El tesoro se guarda en Le Locle, ciudad relojera de las montañas del Jura suizo, en el sótano de un ala anexa al edificio histórico de Ulysse Nardin. No se imagine una cueva lúgubre, sino todo lo contrario. La marca de relojes de lujo del grupo francés Kering acaba de inaugurar allí una sala de exposiciones de 175 metros cuadrados bien luminosa para contar su historia a través de los instrumentos para medir el tiempo que ha alumbrado a lo largo del camino. Solo los clientes de la firma y otros invitados pueden visitar este nuevo espacio al que se han trasladado las piezas del pequeño museo de Ulysse Nardin, que pone el colofón a un año en el que la enseña ha soplado 175 velas. “No se trata de un proyecto monumental, sino que refleja lo que somos: acogedores, contemporáneos y ágiles”, dice la directora de Marketing, Françoise Bezzola.

El recorrido ideal arranca con un libro de contabilidad antiguo, en el que se lee en francés “1846. Papá me ha dado 500 francos para empezar la marca”. Era una fortuna, y con ella el relojero Ulysse Nardin fundó la empresa que lleva su nombre. Le siguen en distintas vitrinas sus primeros modelos de bolsillo y sus éxitos vinculados al mundo de la navegación, que se convirtió en la especialidad de la casa. Su primer cronómetro marino se presentó en 1876, año del fallecimiento de Ulysse, al que sustituyó su hijo Paul-David, de 21 años. Ese dispositivo mecánico que Nardin suministró a varias compañías navieras internacionales medía el tiempo de forma muy precisa y permitía determinar la longitud geográfica del barco en alta mar. “Solo se producían de uno a tres al año, y costaban casi un tercio del precio del barco. El cronómetro marino era el instrumento más importante a bordo. Antes de que existiera, una quinta parte de la flota de buques mundial no sabía su posición exacta en alta mar y se desorientaba”, narra Massimo Bonfigli, director de Patrimonio de Ulysse Nardin.

Las máquinas más valiosas de la sala son un cronógrafo de bolsillo con repetición de minutos creado para la Exposición Universal de Chicago de 1893, que se hizo con la medalla de oro de la feria, y el que muestra en su tapa un grabado de Vercingetorix (el líder que reunió a las tribus de la Galia, la actual Francia), ganador de otro oro en París durante la Exposición de 1889.

Sin embargo, en esta galería no está todo lo que se le supone a una relojera con tan rico patrimonio. Mucho se perdió. Tras cinco generaciones de Nardin, en 1983 un grupo de inversores liderado por Rolf W. Schnyder (fallecido en 2011) y el maestro relojero Ludwig Oechslin se hizo cargo de la empresa, al borde de la quiebra después de la crisis del cuarzo que azotó a la industria relojera suiza en los años setenta. “Entonces la firma era una cáscara vacía, y Schnyder empezó a reconstruirla. Todas las piezas históricas del museo se han comprado en subastas o a clientes privados. Y hemos perdido muchas piezas interesantes en las pujas porque eran demasiado altas para nuestro presupuesto”, dice Massimo Bonfigli, que echa de menos por ejemplo algunos cronómetros de cubierta entregados a Rusia, China y Japón. Uno de los relojes que sí pudieron rescatar fue el de la Exposición de Chicago de 1893, que adquirieron en 1996 con motivo del 150 aniversario de la compañía.

Está el cronógrafo de bolsillo de 24’’ con fracción de segundo con el que Ulysse Nardin registró oficialmente la actuación estelar de Jesse Owens en la prueba de 100 metros de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936; también el primer tourbillon de la marca y su primer modelo de pulsera de 1916. Y, curiosamente, en la nueva sala expositiva, que cuenta la trayectoria de Ulysse Nardin a través de uno de sus símbolos, el tiburón, las reliquias pasadas conviven con las nuevas colecciones nacidas desde 2014, cuando Kering compró la empresa. La idea de mezclar relojes antiguos con otros modernos surgió a propósito, comenta Bonfigli. Es una forma de señalar que siguen apostando por la tecnología y por la innovación, igual que en sus primeros años, y pone de relieve que lo añejo está muy vinculado al presente.

Así, la parte derecha de la galería según se entra está dedicada al Freak, el primer reloj con escape de silicio, presentado en 2001, y al Blast Tourbillon de 2020. En el centro de la sala, una ubicación preferente, descansa el cronómetro de marina de mesa de nombre UFO (Ovni en español) y color cobre que Ulysse Nardin se ha autorregalado por su 175 cumpleaños. Ovalado y futurista, el UFO es el punto y seguido del asombroso recorrido de una firma que es historia viva de la relojería suiza.