Los Juegos Olímpicos son mucho más que un mero evento deportivo, son un escaparate mundial donde hombres y mujeres, sin importar razas, países, religiones o creencias compiten con las mismas reglas. Pero no siempre fue así y el camino para la participación de las mujeres no ha sido fácil. Entre otras cosas porque tuvo como principal enemigo al famoso barón francés Pierre de Coubertin, el artífice de la creación de las Olimpiadas modernas: “Los Juegos Olímpicos son la solemne y periódica exaltación del deporte masculino, con el aplauso de las mujeres como recompensa”, afirmó en la inauguración de Atenas 1896, donde no hubo ninguna mujer convocada.
Estaba claro que las mujeres quedaban mejor como trofeos que como deportistas. Los prejuicios estaban muy arraigados en la sociedad y el deporte era un reflejo de esta situación. La competición femenina se consideraba “antiestética” y “poco interesante”, y, además, la práctica deportiva “masculinizaba” sus formas, algo intolerable en aquella época. Por eso merece la pena echar las vista atrás y reconocer el trabajo de un puñado de pioneras que poco a poco, marca a marca, han conseguido que esté año en París se alcance por primera vez el 50% de mujeres en las Olimpiadas.
La tenista inglesa Charlotte Cooper (1870-1966) fue la primera gran estrella del deporte femenino y la mujer destinada a cambiar la percepción negativa del público. Su éxito en las Olimpiadas de 1900 ganando la primera medalla de oro de la historia cautivó el interés de la prensa. Destacaron su gran visión de juego, velocidad y agilidad. Todo un mérito teniendo en cuenta las faldas largas reglamentarias que se estilaban para competir en esos años. En aquella edición fueron 22 las mujeres que compitieron en disciplinas consideradas aptas para su género: tenis, croquet y golf.
A raíz del triunfo de Cooper, el Comité Olímpico Internacional (COI) se planteó ampliar las categorías aptas para las deportistas. En 1904 en Saint Luis, Estados Unidos, compitieron también en tiro con arco, equitación y vela, y cuatro años después en Londres, se sumaron natación y patinaje artístico. Cooper consiguió romper los tópicos y abrir el camino a todas las que vinieron detrás y no sólo en las Olimpiadas. Está considerada la jugadora más emblemática de cuantas han pisado la hierba de Wimbledon con un total de 21 participaciones y 5 ensaladeras en su haber.
En nuestro país el equivalente a Charlotte Cooper es la famosa deportista y escritora Elia María González-Álvarez y López-Chicheri (1905-1998), más conocida como Lilí Álvarez. Destacó como tenista y patinadora, pero también practicó esquí, alpinismo, equitación, billar y hasta pilotó coches de carreras. Fue la primera mujer convocada a una cita olímpica, la de invierno de Chamonix, Francia, en 1924, pero una lesión le impidió asistir, dejando a un lado el patinaje para concentrarse en el tenis. Acudió junto a Rosa Torres para competir en dobles en las Olimpiadas de París de 1924, de las que se cumplen ahora 100 años. Pero su carrera no se limitó a este deporte, donde cosechó más de 40 títulos. “Yo fui tres veces finalista en Wimbledon” declaró en 1986, “cosa que no ha conseguido nunca ningún español varón… Ya ves, el homenaje que no me hacen en España me lo tributan allí”.
Trabajadora incansable, Álvarez fue una pionera también en el periodismo: escribió artículos políticos para el Daily Mail (cubriendo la Guerra Civil) y deportivos para ABC y La Vanguardia. Sus colaboraciones con el periódico La Nación (Argentina) dieron lugar a la publicación de dos libros: El gran enemigo de la estrella del tenis: el admirador y El tenis y la mujer. Desde 2017 el Instituto de la Mujer convoca los Premios Lilí Álvarez de periodismo deportivo para destacar trabajos en favor de la igualdad entre hombres y mujeres.
«Los deportes femeninos de todo tipo se ven perjudicados en mi país por la falta de espacios para jugar. Como no tenemos voto, no podemos hacer que nuestras necesidades se hagan sentir públicamente ni ejercer presión en los sectores adecuados. Siempre les digo a mis chicas que la votación es una de las cosas por las que tendrán que luchar si Francia quiere mantener su lugar entre las demás naciones en el ámbito del deporte femenino”. Con esta palabras la francesa Alice Milliat (1884-1957), considerada la madre del deporte olímpico femenino, puso contra las cuerdas a las autoridades deportivas en 1934 para integrar las Juegos Mundiales Femeninos, relacionando este hecho con la lucha por el voto en las mujeres.
Esta mujer fue clave en la oposición al barón de Coubertin y sus tesis contra el deporte femenino. Uno de los escrúpulos más extendidos era que las mujeres no tenían capacidad física para enfrentarse a los desafíos de la competición. Dos alemanas, la nadadora Gertrude Ederle (1905-2003) y la atleta Lina Radke (1903-1983) despejaron las dudas con su hazañas. Ederle ganó una medalla de oro y dos de bronce en las Olimpiadas de París en 1924, pero también fue la primera mujer que cruzó a nado en Canal de la Mancha superando la marca de cinco hombre que habían hecho el mismo recorrido con anterioridad. Radke, por su parte, fue la primera medalla de oro en 800 metros en los Juegos de Amsterdam en 1928 casi de milagro. De nuevo, el barón de Coubertin se oponía a la participación femenina en atletismo. Una enfermedad que le hizo abandonar la presidencia del COI en 1925 propició un cambio de mentalidad.
Otro momento histórico fue el protagonizado por Alice Coachman (1923-2014), la primera mujer afroamericana en ganar una medalla de oro. Fue en salto de altura durante los Juegos Olímpicos de Londres 1948. En su caso, la desigualdad era doble, por su color de piel no podría acceder a las instalaciones deportivas y pasó toda su etapa amateur corriendo y saltando descalza. No pudo acudir a las ediciones de 1940 y 1944 por culpa de la Segunda Guerra Mundial. Tal era su fuerza que, según el periodista deportivo Eric Williams, «si hubiera competido en esas Olimpiadas canceladas, probablemente estaríamos hablando de ella como la atleta femenina número uno de todos los tiempos».
En los Juegos Olímpicos de México 1968 participaron 781 mujeres frente a 4.735 hombre, un porcentaje de 14,2. Sin embargo, una mujer, la mexicana Enriqueta Basilio (1948-2019), más conocida como Queta Basilio, protagonizó uno de los momentos más emocionantes de la edición. Por primera vez, una deportista tenía el privilegio de encender el pebetero de la llama olímpica en la ceremonia de inauguración y volvió a portar la antorcha en 2004 en su paso por Ciudad de México camino de Atenas.
El 18 de julio de 1976 en los Juegos Olímpicos de Montreal una joven gimnasta rumana llamada Nadia Comaneci (1961) rompió toda la posibilidad de considerar al deporte femenino como algo antiestético al conseguir el único 10 en toda la historia de la gimnasia deportiva, concretamente, en barra paralelas. Las crónicas destacaron la fuerza y gracilidad de sus movimientos, combinados con una determinación inusual en una debutante. La puntuación inicial de 10 produjo cierta confusión entre los aficionados. Durante varios minutos los jueces estuvieron dialogando entre ellos hasta que la decisión fue definitiva. Ella misma comentó recientemente: “Por un momento fugaz, fui perfecta”. Los demás, nos conformamos con intentarlo. Veremos qué perfecciones nos ofrecen las Olimpiadas de este verano.