No hay consenso en que la economía mundial se encamine hacia una recesión. El problema es que la ciencia económica hoy en día se ha convertido en una disciplina de mucha diplomacia y controvertida credibilidad, como se demostró con la Gran Recesión, que casi nadie la vio venir. A falta de datos concluyentes, una recesión global es un escenario verosímil, pero aún prematuro. El FMI, que mantiene una prudente posición de equidistancia, ha vuelto a revisar a la baja las perspectivas de la economía mundial en dos décimas hasta el 3,4% para 2020. “Ahora bien, a diferencia de la desaceleración, que es sincronizada, la recuperación no es generalizada y sigue siendo precaria”. Además de los elementos geopolíticos, la situación económica presenta algunas peculiaridades que están causando cierta alarma al representar un riesgo extraordinario para economías como la alemana, con sectores industriales muy potentes y volcados hacia los mercados exteriores. El sector manufacturero lleva tiempo perdiendo impulso por la competencia asiática, lo que está suscitando interrogantes sobre su futuro. Por ejemplo, la industria automovilística se está resintiendo de las nuevas normas sobre emisiones en la eurozona. En términos de volumen, el crecimiento del comercio internacional se redujo al 1% en el primer semestre de 2019, el nivel más bajo desde 2012, debido al aumento de los aranceles. La persistente incertidumbre en torno a la política comercial ha deteriorado la inversión y la demanda de bienes de capital. El FMI destaca que frente a la debilidad de la actividad manufacturera y el comercio, el sector servicios conserva el vigor, lo que permite que los mercados de trabajo de las economías avanzadas se mantengan sólidos, aunque advierte que están apareciendo indicios de que los servicios se están enfriando en Estados Unidos y en la eurozona.
“El ciclo económico se está agotando y un indicador es el más representativo: el ‘output gap’ (brecha de producción). A pesar de que existen excepciones, el diferencial de producción es negativo en muchas economías y próximo a cero globalmente. Esto significa que las principales economías desarrolladas están creciendo por encima de su equilibrio, un escenario que es insostenible durante mucho tiempo. Este crecimiento se produce en un escenario sin inflación, lo que resulta una anomalía, ya que lo normal es que a medida que los factores de producción ociosos se ponen a funcionar, se generan presiones inflacionistas. El crecimiento sin inflación es solo un espejismo y se acabará pronto, es artificial y [se ha] conseguido en base a deuda, que solo ha servido para retrasar la próxima recesión y hacerla más profunda si cabe”, señala a Forbes Aurelio García del Barrio, del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB).
La recuperación del crecimiento mundial en 2020 descansará, sobre todo, en las economías emergentes y en desarrollo, para las que el FMI proyecta un repunte del crecimiento de hasta el 4,6%. Alrededor de la mitad de esa mejora es atribuible a la recuperación o a recesiones menos profundas en mercados emergentes sometidos a tensiones, como Argentina, Irán y Turquía, y el resto a la recuperación de países cuyo crecimiento en 2019 fue significativamente inferior al de 2018, como Arabia Saudí, Brasil, India, México y Rusia.
Sin embargo, estas recuperaciones están sujetas a un considerable grado de incertidumbre sobre todo porque se prevé que las grandes economías, como Estados Unidos, Japón y China, se desaceleren aún más en 2020. “El crecimiento está sujeto a varios riesgos a la baja. La intensificación de las tensiones comerciales y geopolíticas, incluidos los riesgos relacionados con el brexit, podrían trastocar aún más la actividad económica y hacer descarrilar una recuperación que ya es frágil en las economías de mercados emergentes y en la eurozona. Esto podría provocar un cambio abrupto en la actitud frente al riesgo, causar trastornos financieros y revertir los flujos de capitales que se dirigen hacia las economías emergentes. En las economías avanzadas, la baja inflación podría arraigar y restringir aún más el margen de maniobra de la política monetaria en el futuro, limitando su eficacia”, observa la directora de estudios del FMI Gita Gopinath.
Rozando la recesión
Para la Comisión Europea, la economía europea ha entrado en un período prolongado de crecimiento moderado y baja inflación en un contexto de “alta incertidumbre” y con un entorno externo mucho menos favorable, y de cambios estructurales que están afectando sobremanera al sector manufacturero. “El crecimiento global caerá este año a un ritmo por lo general asociado con el borde de la recesión”. En sus últimas previsiones de otoño, Bruselas destaca el estancamiento del comercio internacional y que las incertidumbres relacionadas con las políticas comerciales y el brexit no han retrocedido. “Los principales indicadores sugieren que la debilidad de la industria manufacturera mundial continuará en el corto plazo. Por lo tanto, no es probable que la economía de la UE, que se desaceleró en el segundo trimestre de 2019, se recupere en el corto plazo”, sentencia la Comisión. Entre los principales factores adversos que lastrarán la economía mundial en los dos próximos años se encuentran la elevada incertidumbre en torno a la política comercial de EE UU, las preocupaciones con respecto a la capacidad de la OMC para mantener el sistema de comercio multilateral y las tensiones geopolíticas en Oriente Medio. Este escenario se verá además agravado por factores estructurales como el envejecimiento de la población y las tendencias de baja productividad, la desaceleración en China, las tendencias proteccionistas y el impacto del cambio climático.
Desde el punto de vista del consumo y el ahorro, la situación financiera de las familias ha mejorado desde la crisis. Según la Comisión Europea, en la eurozona el crecimiento del consumo privado se ha mantenido relativamente bien en lo que va de año y el poder adquisitivo de los hogares ha aumentado gracias a una mayor creación de empleo y al crecimiento de los salarios reales, así como a medidas fiscales discrecionales aplicadas en algunos estados miembros. Sin embargo, a diferencia de otras etapas expansivas, las familias han optado por una gestión prudente de sus ingresos aumentando el ahorro. Previsiblemente, las familias europeas han decidido ahorrar más porque no confían demasiado en la solidez y duración de la expansión económica, ni en las expectativas del mercado laboral, cuyo entorno tecnológico es muy cambiante. La Comisión prevé que el consumo privado crezca a un ritmo ligeramente por encima del 1% hasta 2021, en medio de un debilitamiento del crecimiento de los ingresos reales debido a la ralentización del empleo.
Política fiscal vs política monetaria
El papel desarrollado por la política monetaria, facilitando fuertes inyecciones de liquidez y (en el caso de la Fed) reduciendo los tipos de interés en anticipo de un cambio del ciclo económico, ha sido fundamental para impulsar el crecimiento. Aunque en el caso del BCE su política ultraexpansiva con tipos de referencia negativos ha sido cuestionada por favorecer la financiación de los Tesoros públicos, el endeudamiento y perjudicar el ahorro, hay un amplio consenso en que ha coadyuvado al crecimiento y, en todo caso, a evitar recaídas. El FMI estima que las políticas monetarias laxas de los grandes bancos centrales han contribuido a que la economía mundial creciera cinco décimas más durante 2019 y 2020. Sin embargo, la otra cara de la moneda es que una década después de la Gran Recesión la política monetaria ha demostrado sus límites en la eurozona, que sigue ‘enganchada’ a las inyecciones del BCE, con unos tipos de interés sin margen de bajada si llega una recesión y, lo que para no pocos analistas resulta inquietante, no se sabe cuándo concluirá la relación de dependencia. Ante esta situación en la que la política monetaria parece agotada, se refuerzan las propuestas que abogan por impulsar herramientas de política fiscal para estimular la demanda y la inversión. “Las herramientas convencionales y no convencionales de política monetaria parecen menos efectivas para abordar una desaceleración que en el pasado. Y vemos pocas posibilidades inmediatas de un apoyo fiscal renovado, a pesar de que tal estímulo podría resultar poderoso en la coyuntura actual”, señala en un informe a inversores Jamie Thompson, economista de la firma de análisis Oxford Economics. Según esta firma británica, las economías avanzadas podrían permitirse articular políticas fiscales porque, en primer lugar, la debilidad económica lo pide, pero también porque sus déficits públicos “son modestos”, los costes de financiación de la deuda están en mínimos históricos y los niveles de deuda “son menos aterradores” de lo que parece si se descuenta la que tiene en su balance el BCE. “Todo esto significa que los gobiernos de las economías avanzadas tienen margen para lanzar un estímulo fiscal considerable en respuesta a un crecimiento más débil”.
En una línea similar se mueve el FMI, aunque advirtiendo que el estímulo fiscal solo es aplicable en aquellos países con margen para ello. “La política monetaria no puede ser la alternativa única; debe ir acompañada de respaldo fiscal si se dispone del margen de maniobra necesario y si la orientación de dicha política no es de por sí excesivamente expansiva. Países como Alemania y Países Bajos deberían aprovechar los reducidos tipos de la deuda para invertir en infraestructuras, incluso desde un punto de vista puramente de coste-beneficio. Si el crecimiento empeorara más, posiblemente resultaría necesaria una respuesta fiscal coordinada a nivel internacional y adaptada a las circunstancias de cada país”.
España se desacelera (también)
La economía española, como es lógico, también se resiente del empeoramiento del escenario mundial. El Gobierno y la Comisión Europea (CE) han revisado a la baja las previsiones iniciales y ahora el primero espera una tasa de crecimiento del 2,1% (2019) y del 1,8% (2020) –una décima menos en ambos casos–, y la Comisión, del 1,9% y el 1,5% –2 y 4 décimas menos–, respectivamente. No obstante, el crecimiento será superior al promedio del conjunto de la UE, que se espera alcance el 1,4% en sendos años. Según la CE, el déficit público se mantendrá en 2019 en el previsto 2,3% del PIB, pero, según sus últimas previsiones de otoño, se incrementará en dos décimas, hasta el 2,2%, sobre lo previsto en 2020. En el lado positivo, España arrojará un superávit por cuenta corriente del 2,5% del PIB en ese año, una décima más que el precedente y seguirá creando empleo, aun con tasas anuales del PIB inferiores al 2%.
Según el think tank Funcas, la economía española seguirá apoyándose en el consumo privado y en las exportaciones, aunque el ritmo de crecimiento de ambas variables se desacelerará notablemente con respecto a los últimos años. “El consumo se está ralentizando tras años de fuertes incrementos por el efecto ‘demanda embalsada’, mientras la inversión, el componente más sensible a las crecientes incertidumbres, está perdiendo vigor”, señala su director de Coyuntura, Raymond Torres. Por otro lado, el débil comportamiento de la demanda interna frenará las importaciones e incentivará la búsqueda de mercados en el exterior, con lo que el sector exterior aportará crecimiento a la economía.
Un factor que podría penalizar a la economía española es la incertidumbre política por la falta de los apoyos parlamentarios necesarios para formar un gobierno estable que lleve a cabo las reformas pendientes y una política presupuestaria de consolidación fiscal. “El principal riesgo de esta situación a corto plazo es un impacto negativo en el crecimiento. Ya es más lento el crecimiento, a medida que el efecto de la recuperación, tras la última recesión, va desapareciendo progresivamente. Si finalmente se materializa la imposibilidad de formar un Gobierno, eso será negativo para los mercados. Existe un riesgo para el crecimiento y un riesgo de coherencia a largo plazo de la política económica. Podemos dar gracias al BCE por haber adoptado un nuevo QE (programas de inyecciones de liquidez) para limitar el impacto de la incertidumbre política en los mercados”, ha comentado Philippe Waecther, economista jefe de Ostrum AM, gestora de NATIXIS IM.
En opinión del profesor García del Barrio, una intensificación de la crisis en España obligaría a otro ajuste salarial como en la Gran Recesión para ganar competitividad. “España tiene deficiencias estructurales graves como la alta tasa de paro; no se han llevado a cabo políticas de reformas, el déficit presupuestario español es demasiado alto, la industria está muy automatizada y las empresas no están recibiendo los incentivos necesarios. Si hay una nueva crisis tendrá que volver de nuevo la contención en los sueldos de los trabajadores, por tanto, se tendrá que asumir una disminución de los costes salariales a nivel empresarial, una nueva disminución de la recaudación de los impuestos y recortes en el gasto público”. Además, a todo lo anterior se le debe añadir el incentivo a la innovación para ampliar el stock de capital y, en definitiva, una política de oferta y no tanto de demanda […]”.
Desde el punto de vista financiero, aunque la economía española es una de las más endeudadas (el endeudamiento total casi equivale al PIB), las perspectivas son favorables porque su coste se ha reducido considerablemente, y porque, salvo contratiempos imprevistos, se espera que siga reduciéndose paulativamente hasta situarse en el 89% del PIB en el año 2025, según Oxford Economics.
El problema es el déficit público. “España sigue sufriendo un déficit fiscal persistente de naturaleza estructural, principalmente debido al desequilibrio en las cuentas de la Seguridad Social, de alrededor del 1,5% del PIB anual. Esta brecha fiscal permanente explica nuestras peores previsiones de déficit. Y teniendo en cuenta la parálisis política de España, creemos que es poco probable que se aprueben reformas que puedan abordar el problema. […] Como advertimos el año pasado, una reducción sustancial en las perspectivas de crecimiento –lo que hace que el déficit fiscal aumente por encima de nuestras expectativas– sigue siendo la mayor amenaza para el perfil fiscal de nuestro país”, señala en un análisis el economista de la firma británica Ángel Tavera.