Al lado de Patek Philippe siempre está la Cruz de Calatrava, una compañera fiel de la casa ginebrina desde hace 130 años. Este distintivo, formado por una cruz griega con los cuatro brazos iguales decorados con cuatro flores de lis, representa a la orden de caballería más antigua de Europa (y, posiblemente, del mundo). Surgió en el siglo XII en los estandartes de una orden de caballeros cistercienses que defendieron el fuerte de Calatrava, entonces situado en la frontera de la zona musulmana, hoy ubicado cerca de Ciudad Real. Fue la más vetusta de las órdenes de caballería ibéricas; también la más importante.
Patek ya había fallecido cuando el relojero Jean Adrien Philippe, cofundador de la firma, adoptó la Cruz de Calatrava para la manufactura en 1887, tanto por su cualidad gráfica ornamental como porque ha permanecido intacta con el paso de los siglos, una atemporalidad que también buscan en Patek Philippe, y que se une a otros valores como el coraje, la nobleza, la bravura y la independencia asociados a los caballeros del siglo XII.
La enseña relojera la registró oficialmente en 1887, y en 1908 renovó la inscripción como símbolo gráfico, identificador verbal y elemento distintivo de la marca. Y la ha amortizado: desde los años sesenta ha empleado regularmente la Cruz de Calatrava en los movimientos de sus relojes y en sus coronas, y desde los ochenta en toda la comunicación de la empresa.
LA TRADICIÓN CONTINÚA
Calatrava es también el nombre de una de las colecciones más emblemáticas de Patek Philippe. Se lanzó en el año 1932, coincidiendo con la adquisición de la compañía por parte de la familia Stern, su actual propietaria, aunque la denominación no apareció hasta la década de los ochenta para reunir a los relojes inspirados en el primer modelo, la referencia 96.
En la colección actual de la firma, todos sus relojes redondos sin complicaciones pertenecen a la línea Calatrava, que se fundó siguiendo los principios de la escuela de arte y arquitectura alemana Bauhaus de ‘menos es más’ y ‘la forma sigue a la función’. De ahí su caja redonda, que refleja la arquitectura circular del movimiento, y su esfera limpia y legible.
Desde aquel lejano 1932, el Calatrava, un dechado de sencillez y buen gusto, se ha reinterpretado en numerosas versiones, tanto para hombres como para mujeres, dando lugar a una de las colecciones más ricas e interesantes de todas las que componen el portafolio de Patek Philippe.