Menos de 24 horas antes de viajar a Oriente Medio y Corea del Sur para reunirse con inversores, Kamal Ghaffarian ha encontrado un par de horas libres en su agenda. Se quita la chaqueta y se sienta en la silla de su despacho, un anodino edificio de cuatro plantas en los suburbios de Maryland. Pregunta: «¿Has oído que la gente me llama ‘el loco Kam’?».
Es una pregunta justa. La lista de empresas que ha fundado Ghaffarian parece las páginas de una novela de ciencia ficción: Axiom Space está construyendo la primera estación espacial comercial del mundo en colaboración con la NASA y también ha diseñado la próxima generación de trajes espaciales para astronautas. («La próxima vez que veas a astronautas caminando por la superficie de la Luna, llevarán trajes espaciales de Axiom Space», añade). Intuitive Machines construye módulos de aterrizaje lunar y enviará uno al polo sur de la Luna en enero (si el tiempo lo permite), uno de los varios lanzamientos que tiene previstos para abrir la Luna a misiones comerciales. Quantum Space está creando una «superautopista» espacial que ayudará a las naves espaciales a repostar y viajar en la región entre la Tierra y la Luna. Y de vuelta a este planeta, X-Energy está fabricando reactores nucleares pequeños y avanzados (y a prueba de fusiones) que pueden suministrar energía a todo, desde una base militar remota hasta la planta química de 4.700 acres de Dow en la costa del Golfo de Texas.
Una locura, desde luego. Pero todas las empresas tienen un objetivo común, según Ghaffarian. «Necesitamos ser una especie multiplanetaria y también poder ir a otras estrellas. Pero hasta entonces, sólo tenemos un hogar, ¿no?», dice, y añade, con una risita: «Si lo resumimos todo, [necesitamos] cuidar de nuestro hogar actual y encontrar un nuevo hogar».
La industria espacial está dominada por grandes magnates que han invertido dinero en cohetes, vehículos exploradores y viajes en órbita. Pero, a diferencia de Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson, Ghaffarian, de 65 años, es un raro ejemplo de alguien que es multimillonario en gran parte debido a sus actividades espaciales, en lugar de alguien que se metió en ellas después de hacer fortuna. ¿La clave de su éxito? Cultura, cultura, cultura, dice. Pero en un negocio de 546.000 millones de dólares que sigue impulsado por el gobierno estadounidense, según la Fundación Espacial sin ánimo de lucro, en realidad se trata de contratos, contratos, contratos.
«Nadie es mejor que Kam Ghaffarian para conseguir, por concurso, dólares del gobierno de Estados Unidos», añade J. Clay Sell, consejero delegado de X-Energy y antiguo subsecretario del Departamento de Energía de Estados Unidos.
Por supuesto, el Tío Sam no es el único interesado. Ghaffarian ya tiene una larga lista de clientes comerciales, entre ellos el sistema sanitario Cedars-Sinai (para la investigación de células madre en microgravedad), el fabricante de champán G.H. Mumm (burbujas diseñadas para ser degustadas en el espacio) y el conglomerado japonés Mitsui, que también se ha asociado con Axiom Space. Además, hay gobiernos extranjeros, como los de Canadá y Arabia Saudí, y particulares que pagarán por acceder al espacio: la empresa ya ha completado con éxito dos misiones tripuladas totalmente privadas a la Estación Espacial Internacional (ISS) con SpaceX de Musk en abril de 2022 y el pasado mes de mayo, la primera con tres astronautas comerciales y la segunda con dos astronautas saudíes. En agosto, la empresa afirmaba haber conseguido más de 2.200 millones de dólares en contratos con clientes.
Esta trayectoria le ha ayudado a ganarse a los inversores. En agosto, Axiom Space recaudó otros 350 millones de dólares en una ronda de financiación liderada por Aljazira Capital, de Arabia Saudí, y la farmacéutica surcoreana Boryung; la empresa está valorada en 2.100 millones de dólares, según los documentos presentados por otro inversor, ARK Invest. Ese mismo mes, Intuitive Machines –que cotizó en el Nasdaq a través de una firma de cheques en blanco en febrero– cerró una inversión privada de veinte millones de dólares, apuntalando sus finanzas tras un rocoso debut como empresa pública. X-Energy, que cuenta entre sus inversores con Dow y el fondo de capital riesgo Ares Management, estaba valorada en septiembre en unos 1.100 millones de dólares. La parte más reciente y pequeña de su fortuna es Quantum Space, que recaudó quince millones de dólares en diciembre. En total, Forbes calcula que la fortuna de Ghaffarian asciende a 2.200 millones de dólares, gracias sobre todo a sus participaciones en sus empresas espaciales y nucleares. No está mal para un inmigrante iraní que aterrizó en Washington D.C. en 1976 con un préstamo de su tío de 2.000 dólares para ir a la universidad.
«La gente piensa en Bezos, Musk y Branson, y con razón», explica Chris Stott, fundador y consejero delegado de Lonestar Data Holdings, que se ha asociado con Intuitive Machines para almacenar datos en la superficie lunar. «También deberían incluir a Kam Ghaffarian en esa lista porque está haciendo tanto, y ha sido bastante inteligente porque está aprovechando todo lo que Jeff y Elon están haciendo».
Puede que Ghaffarian sea un asteroide en una gran galaxia comparado con gente como Musk y Bezos, que están desplegando miles de millones de dólares. Pero no ve a esos magnates como competencia, sino como socios: «Siento un gran respeto por Elon y [la presidenta de SpaceX] Gwynne Shotwell, son amigos increíbles. Jeff Bezos, lo mismo», afirma.
Como estos otros empresarios espaciales más conocidos, Ghaffarian tiene planes mucho más audaces. El objetivo inmediato de construir la primera estación espacial comercial de la historia y los módulos de aterrizaje lunar es reducir los costes de entrada en el espacio, del mismo modo que los cohetes reutilizables de SpaceX abarataron, facilitaron y aceleraron el lanzamiento de misiones. Piense en una película de Tom Cruise rodada en una estación espacial real o en el desarrollo de fármacos en gravedad cero, dos posibilidades que las empresas de Ghaffarian están ayudando a hacer realidad.
Pero eso es sólo el principio. A largo plazo, dice: «Nuestro destino final es que la raza humana se convierta en interestelar».
El primer paso es la órbita terrestre baja, es decir, la estación espacial. Después, la Luna, con módulos de aterrizaje y un puesto de avanzada humano. ¿Y después? «Tecnologías que puedan ir más allá de nuestro sistema solar».
Los sueños fuera de este mundo de Ghaffarian se remontan a su infancia en la antigua ciudad de Isfahan (Irán), donde le encantaba contemplar las estrellas. La noche del 20 de julio de 1969, el entonces niño de once años se acurrucó alrededor del televisor en blanco y negro de la casa de su vecino y vio cómo Neil Armstrong y Buzz Aldrin se convertían en los primeros seres humanos en pisar la Luna. «Fue un momento realmente transformador», recuerda. «Aquello me hizo darme cuenta de que esto era lo que quería hacer».
La última misión estadounidense a la Luna fue en 1972. Cuatro años después, Ghaffarian voló a Washington D.C. para estudiar en la Universidad Católica de América con un préstamo de 2.000 dólares de su tío. Por las noches, aparcaba coches en el centro de D.C. para pagar esa deuda mientras terminaba una doble licenciatura en Informática e Ingeniería. Ghaffarian se graduó en 1980 –un año después de la revolución iraní– y nunca miró atrás.
Su primer trabajo al salir de la universidad fue en la empresa informática Compucare, con sede en Virginia, mientras continuaba sus estudios con una licenciatura en Ingeniería Electrónica y un máster en Gestión de la Información. La primera incursión de Ghaffarian en la industria espacial se produjo en 1983, cuando consiguió un puesto en el gigante aeroespacial Lockheed, para pasar después a Ford Aerospace, donde siguió trabajando en contratos para la NASA y el gobierno federal. En 1994 emprendió su propio camino con Harold Stinger, a quien había conocido en Lockheed. Ambos fundaron una empresa llamada Stinger Ghaffarian Technologies (SGT) con el impulso de un programa federal de ayuda a empresas propiedad de minorías. Su primera oficina estaba en el sótano de Ghaffarian.
«Decidimos abrir nuestra propia empresa haciendo lo mismo, básicamente el negocio de la contratación pública», dice. «Hipotecé una casa y conseguí 250.000 dólares que junté, y así fue como empezamos».
En 2006, SGT se había convertido en el vigésimo mayor contratista de la NASA, con cien millones de dólares en contratos para prestar servicios de ingeniería y apoyo a las misiones. Tres años después, compró la participación de Stinger. «Tiene un conjunto de habilidades para la contratación gubernamental», dice Chris Quilty, fundador y codirector ejecutivo de la firma de investigación del mercado espacial Quilty Space. «Y puesto que este es intrínsecamente un mercado gubernamental, es una habilidad muy importante».
Otra habilidad: su capacidad para convencer a los veteranos de la NASA para que se unan a él en el sector privado. Las empresas de Ghaffarian cuentan con al menos 18 exestrellas de rock de la NASA, lo que aporta una gran experiencia gubernamental pero también convence a los inversores de que pueden tener éxito en un mercado cada vez más saturado. En 2013, se asoció con Stephen Altemus, ex subdirector del Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston, que dirigió los aterrizajes del Apolo en la luna, para lanzar Intuitive Machines. Tres años más tarde, convenció a Michael Suffredini, quien dirigió el programa de la Estación Espacial Internacional de la NASA durante una década, para que se uniera a él en la fundación de Axiom Space.
«Le llamé y le dije: ‘Kam, lo único que sé hacer es construir y operar una estación espacial'», cuenta Suffredini sobre una llamada telefónica que tuvo con Ghaffarian poco después de dejar la NASA. «Me dijo: ‘vale, déjame que me lo piense’. Volvió a llamar al día siguiente y dijo: ‘vamos a construir una estación espacial'».
«Es el componente más importante y es claramente una ventaja competitiva», afirma Kurt Scherer, socio director de la firma de inversión C5 Capital, con sede en Washington D.C., que invirtió tanto en Axiom Space como en su empresa de reactores nucleares X-Energy, fundada por Ghaffarian en 2009.
El historial de Ghaffarian como adjudicatario de contratos de la NASA –según afirma, SGT tenía un ratio de adjudicación del 80%, frente a una media del sector inferior al 50%– ayudó a Axiom Space e Intuitive Machines a conseguir licitaciones importantes, desde los trajes espaciales hasta el programa lunar comercial. «Esta capacidad de licitar y tener éxito es nuestra salsa secreta», añade. Incluso X-Energy está activa en el espacio: el año pasado, una empresa conjunta con su Intuitive Machines consiguió un contrato de cinco millones de dólares de la NASA y el Departamento de Energía para diseñar un reactor nuclear portátil para la superficie lunar.
Todos estos proyectos requieren inversión. Es por eso que Ghaffarian vendió SGT en 2018 a KBR, que cotiza en bolsa, por 355 millones de dólares, lo que le dio el efectivo para impulsar sus otras empresas. «Hay veces que pienso que tal vez no debería haber vendido, porque SGT era un negocio con un flujo de caja increíble. Pero se trata de empresas tecnológicas», afirma, señalando Axiom Space, Intuitive Machines y X-Energy. «Hay que invertir mucho dinero en ellas».
La financiación inicial tiene un límite en el sector espacial, y Ghaffarian consiguió convencer a inversores con mucho dinero para que aportaran los fondos necesarios para poner en marcha esas empresas. «Kam es una de las pocas personas que tienen la capacidad de ver un futuro grande, audaz y ambicioso, y de conseguir que mucha gente crea en esa visión», afirma Dakin Sloss, fundador y socio general de la empresa de capital riesgo Prime Movers Lab, con sede en Jackson (Wyoming), que ha invertido tanto en Axiom Space como en Quantum Space.
Los mercados públicos no han sido tan amables como los inversores privados. X-Energy puso fin a su fusión SPAC con Ares Acquisition Corp. en octubre, un mes después de revisar a la baja su valoración en un 42%. Las acciones de Intuitive Machines han caído un 70% desde su debut bursátil, al descontar los inversores los retrasos en el primer lanzamiento lunar de la empresa. Inicialmente previsto para noviembre –lo que habría convertido a Ghaffarian en el primero en llevar a Estados Unidos a la Luna desde 1972–, se retrasó a enero debido a la «congestión de la plataforma» de Cabo Cañaveral. (Otra empresa estadounidense, Astrobotic, tiene su propio módulo de aterrizaje cuyo lanzamiento está previsto para Nochebuena, con lo que podría superar a Ghaffarian).
Y la competencia es feroz en todos los ámbitos: en la industria nuclear, TerraPower, de Bill Gates, que está fabricando un reactor piloto mayor que el de X-Energy, también obtuvo un contrato del Departamento de Energía al mismo tiempo que la empresa de Ghaffarian en 2020. En el ámbito de las estaciones espaciales, Axiom Space también tendrá que competir con Blue Origin, de Bezos, y Sierra Space –fundada por la pareja de multimillonarios Eren y Fatih Ozmen–, además de los titanes de la industria Lockheed Martin y Northrop Grumman, que se han asociado con Voyager Space, con sede en Denver, y otras empresas emergentes como Vast, del criptomillonario Jed McCaleb. Además de Astrobotic y Blue Origin, la startup japonesa iSpace planea una segunda misión a la Luna en 2024, después de que su primer módulo de aterrizaje se estrellara contra la superficie lunar el pasado abril por un fallo de software.
Ghaffarian no está preocupado, ya que imagina un futuro en el que habrá negocio más que suficiente para múltiples reactores nucleares pequeños, estaciones espaciales y empresas que transporten cargas útiles a la Luna. «La competencia es sana. Te hace más creativo e innovador», afirma. Sus inversores están de acuerdo: «Queremos animar a los competidores porque éste va a ser un mercado en crecimiento», añade Scherer, de C5 Capital.
El proyecto más ambicioso de Ghaffarian es el Limitless Space Institute, una organización sin ánimo de lucro que, según cuenta, se le ocurrió cuando estaba en casa meditando y pensando en el universo. («Lo que me mueve es mi espiritualidad y la confianza en Dios», afirma). Con sede en Houston, el instituto –también dirigido por veteranos de la NASA– se asocia con escuelas y universidades y financia la investigación de tecnologías que algún día podrían permitir los viajes interestelares, desde naves espaciales propulsadas por fusión (teóricamente posibles, pero lejos de ser una realidad) hasta «motores espaciales, agujeros espacio-temporales y deformaciones espaciales» (aún totalmente conceptuales).
Es probable que Ghaffarian no esté presente cuando eso ocurra. Pero prevé un futuro a corto plazo en el que los humanos vivan a tiempo completo en una estación espacial y en la Luna. El siguiente paso en esa visión es el lanzamiento de Intuitive Machines a la Luna en enero. Después vendrá la próxima misión de astronautas de Axiom Space, también prevista para principios del año que viene. Se espera que la primera sección de la nueva estación espacial se una a la ISS en 2026 –Axiom Space es la única empresa que puede conectar allí sus módulos– y que toda la estructura esté en funcionamiento en 2031, cuando se jubile la ISS.
«Cuando hablamos de dentro de diez, quince o veinte años, mi esperanza es que tengamos una ciudad espacial, un lugar donde la gente pueda ir a vivir», afirma. «Sería un buen punto de partida hacia una mayor exploración espacial por parte de los seres humanos».
Para Ghaffarian, la motivación para construir una estación espacial y módulos de aterrizaje lunar nunca fue enriquecerse, aunque sus inversiones en ellos le hayan hecho muy rico.
«No quería ser el hombre más rico del cementerio ni quería que mi vida consistiera sólo en ganar más dinero», dice, reflexionando sobre el momento en que vendió su primera empresa. «Quería que mi vida consistiera más en marcar la diferencia, en cambiar el mundo a mejor».
*Reportaje de Giacomo Tognini.