Nací en Macao, cuando aún era colonia portuguesa y la meca del juego en Asia. De hecho, cuando era niña, mis padres trabajaban en casinos. Con China al lado (y su tradición) había un contraste muy grande entre ambas poblaciones. En Macao, igual que ocurría en Hong Kong, había un pánico latente de volver a formar parte de China entre los ciudadanos, de entrar en un régimen comunista. Cuando tenía 14 años, nos mudamos a Atlanta. Ante ese miedo, todo el que podía emigrar lo hacía. El cambio fue brutal, en el mal sentido de la palabra. Llegué al sur de Estados Unidos sin conocer a nadie, en plena adolescencia y sin hablar inglés. Fue una experiencia muy difícil, pero de todo se aprende. Como dicen los angloparlantes, “what doesn’t kill you makes you stronger” (lo que no te mata te hace más fuerte). Y así ha sido, las durezas de la vida me han hecho más fuerte, me han acompañado y me han ayudado a enfrentarme a distintas situaciones.
Hice el Bachillerato en un instituto de los suburbios de Atlanta (Estados Unidos) y al acabar entré en la Emory University (Atlanta) para estudiar Biociencia. Quería ser neurocientífica, pero mis notas no eran lo suficientemente buenas. Me cambié a Arquitectura en la mitad de la carrera. Buscaba algo muy distinto a lo que estaba haciendo. Siempre me han gustado los retos. Durante la carrera, tuve una profesora de Historia del Arte especializada en Barcelona y en el trabajo de Gaudí. Creo que eso fue la semilla que se plantó en mí para acabar en la capital catalana. Al acabar, hice un máster en Harvard (Boston, Estados Unidos). Ambos mundos me han llevado a lo que he dedicado mi vida laboral. Esa mezcla entre la parte formal de la ciencia —el rigor y la estructura— y el diseño —la imaginación, la creatividad y lo abstracto—.
Cuando acabé los estudios, me cogí un año sabático. Lo dejé todo: Atlanta, Boston, a mis padres… Me fui unos cinco o seis meses de viaje por Suramérica para abrir un poco la mente y conocer mundo. Y fue, mientras estaba allí, cuando pensé en qué podía hacer con mis estudios de biociencia y arquitectura. Corría el año 2001, cuando con 26 años decidí venirme a Barcelona. La idea era que fuera un lugar para aterrizar. No tenía en mente mudarme ni vivir aquí si quiera unos pocos años. Era más para una semana o dos. Pero los días se transformaron en semanas. Estas, en meses. Y los meses, en años. Poco después de llegar, conocí a un chico, el que es padre de mis hijas. Y así, lo que era un plan temporal se ha convertido en 20 años. Nunca pensé que me quedaría, pero España ha sido un país muy difícil de dejar. Su cultura, su gastronomía, su gente… He viajado por un montón de lugares del mundo y he vivido en muchísimos sitios, pero no hay ninguno que me haga sentir en casa como lo ha hecho España.
Eran tiempos difíciles, sobre todo para una arquitecta. Me di cuenta de que la calle estaba llena de personas buscando trabajo con su título en mano igual que yo. Y no era fácil encontrar nada más que cursillos por aquí y por allá. Encontré algo en una escuela de arquitectura y alguna otra cosa, pero nada me emocionaba lo suficiente. Tenía la necesidad de conectarme con más gente, conocer personas más diversas. Emprendedores, artistas, diseñadores… Cualquiera que quisiera formar un colectivo. Así que pensé que, si yo tenía esos intereses y necesidades, más gente debía estar en las mismas. Fue entonces cuando creé mi primer proyecto, el Mob Makers of Barcelona, un lugar en el que las personas pudieran juntarse para compartir y desarrollar ideas.
Abrió sus puertas en 2011 con el objetivo de que de allí, de esa sinergia entre habilidades y conocimientos, salieran nuevos negocios y proyectos. Lea idea era poner en común los recursos de cada uno para hacer cosas grandes. Y aunque el concepto de coworking no era nuevo, sí lo era el de que quienes fueran allí trabajasen juntos. Su creación coincidió con el periodo de recesión económica en España. Mucha gente perdía su empleo y muchas empresas echaban el cierre. Había una necesidad general de reinventarse y de conectarse con otras personas. El Mob y yo servimos de puente. Siempre he pensado que ese es mi rol, el enlazar ideas y personas. Una vez hecha la conexión, me tocaba pasar al siguiente proyecto.
El siguiente proyecto tuvo mucho que ver. Que el FabCafe, un espacio en el que facilitábamos las últimas tecnologías para que todos esos pensadores y creadores pudieran trabajar. Pusimos a su disposición una impresora 3D y una cortadora láser, que son herramientas que ahora muchos tienen en sus casas, pero en este momento no las tenía nadie. Queríamos democratizar la innovación y la tecnología para unir a través de ellas a quienes tenían ganas de aprender, a las mentes creativas y a los expertos en tecnología. Fuimos, de nuevo, el pegamento que unió a estos tres grupos.
Con el FabCafe en marcha, de nuevo, mi ADN de maker(creadora) me llevó a un nuevo proyecto: el Allwomen, una escuela de tecnología hecha por mujeres y para mujeres. Recuerdo el momento en el que supe que era necesario. Estábamos la cofundadora del negocio, Laura Fernández, y yo en una conferencia de tecnología en Barcelona, en la que 27 de los 28 ponentes eran hombres. Nos miramos perplejas. ¿Cómo era eso posible? ¿Dónde estaban las mujeres? Siendo dos mujeres que trabajaban en el mundo de la tecnología no entendíamos cuál era el problema. Descubrimos que los motivos eran muchos y diversos. Uno de ellos es que nos sentimos intimidadas en un sector repleto de hombres. Un espacio en el que hacer una simple pregunta ya resulta incómodo. Pero no es el único. También descubrimos que, por esa misma predominancia, la mayor parte de cursos estaban hechos de ellos para ellos. Para paliarlo nació Allwomen.
La idea principal era la de dar herramientas y formación a aquellas mujeres que ya tienen carreras y quieran darle un valor añadido. Por ejemplo, una abogada que quiera aprender cómo se aplica la tecnología en su sector. Y también queríamos dar facilidades en los horarios. Por ejemplo, para mujeres que son madres y que solo tienen determinados momentos en el día para dedicarle a esto. En este sentido, la pandemia nos ha ayudado a pilotar los cursos entre lo presencial y lo digital. Y con ello, hemos descubierto que muchas mujeres optan por la opción digital porque les permite hacerlo y participar con mayor comodidad y confianza.
En el año 2017 tuve la oportunidad de estudiar en Singularity University en California (Estados Unidos). Fue una experiencia que me cambió la vida. Eramos un grupo de 90 personas. Un tercio de ellos eran emprendedores; otro tercio, científicos y expertos en tecnología; y el restante, abogados y personas que se dedican a las leyes y a la estrategias de gobiernos. Fue un curso de tres meses en el campus de la NASA en California estudiando deep tech para buscar soluciones específicas para el cambio climático. Lo dicho, me cambió la vida. De pronto, aprendí y entendí que aún tenemos posibilidades de cambiar. Tenemos las herramientas y los conocimientos para darle un giro a la situación. Todavía estamos a tiempo. Solo hace falta alineación, imaginación y conocimientos.
Al acabar, entré en Alpha, una empresa telefónica que hace lo que en inglés se llaman moon shots (disparos lunares). Mi trabajo allí era el de tecnóloga social, es decir, buscar herramientas tecnológicas para solucionar problemas. Si Singularity aprendí toda la teoría y el conocimiento, allí aprendí cómo se aterriza y aplica. Lo que me permitió poner en práctica todas esas ideas con un horizonte bastante lejano: de cara a cinco, 10 o 15 años, no a uno o tres. Y, finalmente, en octubre de 2020, decidí montar mi propia empresa de este tipo, Futurity Studio. Pero no con la idea de ayudar únicamente a las empresas del sector de la telefonía, sino a todas.
En esta compañía nos dedicamos a acompañar y aportar a distintos negocios las herramientas y la metodología para pensar e implementar ideas futuras de forma eficiente. Por ahora, todas las empresas con las que trabajamos son extranjeras. En España, aún están en modo supervivencia, asegurando su core empresarial, así que todo lo que tiene que ver con el mañana lo tienen un poco parado. Se percibe cierto proteccionismo, se piensa en lo inmediato y los discursos de futuro no son comunes. Es un lujo poder pensar en ello. Y esto es, precisamente, una de las cosas que quiero transmitir a mis hijas. De hecho, cuando una de ellas tenía ocho años tuvo que imaginar su aula del futuro en clase. Entre sus ideas surgieron las pizarras mágicas, la realidad virtual… Fue impresionante y un buen ejercicio para que aprendan a pensar en las cosas que no existen.
Tendemos a mirar el futuro como una predicción, pero no es así como se crea. Para hacerlo hay que tener en mente el rigor científico. Lo primero es valorar lo bueno y lo malo que pueda ocurrir con cualquier idea, y las consecuencias que pueda tener. A veces, las cosas malas pueden derivar en cosas buenas y viceversa. Se trata de plantear todos los escenarios posibles. Después, es fundamental tener una mirada plural. Mi futuro va a ser muy distinto al de una persona africana o al de una persona trans. No podemos diseñar futuros para nosotros mismos, sino que hay que tener en cuenta el colectivo. Hay que tener una conversación más amplia. La última cosa que hay que hacer es poner las soluciones.
Mientras gestiono Futurity Studio, mantengo las demás empresas, aunque mi rol ha pasado a ser el de asesora. Creo que es una de mis buenas capacidades, la de plantar semillas y dejar que quienes tienen las capacidades y la imaginación crezcan por si solos. También lo que en inglés se llama trim tab thinking. Los trim tabson herramientas que llevan los aviones en las alas y los barcos para aprovechar las fuerzas adversas en favor del vehículo para llegar más lejos. Creo que soy así. Y, de cara al futuro, quedan proyectos por hacer. Dentro de Futurity Studio ya tenemos un pequeño estudio para crear empresas nuevas, y hay un par de cosas más por hacer. Eso sí, cuando el reloj marca las 18:00 y es hora de estar con mis hijas, no hay 10 minutos más para el trabajo.
Le cedo el testigo a Laura Fernández, de la que fui mentora durante muchos años. Una relación que, por su aprendizaje y crecimiento, ha pasado a una nueva fase en la que ya no necesita mi tutoría. Ahora, es mi colega. Una mujer cuya pasión y empuje me inspiran. Sobre todo por su empeño en ayudar a las mujeres y darles la oportunidad que necesitan en el mudo de la tecnología.
Esta entrevista a Cecilia Tham forma parte de la cadena que Forbes W está realizando para que mujeres líderes en sus sectores, emprendedoras, trabajadoras y punteras presenten, en primera persona, su historia personal y profesional. Hablan con voz propia de sus trayectorias, los logros y dificultades que les han traído hasta su etapa actual a los que deben su éxito. Helga de Alvear fue la primera de esta serie de entrevistas en cadena. Ella le pasó el testigo a Paulina Beato, que eligió a Elena Barraquer para continuar este entretejido de talento femenino. De Barraquer dimos un punto más hacia Inés Cuatrecasas que, a su vez, eligió a Tham.