Forbes Ricos

Estos son los extraordinarios comienzos de las personas más ricas del mundo

Ni todos provienen de familias humildes, ni gestaron el negocio del siglo desde el garaje de sus padres. Lo que sí comparten todos ellos (los más ricos del mundo) son unos comienzos extraordinarios.

Imagínese con diez años. ¿Se visualiza? Pues bien, a esa misma edad, Elon Musk (el hombre más rico del mundo al cierre de esta edición) ya programaba código. De hecho, consiguió venderle un videojuego a una revista sudafricana del sector por 500 dólares. Con once, Warren Buffett conseguía sacarse cientos de dólares al mes (lo que al cambio actual rondaría los 2.000 dólares) repartiendo periódicos en Oklahoma. Y con trece, Bill Gates desarrolló su primer programa informático (el Tic Tac Toe). Además, a la hazaña del pequeño Gates hay que sumar su increíble habilidad para ajustar software durante su etapa en la escuela secundaria. Algo que en realidad ocultaba una intención mucho más prosaica detrás: coincidir con el mayor número de chicas posible en cada clase y tener los viernes libres. Apuntaba maneras.

ELON MUSK

Escapó de su Sudáfrica natal para eludir el servicio militar obligatorio. Intentó trabajar para Netscape, pero no resultó. Vendió su primera empresa (Zip2) en 1999 y, con los beneficios, fundó el germen de PayPal. Hoy es el hombre más rico del planeta Tierra (aunque él sueña con vivir en Marte).

Todos lo hacían. Si echamos un vistazo a los nombres que lideran hoy las mayores fortunas del mundo, ya destacaban de alguna u otra manera en su juventud. Pero si repasamos sus historias descubrimos también sus primeros tropiezos, decepciones y adversidades. Pero, ¿qué pesó más a la hora de definir el rumbo de sus cuentas bancarias? ¿Su talento? ¿La manera de aprender de sus fracasos? Posiblemente, una combinación de ambas.

MICHAEL BLOOMBERG

En 1973, se convirtió en socio de Salomon Brothers, uno de los bancos de inversión de referencia en Wall Street. Con los ahorros que acumuló allí, fundó su propia empresa (la futura Bloomberg), auténtico referente de la información financiera. Ha llegado a ser incluso alcalde de Nueva York (de 2002 a 2013) y su patrimonio neto se estima en $ 54.000 millones.

No sin tropiezos

Muy conocidas son las confesiones a modo de carta que el oráculo de Omaha envía periódicamente a sus accionistas entonando el mea culpa. El considerado por muchos como el mejor inversor de todos los tiempos no ha tenido problema en comentar sus múltiples equivocaciones a lo largo de su carrera. Y es que Warren Edward Buffet (Omaha, Nebraska, 30 de agosto de 1930) aprendió muy pronto el valor del fracaso durante su camino al éxito. Con apenas once años, y después de estudiar concienzudamente las cotizaciones diarias de bolsa, compró sus primeras acciones a 38 dólares. Tiempo después, el precio cayó hasta los 27. Decepcionado, pero consciente de los vaivenes del mercado bursátil, esperó y esperó, hasta que subieron a 40, e inmediatamente vendió. Esta decisión le perseguiría el resto de su vida y marcaría su conservador estilo de inversión. Porque, aunque con la venta de esas acciones obtuvo su primera rentabilidad, pocos años después el precio de los títulos que vendió Warren llegaría a los 200 dólares por acción.

CAROLINA HERRERA

De familia acomodada y aristocrática, su vocación la hechizó el día que su abuela le llevó, con trece años, a un desfile de Balenciaga. Sin embargo, no fundaría su propia firma de moda hasta que cumpliera los 42 años. Hoy, su marca es una de las más valiosas del sector textil mundial.

Rechazado por Harvard a los 19 años, Buffet terminó estudiando economía en las Universidades de Pensilvania y Columbia. Fue entonces cuando comenzó a trabajar analizando informes de la bolsa de valores consiguiendo, en apenas seis años, aumentar su capital de 9.800 a 140.000 dólares. Se guardó una parte. Y utilizó 100.000 dólares propios y otros tantos de siete socios diferentes, para fundar en 1956 Buffet Associates, que consiguió acabar el año con una rentabilidad del 251%. Tenía 26 años. Hoy tiene 93 y cerca de 118.000 millones de dólares de patrimonio.

OPRAH WINFREY

Hija de madre soltera, creció en la pobreza rural de Misisipi, entre episodios de racismo y abuso. Con 19 años, empezó a cubrir noticias en una radio local. La presentadora más influyente de EE UU entró en la lista Forbes 400 en 1995, la única afroamericana multimillonaria entonces.

Tampoco estuvieron exentos de errores los inicios de Bill Gates (Seattle 1955). El polémico magnate que coprotagonizó el alumbramiento del ordenador personal (y las prácticas más que cuestionables para conseguirlo), fundó Microsoft con apnas 20 años, junto a su colega de la escuela Paul Allen. Para entonces, la pareja ya había hecho su primera incursión en el mundo empresarial con Traf-O-Data. Cursando todavía el bachillerato, llegaron a facturar más de 20.000 dólares midiendo y analizando los datos de tráfico para el departamento de carreteras del Estado de Washington. Trataron de vender su proyecto en Latinoamérica, pero lo único que consiguieron fue perder cerca de 3.500 dólares (de los de entonces), por no haberse molestado en hacer un estudio de mercado previamente.

JULIO IGLESIAS

Antes de convertirse en estrella de la música, Julio intentó ser portero del Real Madrid (aquí lo vemos pisotear el césped del viejo Chamartín), pero un accidente de coche acabó con su carrera. Iglesias ocupa el puesto 40 de la lista Forbes España y posee cuantiosas inversiones en el sector turístico e inmobiliario.

A partir de ahí, su historia de éxito está contada, sobre todo tras la emisión del documental de Netflix Inside Bill ́s Brain, en el que se narran las peripecias un joven y superdotado Gates, adicto a la programación, la velocidad, la comida basura y los porros de marihuana, y de cómo abandonó Harvard para tratar de ganar la encarnizada batalla de la incipiente industria del software.

Casi cinco décadas después, con más de 118.000 millones de dólares, el padre de Windows es el quinto hombre más rico del mundo, a pesar de haberse dejado comer un buen el trozo del pastel en lo que a software informático se refiere y de no haber tocado las teclas adecuadas en sectores tan importantes como el de los smartphones.

DONALD TRUMP

En sus inicios, el presidente más polémico y bipolar (o lo aman o lo odian) de la historia de EE UU, presentó programas de televisión y lanzó su propia edición del Monopoly, un juego de mesa –llamado Trump The Game– que planteaba una mecánica simple: amasar la mayor cantidad de inmuebles y dinero posible (las reglas eran lo de menos).

Sin miedo al ridículo

Hijo de un artista circense, obsesionado por la leche de vaca, mediático dónde los haya y condecorado como el peor jefe del mundo, Jeff Bezos (Nuevo México, 1964) compaginaba las clases en el instituto con el turno de mañana en un McDonald’s. Arrancaban los años 80 y, según él, la experiencia le ayudó a aprender a “ensuciarse las manos”. Después de graduarse con honores, al joven programador le empezaron a llover las ofertas. Llegó a ser vicepresidente de una compañía en Wall Street, hasta que en 1994 lo dejó todo para montar, junto a su entonces novia, una empresa de venta de libros por internet.

MARK ZUCKERBERG

David Fincher narró su biografía ‘no oficial’ en la película La red social (2010), una historia que el propio Zuckerberg cataloga de inexacta. Cómo un adolescente asocial y arrogante –con problemas para ligar– creó Facebook, la red social que cambió las reglas del juego.

Ambos, junto a un puñado de programadores, arrancaron Amazon desde el garaje de la pareja gracias a sus ahorros, un préstamo de su padre adoptivo y la colaboración de 300 amigos que hicieron de betatesters. En 1997, con un millón de clientes y aún sin beneficios, cayó en la cuenta de que si vendía libros por internet podría vender también cualquier otro producto. Para conseguir el impulso que necesitaba sacó la empresa a bolsa a 18 dólares la acción. Pero los inversores no creyeron en su proyecto.

En 1999, las burlas le llovían a Bezos en Wall Street, por lo que consideraban un modelo de negocio fracasado (cuanto más se expandía, más perdía). Desde su fundación hasta finales de 2001, cuando consiguió su primer trimestre rentable, el negocio tuvo pérdidas acumuladas de casi 3.000 millones de dólares. Dos décadas después, la fortuna del creador de Amazon roza los 150.000 millones de dólares, incluyendo la propiedad, entre otras compañías, de The Washington Post y Blue Origin, con la que tiene previsto continuar apostando por el turismo espacial.

BILL GATES

Tenía apenas 15 años cuando – junto a su amigo Paul Allen– desarrolló un programa informático que monitoreaba los patrones del tráfico de Seattle. Con el dinero de aquel trabajo adolescente (unos $ 20.000, una pequeña fortuna), ambos desarrollarían su primera compañía, Microsoft, con el garaje familiar como sede. El resto ya es historia.

El mismo afán explorador extraterrestre comparte Elon Musk (Pretoria, 1971), que poco tiene que envidiar a Bezos en cuanto a excentricidades se refiere. El rico entre ricos, hijo de un acaudalado ingeniero sudafricano, se sacaba un sueldo talando árboles en su época estudiantil. Tras graduarse en Economía y Física por la Universidad de Pensilvania, enseguida se puso a crear sus propios negocios. Su primera empresa fue Zip2, fundada en 1995 con la intención de albergar webs de medios de comunicación. En 1999, cuando ya gestionaban casi 200 portales, la vendió a Compaq Computer por 307 millones de dólares. Después levantaría uno de los primeros bancos por internet, Xcom, que acabó fusionándose con Paypal. La venta de esta última en 2002 por 1.500 millones de dólares fue lo que permitió a Musk fundar Space X con 100 millones, destinar otros 10 a Solar City y 70 a Tesla, su gran proyecto.

En varias ocasiones, Musk ha confesado que cuando fundaron Tesla en 2003 “no tenían ni idea” de lo que estaban haciendo. Incluso llegó a admitir que creía que había un 90% de posibilidades de que fracasasen. De hecho, el ahora multimillonario acabó acostumbrándose a dormir en casas de amigos y a ducharse en baños públicos. Sin embargo, la empresa consiguió sus primeros beneficios anuales en 2020 y el crecimiento del precio de sus acciones este año convertían a su fundador en el hombre más rico del mundo, con más de 236.000 millones en su cartera.

RICHARD BRANSON

Tras abrir una pequeña tienda de discos en Londres, en 1973 decidió montar su propio estudio de grabación y lanzar la obra instrumental de un desconocido imberbe llamado Mike Oldfield (un amigo le pasó la maqueta en una cinta). Tras vender 20 millones de copias de Tubular Bells, el imperio Virgin cambió la música por los aviones y –más tarde– los cohetes espaciales.

Aunque a Bezos también le sirviese como sede durante sus comienzos, hay que reconocer que, si alguien cumple con el estereotipo de joven friki gestando el negocio del siglo desde un garaje, ese sería Larry Page (Michigan, 1973). Junto con su compañero en Standford, Sergey Brin, idearon desde sus dormitorios el algoritmo que impulsa el botón de búsqueda de Google (en sus comienzos bautizado como Backrub). Pero no fue hasta 1998, gracias un cheque de 100.000 dólares extendido por el cofundador de Sun Microsystems, cuando consiguieron constituir oficialmente Google Inc. y mudar sus oficinas a un garaje en Menlo Park, propiedad de la empleada número 16 de la compañía y hasta hace poco CEO de YouTube, Susan Wojcicki.

Allí, junto a bicicletas, antorchas para el jardín y un servidor construido con Lego, el negocio de la pareja empezó a crecer como la espuma. A día de hoy, esos astronómicos beneficios han permitido a Page y a Brin, que apenas tienen cincuenta años, abandonar el día a día de la compañía para dedicarse a perseguir sus pasiones, que incluyen islas privadas y yates, pero también a la investigación y la filantropía. De hecho, Page, con un patrimonio que roza los $ 105.000 millones, ostenta hoy la séptima fortuna más grande del mundo. Brin, la undécima.

WARREN BUFFETT

Con sólo 13 años, montó su primer ‘negocio’, coordinando un equipo de reparto de periódicos en su vecindario. Su siguiente idea fue instalar máquinas de pinball en las barberías, para que los clientes jugaran mientras esperaban su turno. Invirtió $ 25 en un pinball viejo y en solo un año traspasó el ‘tinglado’ por $ 1.000 (un beneficio del 4.000 %).