«Es muy caro ser yo». Ese fue el testimonio de la exmodelo de Playboy convertida en actriz Anna Nicole Smith en 2005, que resume una polémica batalla legal por la herencia de su marido, J. Howard Marshall, que se prolongaría durante años.

Aunque el drama judicial se desarrolló en gran medida hace más de una década, un nuevo documental de Netflix, Anna Nicole Smith: You Don’t Know Me, ha reavivado el interés por la historia de Smith. Está claro que los espectadores quieren saber más: el documental estuvo la semana pasada entre las diez películas más vistas de Estados Unidos en Netflix. Sin embargo, los críticos sugieren que la mirada retrospectiva de 116 minutos «a través de los ojos de las personas más cercanas a ella» no ofrece mucha sustancia y el público, también, sigue insatisfecho: la película tiene actualmente una pésima puntuación del 45% de los críticos y del 61% de la audiencia en Rotten Tomatoes, el popular sitio de reseñas. (Por el contrario, Pamela, una historia de amor, una inmersión actual de Netflix en la vida de la modelo y estrella televisiva de los 90 Pamela Anderson, obtiene un 98% de la crítica y un 93% del público).

La película puede resultar poco satisfactoria en parte porque las personas más implicadas en la historia de Smith –incluida, evidentemente, la exestrella– ya no están para ofrecer su aportación o se han distanciado del proyecto. Larry Birkhead, el padre de la hija de Smith, se refirió a la película como un «pozo negro». Birkhead declinó participar en la película y dijo a Yahoo: «No es exactamente periodismo de alto nivel».

Aunque el documental no consiga contar la historia de la verdadera Smith, tampoco profundiza en los asuntos legales que consumieron gran parte de su vida adulta. En la década de 1990, la modelo fue noticia constantemente gracias a una serie de campañas publicitarias, papeles en películas como The Hudsucker Proxy y su propio reality show, pero fue la lucha por la herencia de su difunto marido lo que realmente dominó los titulares fuera de los tabloides. Esa lucha llegó hasta el Tribunal Supremo en dos ocasiones.

Anna Nicole Smith, cuyo verdadero nombre era Vickie Lynn Hogan, nació el 18 de noviembre de 1967 en Houston (Texas). Sus primeros años estuvieron llenos de drama. Abandonó el instituto en noveno curso, se casó a los 17, tuvo su primer hijo a los 18 y se separó a los 19 años.

Smith tuvo varios empleos, entre ellos en Walmart y Red Lobster, antes de conseguir el que cambiaría su vida: bailarina en Gigi’s Cabaret. Según declaró ante el tribunal, una noche de 1991, J. Howard Marshall, que entonces tenía 86 años, entró en silla de ruedas en el club para verla desnudarse. Marshall estaba deprimido, según sus amigos, tras la muerte ese año de dos mujeres fundamentales en su vida: su esposa, Bettye, y su amante, Lady Walker, de 51 años. Se refería a esta última como «lo más trágico que me ha pasado».

A finales de los 80, Marshall era rico, tras años de éxito. Se licenció magna cum laude en la Facultad de Derecho de Yale en 1931 y fue brevemente decano adjunto de la facultad. Se marchó para trabajar en el Departamento de Interior, donde se familiarizó con los precios del petróleo y la industria petrolera. Posteriormente trabajó en el sector privado, en Standard Oil, Ashland Oil and Refining Co. y Signal Oil and Gas.

Sus grandes movimientos de dinero llegaron en los años cincuenta y sesenta, cuando se relacionó con la familia Koch. Marshall había cofundado una empresa, Great Northern Oil, que primero vendió una participación a Fred Koch. En 1969, canjeó el resto de sus acciones de la petrolera al hijo de Fred, Charles Koch, por una participación estimada del 16% en Koch Industries, hoy la segunda mayor empresa privada de Estados Unidos.

Casi toda esta historia tuvo lugar antes de que naciera Anna Nicole Smith.

Smith dijo que Marshall se gastó unos mil dólares en ella la primera noche que se conocieron. Al día siguiente, la invitó a almorzar en una habitación de hotel. Después, declaró, le dio un sobre lleno de dinero y le dijo que no tenía que volver a bailar en el club. Marshall quedó prendado de ella y se gastó, según ella, 1,7 millones de dólares en 1992 (unos 3,8 millones en dólares de hoy), incluido el pago de otra operación de aumento de pecho. Incluso la incluyó en la nómina de Marshall Petroleum como asesora, un rumor que parecía absurdo pero que se confirmó cuando Smith lo declaró como ingresos en documentos legales años más tarde.

Al mismo tiempo, la carrera de modelo de Smith iba viento en popa. Había enviado fotos suyas a la revista Playboy y había llamado la atención de Hugh Hefner. Fue portada de la revista en 1992 y nombrada Playmate del Año en 1993. ¿Su recompensa? Un Jaguar descapotable, 100.000 dólares y diez páginas en el número de junio de 1993.

Smith acabó divorciándose de su primer marido, lo que le allanó el camino para casarse en 1994 con Marshall, que entonces tenía 89 años. Smith sólo tenía 26 años. Llevó un diamante de 22 quilates –según se dice, valorado en 107.000 dólares– a la ceremonia en la capilla del autocine de Houston. Marshall la acompañó hasta el altar.

El matrimonio sólo duró trece meses. Marshall murió en 1995 a los 90 años. Su patrimonio ascendía entonces a 1.600 millones de dólares, unos 3.200 millones en dólares de hoy.

Una fotografía de Anna Nicole Smith y J. Howard Marshall II junto al ataúd en el funeral de Marshall el 8 de agosto de 1995 en Houston, Texas. Murió a los 90. (Foto: Gregory Smith/Getty Images)

Marshall había llevado a cabo una serie de maniobras de planificación fiscal a lo largo de los años, incluida la transferencia de participaciones en Koch Industries –que entonces tenía principalmente en una empresa que fundó llamada Marshall Petroleum– a los miembros de su familia. A su muerte, no incluyó a Smith en su testamento ni en sus fideicomisos, una decisión que el hijo de Marshall, E. Pierce Marshall, calificó de intencionada. Smith, sin embargo, alegó que aunque Marshall la había dejado fuera del testamento, había planeado ocuparse de ella, incluida la promesa de entregarle la mitad de su patrimonio.

Los casos judiciales a veces pueden hacer extraños compañeros de cama, como ocurrió en este caso. Pierce se benefició de la muerte de su padre en virtud del testamento, pero el otro hijo de Marshall, J. Howard Marshall, III, quedó, al igual que Smith, fuera del testamento. Marshall nunca había perdonado a su tocayo que apoyara a William y Frederick Koch en el control de Koch Industries, dejando a J. Howard III al margen. Por ello, Smith y J. Howard III se unieron para reclamar a Pierce lo que, según ellos, les correspondía.

El asunto llegó a un tribunal testamentario de Texas, donde las idas y venidas entre Smith y el abogado de Marshall, Rusty Hardin, se convirtieron en noticia nacional. En un famoso intercambio, cuando Smith empezó a llorar en el estrado, Hardin le preguntó: «Señorita Marshall, ¿ha estado tomando clases de interpretación?». Smith respondió: «Que te den, Rusty».

Tras seis meses de juicio, el tribunal dio la razón a Pierce.

Smith, sin embargo, dio otro mordisco a la manzana. El 25 de enero de 1996, Smith se declaró en quiebra en California (2:96-bk-12510-DS), alegando que tenía deudas de más de un millón de dólares que no podría satisfacer. En la lista de acreedores figuraban varios bufetes de abogados, Harry Winston, Neiman Marcus y una sentencia de casi 850.000 dólares concedida a Maria Antonia Cerrato en una demanda por acoso sexual, agresión sexual y detención ilegal. Cerrato, que había sido niñera del hijo de Smith, había alegado que Smith la agredió sexualmente durante un viaje de negocios a Las Vegas. Smith contrademandó pero no siguió adelante, por lo que un juez dictaminó que Smith tenía que pagar a Cerrato.

La idea del tribunal de quiebras es proteger al deudor y asegurarse de que los acreedores cobren lo que se les debe en la medida de lo posible. Eso significa que cuando uno se declara en quiebra, tiene que enumerar sus deudas –como hizo Smith– y sus activos. Smith no tenía muchos activos en comparación con sus deudas, enumerando alrededor de 2,7 millones de dólares en bienes muebles e inmuebles en comparación con casi nueve millones de dólares en pasivos potenciales. Incluyó un activo más en su petición: su supuesto interés en la herencia de su difunto marido.

Mientras, Pierce contraatacó demandando a Smith por difamación y otras acciones en Texas. Cuando se enteró de la quiebra, desestimó su demanda por difamación en Texas y acudió en su lugar al tribunal de quiebras, una decisión de la que probablemente se arrepintió más tarde. Alegó muchos malos comportamientos por parte de Smith. En respuesta, Smith contrademandó, alegando que Pierce interfirió en su derecho a tomar bienes de la herencia de Marshall. Las presentaciones legales prepararon el terreno para un largo proceso judicial en California.

En 1999, el tribunal de quiebras dictó una orden por la que se extinguían todas las deudas y reclamaciones contra Smith excepto una: la demanda de Pierce por difamación. Esa demanda y la reconvención se fijaron para juicio en octubre de 1999. Justo antes del juicio, el juez estimó la demanda de Smith de juicio sumario, dictaminando de hecho que Pierce no tenía una demanda válida. Sin embargo, el juicio siguió adelante con la reconvención de Smith. Pierce sugirió que Smith era una cazafortunas y rebatió su acusación de que Marshall pretendía cuidar de ella el resto de su vida. Smith, por su parte, declaró: «No me importa lo que digan los demás, yo amaba a ese hombre».

El 29 de diciembre del año 2000, el tribunal de quiebras falló a favor de Smith, declarando que Pierce había interferido en los esfuerzos de Marshall por regalar a Smith 449 millones de dólares. El tribunal también concedió a Smith 25 millones de dólares en daños punitivos por lo que se describió en documentos judiciales como «comportamiento atroz».

Al mismo tiempo, el proceso de sucesión continuaba en Texas. A pesar de que Smith retiró su demanda, basándose en la sentencia de quiebra, Pierce siguió adelante, modificando los procedimientos para añadir nuevas demandas. Finalmente, un jurado de Texas no concedió nada a Smith en el juicio sucesorio. En julio de 2001, el juez Mike Wood confirmó las conclusiones del jurado. El juez también condenó a Smith a pagar más de un millón de dólares para cubrir los costes y gastos legales de Pierce.

Y aquí es donde el juego de ping-pong legal se calentó de verdad: ambas sentencias no podían ser ciertas.

El asunto pasó a un tribunal federal, donde un juez anuló la sentencia del tribunal de quiebras de California y dictó una nueva orden que reducía la indemnización a 88 millones de dólares. Pierce protestó, alegando que los tribunales federales no tenían autoridad para decidir sobre la reconvención y que la jurisdicción adecuada era el tribunal testamentario de Texas. Apeló ante el Tribunal de Apelación del Noveno Circuito de EE UU, que revocó la decisión al considerar que un tribunal federal no tenía autoridad para anularla.

El 17 de mayo de 2005, los abogados de Smith presentaron una petición ante el Tribunal Supremo de EE UU, solicitando que aclarara el alcance de la llamada excepción testamentaria que permite a los tribunales locales controlar cuando la jurisdicción federal es de otro modo apropiada, incluso sobre reclamaciones entre partes que son «auxiliares» o «relacionadas» con la sucesión. Unos meses más tarde, el Tribunal aceptó conocer del asunto. Siguió la habitual avalancha de escritos, con un curioso añadido. El 21 de noviembre de 2005, la administración Bush pidió al entonces Procurador General en funciones, Paul Clement, que presentara alegaciones en nombre de Smith. Tal vez suene un poco generoso. El equipo jurídico de la Casa Blanca no se alineaba con Smith por motivos probatorios o de equidad, sino más bien por un motivo técnico: consideraban que la jurisdicción de los tribunales federales debía prevalecer en las disputas de este tipo en las que estuvieran implicados tribunales testamentarios estatales.

El asunto se debatió en el Tribunal Supremo el 28 de febrero de 2006. Smith asistió, al igual que Pierce, quien juró que Smith no recibiría nada de la herencia de su padre.

Poco más de dos meses después, el Tribunal Supremo falló por unanimidad a favor de Smith. La jueza Ruth Bader Ginsburg emitió la opinión del Tribunal, con el voto concurrente del juez Stevens (lo que significa que estaba de acuerdo con el resultado pero tenía algo que añadir). En particular, el Tribunal consideró que «la excepción testamentaria reserva a los tribunales testamentarios estatales la legalización o anulación de un testamento y la administración de la herencia de un difunto… Pero no impide que los tribunales federales resuelvan asuntos fuera de esos límites y, por lo demás, dentro de la jurisdicción federal».

Eso importaba, escribió Ginsburg, porque la demanda de Smith no «implicaba la administración de una herencia, la legalización de un testamento o cualquier otro asunto puramente testamentario». En cambio, Smith fue «[p]rovocada por la reclamación de Pierce en el procedimiento de quiebra» y estaba buscando juicio contra Pierce, no la legalización o anulación de un testamento. Con ello, el 1 de mayo de 2006, el Tribunal Supremo revocó las conclusiones del Noveno Circuito y devolvió el asunto para su revisión.

Pierce falleció aproximadamente un mes después, el 20 de junio de 2006. Su viuda, Elaine Marshall, le sustituyó para llevar adelante el asunto, que tenía más de una década de antigüedad.

Smith murió el 8 de febrero de 2007, tras ser hallada inconsciente por una sobredosis accidental de medicamentos recetados. Tenía 39 años. Dejó una hija pequeña, Dannielynn Birkhead (su hijo mayor, Danny, murió de sobredosis en 2006), y el asunto siguió adelante en nombre de Birkhead.

Al igual que antes, los tribunales no se pusieron de acuerdo. Y así, el 28 de septiembre de 2010, el Tribunal Supremo aceptó de nuevo conocer el caso. Esta vez, el título del caso era un poco diferente: Stern contra Marshall. Stern, un abogado, pretendía ser el padre de la hija de Smith, Dannielynn –e incluso añadió Stern a su apellido– hasta que una prueba de paternidad demostró lo contrario, al descubrir que el padre era Larry Birkhead (muchos hombres habían afirmado ser el padre, incluido el marido de Zsa Zsa Gabor, el príncipe Frederic von Anhalt). A pesar de su falta de paternidad, Stern representó a Dannielynn en la batalla contra Pierce porque era el albacea de la herencia de Smith.

En junio de 2011, un Tribunal Supremo dividido falló en contra de la herencia, 5-4. La cuestión era, de nuevo, muy estrecha: ¿Tenía el tribunal de quiebras jurisdicción para abordar la reconvención de Smith?

Por ley, un juez de quiebras sólo puede «presentar propuestas de determinaciones de hecho y conclusiones de derecho al tribunal de distrito». El tribunal de quiebras había concluido que la reconvención de Smith era un procedimiento básico, mientras que el tribunal de distrito no estaba de acuerdo. En última instancia, el Tribunal Supremo consideró que, si bien la ley permite al tribunal de quiebras dictar sentencia definitiva sobre la reconvención de Smith, «el artículo III de la Constitución no lo permite». Con ello, el Tribunal Supremo desestimó la presentación del tribunal de quiebras.

Esta vez, la juez Ginsburg se encontró en el lado de la disidencia, junto con los jueces Breyer, Sotomayor y Kagan. El presidente del Tribunal Supremo, Roberts, emitió la opinión mayoritaria del Tribunal, escribiendo que «este pleito, con el paso del tiempo, se ha complicado tanto que… no hay dos… abogados que puedan hablar de él durante cinco minutos sin llegar a un desacuerdo total en cuanto a todas las premisas». Innumerables niños han nacido dentro de la causa: innumerables jóvenes se han casado dentro de ella» y, tristemente, las partes originales «han muerto fuera de ella». Una «larga procesión de [jueces] ha entrado y salido» durante ese tiempo, y todavía la demanda «arrastra su cansada longitud ante el Tribunal», añadió.

Matizó que esas palabras no se escribieron sobre este caso, sino que fueron tomadas de la novela de Charles Dickens Bleak House, antes de añadir: «pero podrían haberlo sido».

Sorprendentemente, el asunto no acabó ahí. En 2011, el patrimonio de Smith presentó otra demanda ante un tribunal de distrito de Estados Unidos, solicitando daños y perjuicios contra el patrimonio de Pierce. El tribunal no aceptó conocer el asunto. Eso significó que, en última instancia, ni Smith ni su patrimonio –incluida su hija Dannilynn– recibieron la esperada ganancia inesperada del patrimonio de Marshall. El asunto se cerró con el fracaso de Smith a la hora de probar su caso en los tribunales de sucesiones y quiebras.

Durante todo el proceso, los Marshall siguieron siendo ricos. En 2020, Forbes incluyó a la familia Marshall en la lista de las familias más ricas de Estados Unidos. Con un patrimonio neto de 18.500 millones de dólares, ocuparon el puesto catorce de la clasificación.

El caso de bancarrota de Smith se cerró finalmente el 24 de octubre de 2022, más de 25 años después de su inicio. Smith y su lucha por el dinero de Marshall dominaron los titulares durante años e incluso ahora, seguimos hablando de ello. Al final, Smith consiguió algo que buscaba. En 1993 declaró a la revista Los Ángeles: «Siempre me ha gustado llamar la atención. No la recibí mucho mientras crecía, y siempre quise tenerla, ya sabes».