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Emma Roig, embajadora de Christie’s y sobrina de Juan Roig: «Mi tía, Hortensia Herrero, ha creado en Valencia una atracción cultural que se ha convertido en referente»

Sobrina de Juan Roig, presidente de Mercadona, y descendiente de dos de las sagas empresariales más importantes de Valencia, hablamos con Emma Roig de cómo consiguió cerrar el Vaticano para un exclusivo grupo de coleccionistas de Christie's, donde trabaja como embajadora.

Hace siete años, Emma Roig (Valencia, 57 años) acababa de empezar a trabajar como embajadora de Christie’s cuando en una reunión con el presidente de la casa de subastas, David Linley, sobrino de la reina Isabel II, propuso su primer proyecto: cerrar el Vaticano para 30 coleccionistas. Él levantó una ceja y contuvo la risa. Una española, con acento y diciéndoles iba a cerrar el Vaticano. “Su incredulidad me sirvió de ímpetu. Me costó seis meses de interminables de gestiones pero tuve suerte y lo logré. Cuando lo dije en Christie’s no se lo podían creer”. Pero así fue. Un día de mayo de 2018 se plantó con sus coleccionistas en el Vaticano. “Estaba anocheciendo y el lugar estaba vacío. Podíamos escuchar nuestros pasos por los pasillos de mármol con la sola presencia de la guardia suiza. Ver vacía la Capilla Sixtina, la escalera de los llantos y la capilla privada del Papa deja huella. Al día siguiente nos saludó el Papa Francisco que fue un honor excepcional”. 

Fue su primer logro. “Otra vez le pedí a José María Cano que me dejara alguno de sus cuadros para colgarlos en una exclusiva cena de Christie’s”, me cuenta mientras busca y rebusca entre sus enormes maletas unos zapatos que quiere calzar para la sesión de fotos que realizamos en su vivienda de Madrid. “La logística hacía el traslado imposible así que con su ingenio habitual me dijo que si los cuadros no podían ir a Christie’s, que Christie’s fuera a los cuadros, y generosamente me prestó su casa. Es un coleccionista auténtico, que convive con el arte. Tiene obras de arte en la cocina y en el gimnasio y él mismo es un pintor cotizado. Ver piezas de algunos de los artistas más importantes del siglo XX en un ambiente tan distendido, donde el anfitrión acaba cantando con su hijo al piano All you need is love fue otra experiencia única”. 

Emma Roig fotografiada en su casa de Madrid. (Foto: Daniel Alea)

La vida de Emma es como las anécdotas que cuenta. Extravagante, divertida y única. “Desde niña he querido ver mundo. Hace 30 años me fui de España para un ratito y todavía estoy dando vueltas”. Además de Madrid, tiene casas en Londres e Ibiza y cuando hablas con ella suele estar a punto de subir a un avión o recién bajada de otro. Anoche llegó de la capital inglesa y esta misma tarde saldrá rumbo a Valencia. A las dos semanas, me mandará un mail desde Sudáfrica, donde ha ido de Safari con su marido y sus tres hijos, y antes de que transcurra un mes me llamará desde Nueva York donde pasa 15 días cada tres meses por el trabajo de su marido, un financiero británico de origen iraquí.

Cuando su marido decidió abandonar Manhattan por Londres para que sus hijos se beneficiaran de la misma educación británica que varias generaciones de su familia, Emma se vio obligada a reinventarse. Acababan para ella 11 apasionantes años como periodista en Nueva York, donde había llegado en 1991 con una beca Fulbright para hacer un Master of Arts en la Universidad de Nueva York y donde fue corresponsal de El País y CBS Telenoticias, así como directora de Contenido de Plural Entertainment. Con el traslado a Londres, una ciudad que apenas conocía, tuvo que empezar de nuevo. “Como dice mi amigo Vicente Todolí: ‘Tu segunda pasión puede ser más satisfactoria que la primera’. Y mi segunda pasión siempre ha sido el arte”.

El mundo del arte nunca le ha sido ajeno y desde pequeña se ha relacionado de manera natural con artistas, galeristas, críticos y coleccionistas. Fue su madre, Manuela Segarra, fundadora de la galería Zeta en Valencia en los años 80, quien la introdujo en este mundo. “De muy joven me llevaba a estudios de pintores y me hacía visitar museos por todo el mundo. Si movían una pintura en el Metropolitan llamaba intrigada al bedel: ‘¿Dónde está el cuadro que estaba ahí colgado?’. Cuando empecé a trabajar para El País me dijo que con mi primer sueldo debía comprar una obra de arte y me llevó a ARCO. Ahí me compré una serigrafía de José Guerrero que todavía conservo”. Fue la primera de muchas. «Mi colección es humilde y ajustada a un presupuesto, pero prefiero un cuadro pequeño y exquisito que uno grande que no me conmueva. Pocos de mis cuadros superan el tamaño de un iPad. Un amigo mío bromea con que un día subastará ‘The Emma Askari stamp size collection’ porque dice que mis cuadros son poco más grandes que un sello”.

Su colección incluye un mini Picasso y un mini Miro, así como obras de Lucio Fontana, Peter Doig, Hurvin Anderson, Mark Bradford, George Condo, Loie Hollowell, Louise Bourgeois y Egon Schiele. Y hablando de arte Emma resalta el impulso que le está dando a Valencia la iniciativa de su tía, Hortensia Herrero, creadora del Centro de Arte Hortensia Herrero, en un palacio del siglo VXII restaurado por su hija arquitecta Amparo Roig –y prima de Emma– donde exhibe su colección privada entre impresionantes muros centenarios: “Ha creado en Valencia una maravillosa atracción cultural que en pocos meses ya se ha convertido en un referente de nuestra ciudad”. 

Emma Roig fotografiada en su casa de Madrid. (Foto: Daniel Alea)

Emma es la fabulosa mezcla de su madre –“una de las mujeres más elegantes de Valencia, discreta, exquisita, educada en los mejores internados. Tenía una biblioteca apasionante y una curiosidad intelectual contagiosa”–. Y su padre, Francisco Roig, un hombre genial, tozudo, intrépido y sin filtros. “Cuando yo tenía 12 años me puso enfrente de un becerro y me dijo: ‘Si no tienes miedo a esto, no tendrás miedo a nada’. Me hacía arrodillarme y todo. Mi madre era tan delicada y mi padre… No sé ni cómo describirlo. Se atreve con todo. Tiene un cerebro que desparrama ideas medio geniales medio imposibles. Cuando tenía 16 años me puso a trabajar los sábados de seis de la mañana a dos de la tarde fregando pasillos y cortando embutido en un Mercadona. Trabajar en el mundo real me iba a enseñar lo que era la vida, me decía. Y así ha sido. Experimenté cómo hubiera sido mi vida de haber nacido sin privilegios”.

Esa ‘educación’ de los Roig viene de lejos. El padre de Paco y abuelo de Emma, Francisco Roig Ballester, fundador de Cárnicas Roig y precursor del actual Mercadona, detectó rápidamente el alma de buscavidas de su primogénito y con solo 16 años lo sacó del colegio para mandarlo a Alemania a vender naranjas. Fue su primer reto. Le han seguido unos cuantos. Incluso llegó a tener una plantación de café y maderas en África donde Emma y sus hermanos lo visitaban. “Dormíamos en medio de la jungla en una casa que se caía a pedazos. Era un aventurero y nos crió pensando que nunca hay que rendirse”.

A su vuelta a Valencia Paco se instaló en la alquería de los Roig, una vivienda con terrenos y palmeras que perteneció a la familia y que cuando se construyó estaba a las afueras de la ciudad pero hoy está casi en el centro. Allí vive con su segunda esposa y 100 caballos que montaba cada domingo hasta hace cuatro años. Los Roig son una familia inabarcable –Paco es el mayor de siete hermanos: él, Amparo, Trinidad, Vicente (fallecido a los 17 años de un tumor cerebral), Fernando, Juan y el pequeño, Alfonso (con una discapacidad y fallecido en 2020 a los 65 años). “El amor por el más débil que nos inculcó mi abuela ha sido uno de los lazos más fuertes de la familia”, asegura Emma. Todos, con sus respectivos hijos y nietos, forman una tribu de 108 miembros que cada Navidad se reúne para comer en el campo de fútbol del Villarreal, el club que preside otro de los hermanos, Fernando Roig, que también es dueño de la empresa de cerámica Pamesa. Cada año le toca organizar la comida a uno de los hermanos –esta vez era el turno de Juan– y luego los más jóvenes juegan un partido de fútbol en el campo. Todos los Roig sienten especial debilidad por su madre, Trinidad Alfonso, fallecida en 2006 a los 95 años: “La mujer más buena que he conocido. Los domingos preparaba paellas para todos y nos inculcó el sentido de la familia. Cuando se enfrentaba a una adversidad en vez de hacer drama hacía comedia. Una genia. Toda una inspiración para sus hijos, sus nietos y las generaciones que vienen. Mis hijos saben todas sus historias. Es la manera de mantener vivos sus principios”. Su tío Juan ha creado en su honor la fundación Trinidad Alfonso que patrocina el maratón de Valencia.

No solo por vía paterna, también por la materna lleva el emprendimiento en el ADN. Emma es bisnieta de Silvestre Segarra, uno de los mayores exportadores de calzados del siglo pasado quien se hizo rico tras marchar a África con un montón de alpargatas y vendérselas a un capitán llamado Franco. ‘Si se rompen en seis meses, le cobro la mitad. Si no, me paga el doble’. Aquel empresario en ciernes calzó al ejército español y con el dinero que ganó creó Calzados Segarra, en La Vall d’Uixó, un pueblo de Castellón donde en los años 50 construyó la Colonia Segarra, una ciudad para los trabajadores con hospital, polideportivo y viviendas unifamiliares.

Pero Emma no estaba llamada para los negocios y lo que de verdad le gustaba era contar historias. Así que con 18 años se fue a estudiar periodismo a la capital. Aterrizó en el Madrid de los ochenta y se subió al parque de atracciones que es la vida a esa edad. Pisó poco la universidad y mucho el Rockola, y se codeó con todo tipo de gente, incluidos los entonces aspirantes a actores Imanol Arias y Antonio Banderas, así como a los cantautores Joaquín Sabina y Javier Krahe a quienes conoció gracias al programa Si yo fuera presidente, donde trabajaba como guionista. Allí descubrió a una mujer que la marcó, Carmen Díez de Rivera, en su día jefa de gabinete de Adolfo Suárez y apodada por la prensa “la musa de la transición”. Emma la recuerda con admiración: “Fue mi primera mentora y mi primer referente de una líder femenina”. 

Pero Madrid se le quedó pequeño. Emma quería ver mundo y con 25 años aterrizo en Nueva York “una ciudad fascinante para una joven periodista». También en aquella época conoció a su marido, descendiente del un general otomano amigo de Winston Churchill y Lawrence de Arabia. Por casualidad, Emma acudió a la fiesta en la que el financiero celebraba su cumpleaños en Inglaterra: “Lo vi y me quedé sin respiración. Su cara de león me enamoró». Su intelecto y su falta de respeto a las convenciones sociales hicieron su compromiso inevitable. La pareja celebró tres días de boda. La primera arrancó de noche en la alquería de los Roig y su padre no escatimó en gastos. Al fin y al cabo se casaba su primogénita. Acabó con todos los fuegos artificiales de la ciudad y entre los invitados apareció Romario, por entonces el gran fichaje del Valencia Club de Fútbol y uno de los mejores futbolistas del momento. La ceremonia, al día siguiente, se celebró en una casa solariega rodeada de naranjos donde los invitados tomaron paella y bailaron al sol. Faltaba la versión inglesa. La pareja y la familia de la novia viajaron hasta Londres para celebrar su fiesta en el Museo de Historia Natural, bajo la sombra de un inmenso dinosaurio y la mirada atenta de la escultura del naturalista Charles Darwin, uno de los ídolos de Emma. Como ven, nada en esta familia es convencional.