Hace treinta años que Tim Berners-Lee, creador de la World Wide Web, puso las bases de lo que es hoy internet. Este proyecto, ideado para compartir información interna en las oficinas del CERN, cambió pronto su vocación –y dimensión– cuando Berners-Lee lo puso a disposición del mundo convirtiéndolo en el instrumento de comunicación más importante de la historia.
Este hito tecnológico transformó la sociedad de una forma notable y en un cortísimo espacio de tiempo. En el ámbito político y hasta entonces, la capacidad de comunicación y divulgación de una acción ciudadana determinaba su trascendencia, y el éxito de cualquier revolución tenía un gramaje sobre panfletos, carteles o periódicos. Los cauces digitales suponen, sin embargo, una dimensión inconmensurable. Esta nueva sociedad hiperconectada ha ido madurando de forma paralela a la tecnología, y aunque el futuro aún se pinta difuminado ante nuestros ojos, podemos dibujar un trazo histórico del significativo efecto que ha tenido sobre algunos cambios políticos y sociales de los últimos diez años. Si bien los primeros eventos destacables sucedieron de forma espontánea y a pie de calle, con el paso del tiempo las redes sociales también se han convertido en un instrumento táctico al servicio de gobiernos y partidos políticos. Analizamos algunos pasos representativos de esa evolución durante la última década.
Albores de una transformación. Las protestas de Irán
Uno de los primeros movimientos sociales que tuvo a la tecnología como cómplice necesaria fueron las protestas de Irán de 2009. Tras unos comicios generales bajo la sombra de la duda del fraude electoral, miles de personas salieron a la calle para evidenciar su recelo por la victoria en las urnas de Mahmud Ahmadineyad. En ese convulso momento, las redes sociales se convirtieron en la plataforma perfecta para organizarse y dar a conocer la voz de la disidencia. El efecto fue tal y tan rápido que en un intento por sofocar la mecha social se llegó a bloquear el acceso a las principales webs en las que fue creciendo la causa (Facebook, YouTube y Twitter) y se redujo el ancho de banda de internet para evitar que se difundieran videos y fotografías que evidenciasen lo que estaba pasando. Incluso servicios de telefonía y mensajería fueron desactivados en Teherán. Con los medios tradicionales amordazados por la censura, los ciudadanos consiguieron burlar el control impuesto por el régimen iraní y dar rienda suelta al discurso ciudadano a través de Twitter, donde se llegaron a retransmitir en directo y por primera vez las continuas manifestaciones en esta red entonces emergente (en 2008, dos años después de su nacimiento, Twitter tenía 750.000 usuarios; en 2010, superaba los 75 millones).
La Primavera Árabe
Al filo de 2011 Mohamed Bouazizi, un joven tunecino, se inmoló frente al Palacio de Gobierno de Ben Arous tras haber perdido a manos de la policía el carro y los productos con los que se ganaba la vida como vendedor ambulante. Ese trágico suceso, que diez años antes podría haber pasado desapercibido ante la comunidad internacional, causó un impacto brutal en la sociedad y prendió una mecha de indignación que pobló las calles de Túnez –primero– y recorrió después Oriente Medio y el norte de África. El caldo de cultivo formado por las tremendas desigualdades económicas y los gobiernos autoritarios de los países árabes hicieron que una gran masa se manifestara en regiones como Egipto, Libia, Siria o Argelia. De nuevo las autoridades trataron de reprimir a la sociedad sin que los medios de comunicación pudieran hacerse eco, y de nuevo todas estas protestas se armonizaron con un amplio movimiento online que permitió a los manifestantes contar lo que estaba pasando. De hecho, estos instrumentos digitales fueron los que consiguieron dotar de una fuerza espontánea y de base a este movimiento social que acabó con el presidente de Túnez (Ben Ali), además de con los líderes de Egipto y Libia, mientras que otras autoridades, como las de Bahréin y Marruecos, se vieron obligadas a aceptar condiciones exigidas por los manifestantes.
España y el 15M
El punto de partida lo ponen una serie de manifestaciones convocadas por plataformas ciudadanas y promovidas a través de internet una semana antes de las elecciones autonómicas. Muchas ciudades españolas acogieron concentraciones multitudinarias, y aunque geográficamente el núcleo del movimiento estaba en Madrid, lo cierto es que el centro neurálgico se situaba en las redes sociales. Según un estudio publicado por la revista científica PLOS ONE y llevado a cabo por la Universidad de Zaragoza, entre el 25 de abril de 2011 y el 26 de mayo del mismo año se publicaron en España 581.749 tuits, producidos por 85.851 usuarios diferentes. Si bien en un principio los contactos en la Red no fueron tan numerosos –en torno a 2.000 usuarios–, el discurrir de los acontecimientos cambió radicalmente las cifras. Algunos participantes de la protesta decidieron prolongar la manifestación acampando en distintos puntos del país. Como en movimientos anteriores, la reacción en contra de la autoridad hizo saltar la chispa entre la ciudadanía. Mientras las interacciones en las redes sociales aumentaban de manera exponencial, la voz de la protesta se convertía en informador y noticia al mismo tiempo. Hashtags como #acampadasol o #spanishrevolution copaban Twitter e incluso se convertían por momentos en tendencia mundial. En pocas semanas, las 70 palabras clave relacionadas con el movimiento 15M sumaron 614.548 menciones en Twitter.
Obama, Trump y el brexit: La Red como herramienta electoral
Además de su indisimulado uso de comunicación individual y ciudadana, una herramienta tan poderosa como internet es de gran utilidad para el poder. De hecho, en la última década las redes sociales han sido determinantes en eventos políticos que han cambiado el rumbo de la historia. El primer hito que probaba los estragos que la tecnología podía causar en la sociedad fue la victoria electoral de Barak Obama en 2008. La estrategia digital de sus asesores, basada en una presencia constante en las redes sociales e incluso la creación de un espacio personal en el que se pudieran registrar los ciudadanos para compartir ideas y debatir propuestas –que superó el millón y medio de usuarios–, fue el brazo que le alzó como presidente de Estados Unidos. Por primera vez, el debate electoral trascendía los medios de comunicación tradicionales, y en este cambio Barack Obama fue pionero y triunfador. Su segunda victoria electoral, cuatro años después, fue muy diferente. Las redes sociales ya no eran territorio desconocido, y el reto de los candidatos no era figurar, sino destacar. Sin dejar de mantener el talante innovador de los anteriores comicios (que le hizo, por ejemplo, ofrecer la primera entrevista con internautas y en directo), las elecciones de 2012 tuvieron un factor polémico: la utilización por parte del gabinete Obama de datos personales de millones de usuarios de Facebook al servicio de expertos en marketing y psicología. Desde entonces la red social, la base de datos más grande del mundo (casi un tercio de la población mundial tiene una cuenta), se ha convertido en una fuerza política dominante.
Tomó el relevo en esas armas Donald Trump en 2016, que dio un paso más allá al contratar los servicios de Cambridge Analytica, una consultora de marketing y publicidad que, según se ha sabido recientemente, obtuvo de forma fraudulenta los datos de cincuenta millones de usuarios para intentar determinar el sentido de su voto. Tras darse a conocer este hecho, la compañía dirigida por Mack Zuckerberg –que tuvo incluso que comparecer ante la justicia– aseguró sentirse indignada por el engaño y prometió tomar medidas para evitar que se repitiera. Cambridge Analytica se defendió asegurando que no son los únicos que usan datos de las redes sociales para extraer información sobre los usuarios.
Otro episodio que ha revelado cómo la era de internet puede marcar una campaña política (y el destino de un país) fue el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE de junio de 2016, que se saldó con un 52% de los votos a favor de la salida. En esta ocasión los que sacaron provecho de la tecnología fueron los euroescépticos, que contrataron los servicios de Aggregate IQ, empresa digital canadiense relacionada con Cambridge Analytica que ofrece prácticas similares.
¿Y en el futuro?
Aunque las huellas que nos llevan hasta este punto de la historia estén perfectamente definidas, predecir los siguientes pasos puede ser atrevido. Si bien los nativos digitales han incorporado las redes sociales a su forma de vida, y saben distinguir en el caso que nos ocupa cuáles son las informaciones más fiables y los medios en los que buscar respuesta o respaldo, existen generaciones anteriores, como la de los Baby Boomers, que aún se encuentra en un proceso de maduración digital. Además, hay que tener en cuenta que el uso y exposición a las redes sociales de algunas regiones es aún limitado por cultura o normativa. Y, por supuesto, la vertiginosa evolución tecnológica no tiene visos de frenar.