Empezó repartiendo paquetes en moto cuando llegó a Madrid para pagarse los estudios; vivió en París, Tokio, Milán y Nueva York donde trabajó como modelo; fue presentadora de televisión y actriz en los noventa; se convirtió en cineasta para contar historias sobre la explotación sexual a las mujeres. En efecto, Mabel Lozano (Toledo, 56 años) tiene una trayectoria insólita.
2004 fue su año de inflexión: conoció a Irina, una joven rusa, que había sido víctima de trata, captada y explotada como prostituta en Madrid. «Me cambió la vida, me impulsó a ponerme detrás de la cámara para contar la historia de muchas Irinas», confiesa.
Decidió formarse en cine -«y sigo formándome«-. A lo largo de sus 20 años como directora ha desarrollado un sello personal a través de narraciones poéticas de historias trágicas y testimonios excepcionales. Gracias a su pasado como actriz, explica, entiende la fragilidad y la vulnerabilidad de las mujeres a las que retrata y las arropa desde el amor y el respeto.
Ha cosechado más de 140 premios en todo el mundo. Ve en el cine una herramienta de denuncia para visibilizar el drama de las mujeres prostituidas porque «hasta que no se habla no existe». En su condición de vocera contra la explotación sexual a las mujeres, ha proyectado sus películas en todo el mundo -sus obras han sido subtituladas al guaraní y el quechua- y ha llevado su discurso al Parlamento Europeo, la ONU y universidades internacionales.
Acaba de ganar su segundo Goya a mejor cortometraje documental por Ava, la historia de una niña con discapacidad intelectual captada en Madrid a través de las redes sociales y prostituida en un piso frente a la catedral de Palencia. En su discurso de agradecimiento del Goya –trending topic en Twitter durante dos días- citó a Víctor Hugo, con una frase de hace doscientos años que se podría haber escrito hoy mismo: «Decimos que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea pero no es cierto: la esclavitud todavía existe, pero ahora solo se aplica a las mujeres y se llama prostitución«.
Mabel preferiría no conmemorar el 8M: «Me gustaría que no fuera necesario porque no existieran mujeres captadas, explotadas sexualmente, asesinadas, mutiladas». Sobre la brecha del feminismo defiende que «es un movimiento que tradicionalmente sólo ha hecho cosas buenas». Afirma que la desunión sólo beneficia a los detractores y apuesta por una reivindicación transversal que persiga un mundo equitativo. Reclama la voluntad política de una ley integral contra la trata.
Expresa su preocupación por la concienciación de las nuevas generaciones: «Para los nativos digitales la pornografía es ocio. No ven la violencia que hay detrás: el hombre como sujeto, la mujer como objeto». Reclama la necesidad de adoptar medidas preventivas hablando de sexualidad a nuestros hijos. Dice de su hija, Roberta, de 22 años, que es una mujer feminista e ilustrada, que ha sido educada en el pensamiento crítico sobre la pornografía y ha colaborado con ella en sus últimos trabajos.
Recientemente, Mabel ha presentado Lola, Lolita, Lolaza, un cortometraje de animación en el que narra su experiencia personal superando un cáncer de mama del que fue operada en 2020. Un viaje contado en primera persona, en clave de retranca –»La mejor herramienta para contar algo grave es el humor»–. Su objetivo con esta obra era luchar contra el estigma de no ser válida y alzando la voz: «No soy una luchadora, soy una enferma oncológica».
Mabel es todo menos tibia. «Tengo cero complejos», dice. Una mujer del mundo que disfruta de todo lo que hace, curiosa por definición e inagotable. Tiene sus Goyas en el salón, a la altura de los ojos, siguiendo las instrucciones de su amiga Rossy de Palma. En la actualidad, está desarrollo una serie de ficción sobre su obra El proxeneta con Isabel Peña (guionista ganadora de dos Goyas), coproducida por Caballo Films y Mafalda Entertainment.