Comienza por tener siempre una meta a la que dirigir tus esfuerzos, porque sin metas no hay liderazgo que valga. Tienes que esforzarte cada día por alcanzarla y cuando la consigas ponerte otra nueva. La vida del líder es una constante carrera de fondo por alcanzar lo propuesto.

Al igual que aprender. Recuerda: la universidad se acabó, el aprender no se acaba nunca. Si quieres de verdad sacarle el máximo potencial a tu liderazgo, no dejes de aprender, de formarte, de acudir a ponencias, a cursos, de poner al día tus conocimientos…

Por supuesto, no sólo debes pensar en ti mismo, aprende a reconocer los esfuerzos y valía de tus empleados, todo lo que saquen adelante. Ningún líder se mantiene en la cumbre del liderazgo sin saber reconocerlos. Como tampoco un buen líder deja de escuchar, escuchar y escuchar… hay que tener los oídos bien abiertos para que no se escape nada: ni de lo que quieren los clientes ni de lo que reclaman los empleados.

Por eso debes ser consciente de que sin tus empleados y tus clientes no eres nadie. Tienes que cuidarlos con mimo, cada día. Pero también debes ser consciente de que nadie es imprescindible.