Los inversores están esperanzados y piensan que todo saldrá bien, que será un buen año, cuando están a punto de irse de vacaciones. Pero cuando regresan a su despacho en septiembre, empiezan a ver lo que se viene encima y se dan cuenta de que esas pequeñas nubes económicas que de las que no se habían podido deshacer en verano siguen ahí, no se han ido. Y no sólo eso, si no que cada día que pasa son más grises.


En años como 1929, 1987 y 2008, los mercados se cayeron en otoño. Se le ha llamado el “efecto septembrino”, y Fang y sus compañeros de estudio piensan que han descubierto la causa:

Durante las vacaciones de verano, los inversores profesionales no están tan centrados en las noticias del mercado financiero como el resto del año. Lo que hacen es retrasar su reacción hasta que vuelven al trabajo en septiembre. El error es que, según esta investigación, se necesita más tiempo para digerir las malas noticias que las buenas.

El equipo de Fang puso a prueba esa tesis examinando las diferencias en las fechas de las vacaciones escolares en lugares distintos y encontraron que el efecto septembrino varía dependiendo del mes en el que la mayoría de la gente tiene vacaciones. Vamos, que los mercados financieros se vuelven menos eficientes en verano porque la gente no le está prestando suficiente atención a lo que está pasando.