaba interesado en hacer algo escénico con el texto de Yo soy el monstruo que os habla.