Carolina Yuste (Badajoz, 1991), la actriz que dio el salto a la gran pantalla con Carmen y Lola, el papel protagonista que le brindó el premio Goya a mejor actriz de reparto en 2019, es una mujer a la que encienden las injusticias y que defiende la palabra ‘cuidar’ para hablar de aquellos temas que para algunos son reivindicativos y, para ella «son de cajón». Le preocupa la emergencia climática, el aumento del racismo y el odio, la lgtbifobia y, por supuesto, el feminismo. Está grabando Sin huellas en Barcelona, serie en la que podremos verla como protagonista junto a Camila Sodi. Además, este mes regresa a las tablas con Prostitución, la obra teatral de Andrés Lima que, hasta ahora, es el trabajo que más le enorgullece y le ha removido.
Quería ser bailarina, no actriz. ¿Cómo da el paso a la interpretación?
Sí, aunque yo quería dedicarme a las artes. Luego vi factible la opción de entrar en la escuela pública de interpretación. Me suspendieron. Al principio me lo tomé mal, pero a partir de ahí conocí a un profesor [de interpretación] que me cambió el chip y entonces decidí estudiar cómo actuar, técnicas y demás. Esto hizo que me volviera a presentar en la misma escuela y ya, por fin, me aprobaron. Una cosa llevó a la otra y conseguí una representante con la que he llegado hasta hoy.
Y del teatro al cine…
Al principio hacía teatro, pero conocí el proyecto de Carmen y Lola y quise ser quien contase esa historia. Hice el casting y me salió bien. Además, me interesaba porque con lo audiovisual se llega a lugares que por otros medios no, y me parecía algo que tenía que ser contado.
A sus 30 años, pertenece a la generación más joven de artistas con renombre. ¿Qué consejos le daría a quienes se están iniciando en la industria del cine en España?
Lo que es importante es que entiendan para qué quieren dedicarse a esto. No hay un camino exacto que seguir para conseguirlo, pero si tienen claro lo que quieren hacer, pueden tomar decisiones que les lleve hasta donde quieren llegar. Tengo compañeras que han seguido los mismos pasos que yo y no están ahí. Es difícil, también, dependiendo del tiempo que tengas, de si tienes que estar trabajando en un bar o haciendo un curso a la vez, pero la clave, desde luego, está en insistir e insistir.
«La ficción genera una solidaridad necesaria»
También pertenece a ese momento de cambio de la industria en el que los premios están sufriendo cambios, como el de aunar a hombres y mujeres en la categoría Mejor intérprete. Como feminista, ¿qué le parece?
No tengo una posición clara en esto. Entiendo el cambio y entiendo el debate. Creo que sería ideal intentar desmontar las estructuras de género en un trabajo artístico. Por lo tanto, entiendo que junten a hombres y mujeres, pero para ello debería haber igualdad de condiciones.
Si para usted esta medida es sinónimo de haber conseguido la igualdad, ¿qué opina de que haya menos mujeres con papeles protagonistas?
Pues mira, lo chulo de esto es que hay debate, pero, por supuesto, me encantaría ver protagonistas más diversos para que todo el debate cobre sentido, porque los papeles protagonistas considero que en muchos casos ya no reflejan a la sociedad. Ha de haber mujeres, ha de haber personas de género no binario y luego ya decidiremos quién se lleva el premio a la mejor interpretación.
Es una cuestión de educación, supongo. ¿La cultura educa? ¿Qué le falta a la cultura de España? ¿Qué es lo que no se ha contado todavía?
Claramente, la cultura educa. Por las series que vemos, la música que escuchamos… todo nos crea referentes. Yo siempre digo que lo guay de este trabajo es que con una buena interpretación puedes generar empatía, puedes hacer que el otro se reconozca como parte de ti y así derribar prejuicios y estructuras, porque muchas veces queremos apartar la vista de lo que realmente está pasando y no empatizamos con las desigualdades que hay de clases, de lgtbifobia… La ficción es capaz de poner un espejo y, al hacerlo, el público puede ablandar un poquito su corazón y reconocer a las personas como iguales, con diversos conflictos o papeles. La ficción genera una solidaridad que es necesaria en los tiempos que vivimos.
Y hablando de reconocimientos, en una entrevista afirmó querer dirigir alguna historia escrita por usted. Se está empezando a dar luz a más proyectos de mujeres creadoras, recientemente se estrenó Todo lo otro y El tiempo que te doy. ¿Se ve dirigiendo?
Es algo que tengo en mente, pero igual que muchas otras actrices que hemos tenido que lidiar en nuestras carnes personajes femeninos que no nos representan o, mejor dicho, no hemos interpretado a tipos de personas que, por supuesto, existen. Por eso creo que algunas cogemos y decimos “pues si nadie lo hace, ya lo hago yo”. Tenemos ese impulso de contarnos a nosotras, de contar las historias que nos interesan, que nos tocan, que nos mueven. En este momento, me apetece mucho trabajar con directoras y directores, pero no descarto contar historias yo, que luego ya veremos cómo se traducen a la materia: puede ser teatro, puede ser cine. Lo haré.
Y de su trayectoria profesional, ¿cuál es el proyecto que hasta ahora más le ha llenado a nivel personal o el que más le enorgullece?
Para mí, Prostitución es la obra que más me ha removido, tanto a nivel personal como a nivel profesional, porque he tenido el placer de trabajar con personas que admiro mucho, como Carmen Machi o Nathalie Poza. Lo más valioso que tiene la obra es que son relatos reales. Hemos hecho mucho trabajo en la calle y en clubes con mujeres, y son sus propias palabras las que trasladamos al escenario. Indudablemente, he aprendido mucho porque es un tema que conocemos, que sabemos que existe, pero no lo miramos. Haber podido escuchar a estas mujeres y que nos cuenten lo que les sucede…
Hace falta empatizar, porque el insulto ‘puta’ existe y el insulto al putero, no. Ha sido muy bonito haber podido quitar toda esa máscara y que aparecieran todas estas mujeres para contar su verdad. A mí, como mujer feminista en proceso
–porque como todos, tengo mucho por aprender todavía–, me ha llevado a derribar muchos prejuicios, porque no haber vivido esa vida no me ha hecho nunca empatizar tanto con el tema, y eso es lo maravilloso también de ser actriz: tener la posibilidad de cambiar y aprender gracias a estas cosas. Algo maravilloso en la vida es cambiar de opinión, porque te hace ser flexible, empático y escuchar a la persona que tienes delante.
«Cambiar de opinión te hace ser flexible y empático»
Esta profesión te da esa posibilidad todo el rato, porque tienes que defender cosas que no te imaginas, sólo por el hecho de vivir en una sociedad con unos códigos, una cultura, una educación… Y también parar un poco y mirar a la persona que tienes enfrente, que se abra en canal y escuchar de corazón a corazón sus palabras, hace derribar estructuras y entender la vida del otro.
Además de la serie Sin huellas y la obra de teatro [en diciembre en el Teatro Nacional de Barcelona], podemos verla en Sevillanas en Brooklyn. ¿Qué tienen en común Ana, el personaje que interpreta en esta película, con usted?
Ambas somos mujeres que no necesitamos sentirnos excepcionales. Somos mujeres normales buscándose la vida. Ana y yo nos parecemos en que ella es una chica normal del barrio que ama a su familia tremendamente, que se quiere ir, pero que termina asumiendo que es quien es y termina renunciando a algunas cosas. Eso tiene que ver conmigo porque, desde los 19 años, yo quería irme de casa y ahora pienso mucho en lo que echo de menos a mi familia. Creo que eso es porque hay un aprendizaje de que la mujer que soy yo tiene que ver con todos los cimientos que ha construido mi familia.
¿Y cuánto hay en sus redes de la mujer que es ahora? Porque otras actrices dicen que les exigen tener sus redes sociales muy cuidadas, que las tienen que llevar como personajes públicos con seguidores que son, y, sin embargo, su cuenta es muy personal y reivindicativa.
Me muestro así porque hacerlo de otra manera no tendría que ver conmigo. El otro día, de hecho, leí una noticia que informaba de la influencia de las redes en las rutinas alimentarias de los adolescentes, y esto asusta, porque te hace pensar en qué dirección nos estamos moviendo. Por otro lado, es indudable que son una herramienta de comunicación, y yo sí que creo que hay gente que tiene un micrófono potente y debe utilizarlo para comunicar cosas importantes.
¿Y cree que puede afectar en su carrera ser tan reivindicativa?
Las cosas que digo son de cajón. Mi palabra favorita es ‘cuidar’, y tiene que ver con el planeta, con las personas, con entender que hay unas desigualdades tremendas y que eso es injusto. No tiene nada que ver con ideologías. Es una cuestión de empatía, cercanía y sentido común. Para mí ver que si no reducimos el calentamiento global va a haber consecuencias graves es algo que me importa, lógicamente. No es algo que me haya inventado yo, hay estudios científicos que lo demuestran, como que la industria cárnica contamina muchísimo. Son cosas que tenemos que saber. Puede que el problema en las redes sea que estamos confrontando todo el rato, en lugar de ver las cosas desde el lado constructivo. Si el fin es positivo yo creo que no tiene que afectarme en el trabajo. Y si así fuera sería porque no tendría que estar en ese lugar.
Tiene muchas inquietudes, ¿qué más temas le preocupan?
¿Ahora mismo? La emergencia climática. Todos los temas llevan a eso y tienen que ver con el sistema y la sociedad en la que vivimos, que no nos deja movernos y modificar cosas para que no haya gente que pierda sus privilegios. Que al final es todo lo mismo, todo viene de un sistema construido que nos ha hecho actuar de una forma y vuelvo a lo de antes, la clave está en cuidar.
También está involucrada en acciones sociales, como la de la lucha de los refugiados. Ha estado en los campos de refugiados de Grecia, es algo que puede verse en su Instagram y, de hecho, hace la labor de recoger los testimonios de algunos refugiados. ¿Participa en este tipo de acciones porque le enriquece personalmente o porque es consciente de que puede ayudar a concienciar a la sociedad?
Yo siempre he dicho que si no hubiese hecho interpretación, me habría dedicado al trabajo social, porque las cosas que son injustas siempre me han motorizado. Llevaba tiempo queriendo ver el conflicto desde más cerca y conocer testimonios de personas. Allí, conocí a la familia de Riham, y para mí fue muy fuerte porque era una familia normal con una vida corriente. Tuvieron que irse de su país porque podían morir. Ahora llevan diez años como refugiados y han llegado a la última isla de Europa, que parece una cuneta y nadie les hace caso, nadie les escucha. Tienen unas condiciones nefastas pero, cuando empiezas a entender que la Unión Europea está gastando tremendas cantidades de dinero en que esto siga así, te explota la cabeza.
Me perturbó muchísimo pensar que podía traerme a un gato callejero a mi país y, sin embargo, no podía ayudar a una persona trayéndola porque es ilegal. No puedo cambiar la situación, pero por lo menos me responsabilizo de contarlo. De hecho, el otro día me paró una chica en Sevilla que trabaja en un centro de refugiados y había leído mi publicación de Instagram, y quería el contacto de la familia de Riham. Eso para ellos ya significa que alguien, en algún lugar del mundo, se está preocupando.
*Créditos. Fotografía: Papo Waisman. Estilismo: Ona Goeree. Producción: Pan Creative Studio.