Vigilando el mundo. Así pasó su infancia una niña larguirucha de trenzas morenas azabache, de carácter tímido, actitud melancólica y con un amplio mundo interior, en Hoedown Hall (Nueva Jersey), la casa familiar. Lo hizo en compañía de sus padres, sus tres hermanos, un gato y un perro. Fue allí donde Patti Smith (Patricia Lee, 30 de diciembre de 1946) dio rienda suelta a los castillos en el aire que años después, ya en su edad adulta, construyó hasta llegar a convertirse en lo que desde hace ya mucho tiempo es: una mujer empoderada en el mundo artístico.
Cantante y escritora, la mujer andrógina de alegre tristeza obtuvo un gran reconocimiento en la década de los setenta con la difusión de su poesía y su rock. Aunque si le preguntáramos a ella, nos diría que su genio comenzó a formarse desde mucho antes. Tal vez, en sus primeros 12 años de vida, cuando la la soledad de la granja en la que vivía le permitía alcanzar a oír cómo se formaba una semilla o cómo se doblaba el alma como un pañuelo. Una sensibilidad intuida de Tejiendo sueños, un librito alumbrado de su puño y letra y editado por Lumen en 2014, recientemente reeditado, que arrancó a la autora de su extraño letargo. En palabras de Patti, «tal y como está escrito ocurrió». Así que no es un cuento de hadas.
Este libro es un ejemplo de que a veces bastan unos calcetines viejos llenos de canicas, un cobertizo negro habitado por murciélagos y una mochila cargada de trastos imposibles para coser un este pequeño y hermoso memoir vívido y onírico. En él, Patti Smith revisita su particular idea de infancia y juventud alegre pura e indescriptible.
Un amor inmortal
104 páginas de experiencias sagradas y detalles cotidianos que bien pueden leerse como complemento perfecto de Éramos unos niños. El capítulo siguiente de su vida en el que la supervivencia en una ciudad desconocida y la pérdida de un amor incondicional marcan toda la narrativa.
Y también su vida. Porque si algo experimentó Smith entonces fue la falta de muchas primeras necesidades, como un plato de comida y un techo bajo el que refugiarse, y el exceso de otras tantas, como un amor verdadero con el que abrigarse. Eso fue Robert Mapplethorpe para ella: un hogar. En 1967, en las noches de la ciudad que nunca duerme, conoció a un joven solitario que más tarde se convirtió en un fotógrafo de retratos en blanco y negro referente. Juntos crecieron profesionalmente y experimentaron la intensidad de una amistad todavía que todavía late, aunque él abandonará esta dimensión antes de lo debido. Fue su muerte lo que hizo comprender a Patti que la calle de los sueños no era de un sólo color.
Caballos ganadores
Cada uno de los acontecimientos que siguieron al que para ella fue el gran varapalo de su vida ayudaron a la artista a sacudirse de encima el presente y a sumergirse de buen grado en la acción. Ya disfrutaba de un incipiente reconocimiento cuando esto ocurrió, pero a partir de ese momento y de un cambio de mentalidad, Smith se consagró como una de las artistas más influyentes del siglo XX. Triunfó en el mundo de la música al ritmo de la poesía francesa del siglo XIX y difundió retales de risa y deleite. Así lo confirman sus 12 álbumes.
Entre ellos, Horses está considerado uno de los 100 mejores trabajos de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone. Y como artista visual, estuvo representada por la Robert Miller Gallery durante tres décadas. Sin olvidar que sus exposiciones retrospectivas han tenido lugar en el Andy Warhol Museum, la Fundación Cartier y el Wadsworth Atheneum Museum of Art.
Convencida de que lo único constante es el cambio, su relación con los libros también ocupa un lugar importante en su trayectoria profesional. Tanto es así que el libro dedicado a su compañero de vida (Eramos unos niños) le valió el National Book Award, en 2010. Aunque la lista de publicaciones es más extensa: Witt, Babel, El mar de Coral, Augurios de inocencia, M Train, Devoción y El año del Mono, son los otros títulos que ha publicado desde 2010, cuando su faceta de escritora se convirtió en éxito de ventas.
La memoria premiada
Posicionada en la cultura como referente de toda una época, probablemente la de los años más bucólicos de la lucha por la libertad, en el año 2005, el ministro de Cultura francés le concedió el título de Commandeur des Arts et des Lettres. Dos años más tarde, entró en el Salón de la Fama del Rock and Roll, aumentando así su poder entre los más y menos jóvenes. Acostumbrada a recibir en 2020 le llegó el del Premio al Servicio Literario PEN América.
Estos son algunos de los hitos más destacados en la vida de esta artista sacralizada por sus propios méritos. Una mujer que, a pesar de sus estrenados 75 años, su juventud le dio el latido que hoy mantiene. Sólo así hay que entender a Patti Smith. Hizo y deshizo a su antojo. Al fin y al cabo, fue una niña. Hay que serlo siempre. Por eso, sigue viviendo invadida por la nostalgia de volver a ser lo que nunca fue: alguien menos frágil incapaz de romperse con el simple chasquido de un huevo.