Hace unos años, Katrina Bayonas (Hereford, Inglaterra, 1941) recibió un mensaje. Alguien había comprado un viejo álbum en un mercadillo de Londres donde se citaba a su abuela, una mujer que en el siglo XIX montó su propia compañía de teatro, The Katrina Lund Players, y localizó a su nieta para compartir el hallazgo. Había pasado un siglo y esta representante de actores y actrices, que desconocía la historia, sintió una punzada de felicidad y orgullo. Aquel reencuentro con su pasado era también como cerrar un círculo en la carrera de su propia hija, Lorena García de las Bayonas, que hoy dirige a su vez su propia compañía y la escuela de interpretación el Centro del Actor. Pero no es el único vínculo genealógico con la interpretación y el talento.
Kuranda, una agencia pionera
Katrina, fundadora de la agencia Kuranda –nombre tomado de una localidad al norte de Australia que ella frecuenta– es representante de actores como Penélope Cruz, Elena Anaya, Héctor Alterio o Alberto Amman, entre otros, y también heredera de dos talentos vinculados a la interpretación. Su padre, James Liggat, fue director de casting de grandes figuras del cine como Otto Preminger, Blake Edwards y Stanley Kubrick. Y su madre, Lorraine Clewes, tuvo una notable carrera como actriz –figurando incluso en algunos títulos rodados en España, como La vía láctea, de Juan Esterlich–. Pero su relación con el cine fue mucho más casual.
Katrina tenía 20 años cuando llegó a España. Lo hizo con 500 pesetas en el bolsillo y ganas de aires nuevos. «Realmente mi impulso procedía de que antes había trabajado como azafata durante dos años y eso me permitió ver mundo. Y cuando surgió la posibilidad ridícula de vender libros puerta a puerta a los americanos de la base militar de Zaragoza, lo acepté. Mis padres estaban horrorizados», confiesa.
Los comienzos, esa España…
Katrina, que narra sus comienzos con su impenitente acento británico ha sumado a su flema una fina ironía que con la edad le permite además decir lo que piensa: «La verdad es que no vendí mucho. Lo suficiente para sobrevivir, nada más. Acabaron despidiéndome. Y como ya estaba en España sólo tenía dos opciones: o llamar a mis padres y decirles ‘tenéis razón, esto ha sido una locura’ o buscar otro trabajo. Y decidí buscar trabajo. Pero fue muy duro, porque no hablaba español, no conocía a nadie y no tenía un duro. La única cosa que tenía a mi favor es que estaba muy buena. Y ligaba muchísimo. Imagínate, las suecas que venían a veranear a España en aquella época volvían locos a los jóvenes españoles. Y yo no era sueca, pero era guiri. Y tetona», concede con una carcajada.
«Entré en el cine no por el inglés, sino porque hablaba ‘cine’»
Poco tiempo después, tras ganarse la vida en una tintorería y con otros trabajos puntuales, empezó en el cine. Corría el año 1962 y se rodaba una película, El valle de las espadas, con Espartaco Santoni entre el reparto. El productor era Sidney W. Pink y su ayudante, un joven llamado José Luis García de las Bayonas, con quien Katrina más tarde tendría a sus dos hijos y adoptaría su apellido. «Entré en el cine no porque hablara inglés o castellano, sino porque hablaba cine», aclara.
Hacer cine, comer lentejas
Poco a poco empezó a tener contactos en la industria y a trabajar de una manera más regular en distintos proyectos, desde secretaria a localizadora, pasando por directora de casting o jefa de prensa. «Donde más trabajé fue en el departamento de prensa y promoción. En aquella época se hacía toda la prensa durante los rodajes, no después. No me gustaba, pero acepté esos trabajos porque ya tenía a mi segundo hijo en camino [Andrés, hoy músico], y el padre desapareció. Teníamos que comer, aunque fuera lentejas».
Su llegada a la representación vino de una manera natural: «Haciendo promoción conocía actores que me pedían representarles. Al principio yo les decía que no sabía hacerlo, ¿qué era eso? No tenía ni idea. Además, mi único referente de lo que hacía un representante, era de cuando mi padre era director de casting y, cuando le llamaban por teléfono, yo era la encargada de contestar y decir que no estaba. Pero con ayuda del Cineguía, y desde mi casa, empecé a representar a una actriz austriaca muy conocida en la época que se llamaba María Perschy. Me dedicaba a llamar a todos los ayudantes de dirección, directores y productores que había». No le fue mal, porque como ella explica: «en aquella época decir su nombre abría puertas».
50 años en la brecha
Katrina hoy tiene 80 años y sigue al pie del cañón, aunque ha dejado gran parte del peso en manos de Borja de la Vega, director de la empresa: «Tengo un equipo estupendo, y es maravilloso darme permiso para trabajar un poco menos». No en vano se ha pasado más de media vida entregada al talento y las carreras de sus representados. «¡Qué rápido ha pasado! Tiene sus cosas buenas y otras que no», reconoce.
Medio siglo después, el nombre de Katrina está indefectiblemente asociado a la industria audiovisual. Desde su emblemática agencia no sólo ha dirigido las carreras de un centenar de actores y actrices, sino que además ha creado un estilo de representación incuestionable. Tanto es así que en España hay cinco agencias de representación formadas por gente que empezó con ella.
«Aprendí a representar sobre la marcha y con algo de simbiosis con lo aprendido en casa». Bayonas recuerda cómo, con apenas 10 años, ya acompañaba a su madre cuando se iba de gira y ayudaba en las funciones. «Yo tenía que sentarme entre cajas y avisar al actor al que le tocaba salir, con mis notas esperando que dijera: ‘No, amor, yo te quiero sólo a ti’, y salía pitando a avisar al actor que salía después». El amor y el respeto hacia ese trabajo «estaba en mí sin saberlo, así que me encontré queriendo defenderlos con pasión».
El trabajo de un representante de actores podría resumirse en una mezcla de otras múltiples facetas: padre, abogado, portavoz, administrador o psicólogo. Porque el material con el que trabajan es muy sensible: «Los actores son seres muy valientes y también muy vulnerables. ¡Es que no se puede ser actor sin ser sensible! ¿Quiénes de nosotros nos atreveríamos a emocionarnos delante de un montón de gente? La mayoría siempre estamos tapando quiénes somos y cómo somos, pero ellos no: muestran cómo son hasta lo más profundo», defiende.
Dura de pelar
A lo largo de su carrera, Katrina se ha hecho con una fama en la que se incluye la dureza con la que negocia: ella es el muro con el que topa cualquier productor, cualquier petición profesional o de medios. Bayonas defiende a los suyos con uñas, dientes y contratos draconianos.
Ella, asume, la mayoría de las veces hace el papel de ‘poli’ malo: «No me pesa. En realidad creo que me encanta. Cuando negocio creo que lo hago pidiendo lo justo y siempre es a beneficio del producto final: la película o lo que sea. Si para un actor pido que duerma en una buena cama, que coma bien o que tenga espacio, es para que sea el mejor actor posible y que el resultado sea maravilloso».
A cambio de esa defensa del trabajo del actor ella siempre pide algo a cambio a sus representados: formación. «Si me piden consejo, siempre digo lo mismo: estudia, trabaja y sé lo mejor que puedas». Porque para ella, «el aprendizaje de un actor no termina nunca». Eso y saber elegir. «Para un actor decir que no a un proyecto que no le conviene también es un paso importante en su carrera. Saber elegir un proyecto o un personaje me parece esencial. El sí es importante, pero el no también».
«Penélope es enormemente trabajadora y exigente consigo misma»
Caras nuevas
Hace más de tres décadas Katrina puso en marcha en su agencia una hasta entonces inusual convocatoria de reclutamiento de nuevos talentos en España: Caras Nuevas. De esas míticas pruebas a las que cada año aspiran varios centenares de actores y actrices han salido nombres como Jordi Mollá, Najwa Nimri, Marta Etura, Alberto Ammann, Alicia Borrachero y, por supuesto, su actriz más emblemática: Penélope Cruz.
La actriz de Alcobendas es un claro ejemplo de cómo el éxito se construye con determinación. «Ella llegó cuando tenía 13 o 14 años», recuerda. Y le hizo varias pruebas hasta que decidió representarla. Y si tuviera que definirla en una sola palabra, no duda: «¡Penélope es adorable!». Además, añade, «es enormemente trabajadora y exigente consigo misma». Y aunque este año la protagonista de Madres paralelas se quedó en puertas de lograr su segundo Oscar de la Academia como Mejor actriz , su representante lo celebró igualmente desde su casa de Madrid: «He asistido a varias ceremonias y no tiene el glamour que parece desde fuera. Es más bien un coñazo», bromea.
El talento también se hace
Ahora contempla orgullosa su carrera y la de otros muchos. Todos tienen algo especial. Algo único. Actores veteranos, como Simón Andreu, Emilio Gutiérrez-Caba, Antonio Valero o Héctor Alterio. Y, de la nueva generación, Miguel Bernardeau, Claudia Salas y Georgina Amorós, entre muchos otros.
Ese instinto suyo para detectar talento lo descubrió hace años, viendo trabajar a Alterio, a quien vio en la película La tregua en el Festival de cine de San Sebastián. «Ahí tomé conciencia de qué tipo de actor quería representar, alguien como él. Héctor me enseñó lo que es ser un actor emocionante, transparente. Tiene un talento excepcional y no encuentras actores así todos los días».
Pero en el caso de que alguno no fuera así de excepcional, Katrina tenía claro que «quería representar a actores dispuestos a darlo todo, estudiar sin parar, abrir el corazón y arriesgarse para aproximarse lo más posible a esto que tiene él. Y acompañarlos en este viaje tan apasionante que es ser actor». Por eso también insiste, sobre todo con los actores más jóvenes, que «el aprendizaje no es algo que se hace para ser actor, sino que ha de ser una constante en su vida».
Echando la vista atrás, también hay un punto en el que Katrina reconoce sus errores. «Muchos actores se me han ido, y eso es muy doloroso», suspira. «Pero cada vez que hemos recibido un golpe, me he caído y me he levantado».
La medida del éxito
Y ahí sigue. Katrina la implacable, la divertida, la exigente, la peleona. Admirando el talento que dignifica la humanidad en su expresión más amplia: «De los actores me sigue maravillando su capacidad de comunicar sin filtro. Es muy emocionante. Algunos sabemos que estamos viendo la grandeza actoral y otros, simplemente, lloran o se ríen o les toca algo. Para mí es fascinante asistir a esa expresión brutal y sincera».
«He asistido a varias ceremonias de los Oscar y no tiene el glamour que parece desde fuera. Es más bien un coñazo»
Y en lo que respecta a su negocio, Katrina tampoco elude cómo se ha manejado empresarialmente: «No he sido tampoco la empresaria del año. Pero mi casa está pagada, mis gatos comen todos los días y voy a comer con mi familia fuera de casa una vez a la semana. Esto, para muchos, es ser rica», dice sin ironía. Y piensa en lo que le gustaría hacer ‘cuando sea mayor’: «Ir más al campo, vivir un poco más cerca la naturaleza, quizás tomarme dos o tres vacaciones al año en vez de una… Luego no lo hago, porque, aunque a veces me queje, me encanta mi trabajo».
Y para concluir, Katrina recuerda cómo su padre dejó a su familia también con 19 años y dos chelines en el bolsillo. Quería ser actor. «Fue uno de los peores actores del mundo, pero a cambio, fue un genial director de casting», asume. Y se queda pensando que tal vez así se cierre otro círculo mágico de su historia: haber heredado de él el talento para detectar talento.