Hay colas en Watches & Wonders. Colas para recoger las acreditaciones que permiten la entrada a la feria de Ginebra, colas para dejar el abrigo, para acceder al recinto, para pasar el control de seguridad. Desesperantes colas. Este año se espera al menos el doble de público que en la edición de 2022 (en la que se registraron 22.000 visitantes). Y la circulación de personas no es ligera en absoluto, lo que provoca la frustración del personal (alguno se ha dado media vuelta tras una hora de retraso en el acceso) y la cancelación de las citas a primera hora de la mañana. Los asiáticos han hecho acto de presencia tras años de confinamientos, y se nota.
Lo notan también las marcas, que reciben a muchos más interesados en sus estands. Hay un ir y venir constante y una pregunta en el aire: ¿se ha quedado la feria pequeña para albergar a tanta gente? Porque a las 12.30 h tampoco queda un hueco libre en las mesas en las que se sirven los almuerzos, en horario suizo, por supuesto. Tampoco los sofás de piel (o similar) que salpican el recinto están preparados para que se sienten en ellos todas las señoras y señores trajeados que trabajan móvil u ordenador en mano.
La feria de Ginebra siempre ha sido más elegante que Baselworld, que se celebraba en Basilea (Suiza) hasta 2020, y que carecía de restaurantes, de sofás y de otras comodidades de las que se disfruta en Watches & Wonders. El sistema de citas es similar, para clientes (los minoristas) y para periodistas: cada media hora, aproximadamente, hay una pequeña presentación de las novedades relojeras de cada marca. Esas citas se cierran con dos meses de antelación, como mínimo. Y están tan codiciadas como los pequeños sándwiches de salmón que se sirven de manera gratuita en los muchos espacios reservados para tomar un refrigerio. Lo difícil es encontrar hueco. El éxito de esta feria tiene sus contrapartidas.