La energía eólica y la solar fotovoltaica han recortado brutalmente sus costes de producción y han dado un salto de eficiencia de tal magnitud que están casi en condiciones de competir en precio –no así en abundancia y continuidad del suministro– con los combustibles fósiles. Además, van a contar en su lucha de los próximos años con toda la artillería de las duras exigencias de emisiones de Bruselas y su transformación digital acelerada.
El contexto está cambiando a gran velocidad y los mercados recogen la tendencia. El año pasado fue el que registró un mayor incremento de la capacidad instalada de energías renovables según un estudio de la plataforma de información y divulgación REN21. Las dos principales responsables fueron, primero, la fotovoltaica y, después, la eólica. Las inversiones nuevas en el sector escalaron hasta casi los 280.000 millones de dólares y duplicaron así las destinadas a los combustibles fósiles y a la energía nuclear.
Lo que antes era cuestión de fe, ahora es cuestión de dioptrías. El coste de producción de la energía solar fotovoltaica se ha desplomado un 73% desde 2010 según la Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA, por sus siglas en inglés). El motivo, principalmente, tiene que ver con un derrumbamiento de los costes de instalación de casi el 70%.
Y eso a pesar de la relativa inmadurez de mercados importantísimos como Japón y Estados Unidos. Esa inmadurez no le ha impedido a la primera potencia mundial ni convertirse en uno de los principales mercados de placas solares ni concentrar el 10% de toda la capacidad instalada en el mundo. Japón también es un mercado de referencia. De todos modos, es cierto que ambos países tienen costes más elevados, entre otras cosas, porque la estructura del sector –la tupida red logística y de desarrolladores locales que necesita– se está consolidando.
El otro adversario que ha tenido que vencer la solar fotovoltaica para ser más barata ha sido el emplazamiento de las nuevas infraestructuras. Resulta bastante más complicado aplastar los costes de instalación de una tecnología que cada vez necesita ubicaciones más remotas –regiones semidesérticas en mitad de la nada, por ejemplo– para dar lo mejor de sí. De hecho, como reconoce IRENA, el principal motor del brinco de productividad de la solar fotovoltaica desde 2010 ha sido la expansión de los huertos hacia lugares menos accesibles pero muy ricos en recursos. Lugares, en definitiva, donde pega el sol como si no hubiera un mañana.
Eso, en España, significa que la mayoría de los proyectos se encuentra, cómo no, en Murcia, Andalucía y Extremadura. Nuestro país podría convertirse en una potencia, porque es uno de los dos estados comunitarios con más horas de sol al día en una región, Europa, que se toma en serio la solar fotovoltaica, porque concentra alrededor de un 30% de toda la capacidad instalada del mundo.
La tecnología es clave
De todos modos, aunque la expansión de los emplazamientos haya sido crucial para mejorar la productividad, la evolución tecnológica también ha aportado un considerable granito de arena. En este caso, las celdas solares a base de silicio, que son las que dominan el mercado de las placas, han pasado de una eficiencia del 12% hace algo más de diez años a otra del 17% en 2017. Lo que el sector espera es que en 2024 esa eficiencia pueda catapultarse hasta un máximo del 25%, algo que le permitiría competir con el precio de los combustibles fósiles, sobre todo teniendo en cuenta que las previsiones indican que el crudo seguirá subiendo durante al menos una década.
José Galíndez, presidente de Solarpack, concluye con el último gran motor del salto de eficiencia de la fotovoltaica: las enormes economías de escala de un sector que ha pasado de producir cuatro, a cien gigavatios en los últimos diez años. No es lo mismo fabricar mil paneles solares, que tienen el tamaño de una gran televisión, que 100.000. Cuantos más se producen, menos cuesta producirlos por unidad.
La eólica es otro de los puntales con los que las energías renovables están empezando a hablar de tú a tú al petróleo, el carbón o el gas. Según IRENA, desde 1983 hasta 2017, el coste de producción de energía de la eólica terrestre, que es la inmensamente mayoritaria, se ha precipitado un 85%. Las bajadas también han sido formidables en los últimos años. Así, por ejemplo, desde 2010 hasta 2016, el promedio de caída en 12 países seleccionados por IRENA ha superado ligeramente el 30%, aunque en España el coste de producción se derrumbó casi un 50%. ¿Qué es lo que ha sucedido?
Para empezar, fuentes de Siemens Gamesa apuntan a “avances continuos en nuevos materiales y en tecnologías de control y logística, junto con el aumento de la eficiencia, con máquinas de mayor potencia unitaria y rotores más grandes”. Una de las consecuencias es que se ha incrementado la altura de los aerogeneradores, que ahora tienen más vida útil, la longitud de las palas y el rendimiento de las turbinas, que son las que convierten un vendaval en energía eléctrica. Bloomberg New Energy Finance recuerda que el bajón del precio de las turbinas ha superado el 40% en los últimos nueve años. La mayor altura a la que están situadas las palas y el rotor están permitiendo, además, acceder a vientos más rápidos y aprovechar mejor toda su fuerza.
Quizás el principal motor de esta gran transformación sea la enorme competencia del sector, que ha llevado a los principales fabricantes mundiales a exprimir la eficiencia de sus cadenas de suministro y sus economías de escala, que se han disparado con el crecimiento explosivo de unas instalaciones mundiales que han aumentado la capacidad instalada una media de un 15% anual desde 2000 hasta 2016. Los grandes fabricantes también han multiplicado la diversidad de su oferta, lo que ha facilitado que sus clientes escojan el producto que mejor se adapte a sus necesidades. Un producto mejor adaptado permite producir, en principio, más con un coste menor que el de sus predecesores.
El empuje de la competencia ha llegado, igualmente, a operadores de parques eólicos como Acciona. Según la multinacional española, la reducción de costes ha impactado en “el área de operación y mantenimiento”, donde se han introducido “mejoras relevantes en la operación basadas tanto en avances técnicos como en la aplicación de la digitalización para solucionar remotamente (y por tanto, de forma más rápida y barata) muchas de las eventualidades que puedan surgir”. La digitalización también ha ayudado a conocer mejor el comportamiento de la distintas partes de las máquinas, a optimizar su rendimiento y a prolongar su vida útil.
Datos aplicados
En Iberdrola, según fuentes de la compañía, aplican los datos masivos “para el mantenimiento predictivo de parques eólicos, centralizando los millones de datos que los sensores envían en tiempo real”. Además, apuran de esta forma la “producción de las instalaciones renovables con sistemas de predicción de averías en aerogeneradores”. Adicionalmente, apuntan, los datos masivos también los están utilizando para “ofrecer productos personalizados a los clientes, mediante la gestión de sus datos (algunos procedentes de los contadores inteligentes), sus hábitos de consumo o sus navegaciones por los canales digitales”.
La caída del precio de la financiación de los proyectos ha corrido en paralelo a su éxito. Desde Acciona confirman que los financiadores de plantas “las perciben como inversiones de nulo riesgo tecnológico”, lo que se ha traducido en la reducción de los “costes financieros” en un momento en el que, además, los tipos de interés se han mantenido artificialmente bajos por la intervención de los grandes bancos centrales durante la crisis y hasta bien entrada la incipiente recuperación.
Sin embargo, a pesar de todos estos vientos a favor, se presentan importantes desafíos que tanto la eólica como la solar fotovoltaica tendrán que superar. El primero y fundamental es regulatorio.
Existe incertidumbre sobre la Ley de Cambio Climático y Transición Energética. que debe promulgar España y sobre la forma que adoptará el plan para que las renovables representen en torno al 35% del consumo energético nacional. El Gobierno deberá entregarlo, como máximo a finales de este año a la Comisión Europea. El segundo gran desafío es más técnico: las empresas de renovables en España tienen que poner en marcha, antes de 2020, infraestructuras que deberán producir 8.000 megavatios. No les sobra el tiempo.
En paralelo, apuntan desde Acciona, deberán enfrentarse a “la convivencia con unos mercados eléctricos marginalistas diseñados para otro tipo de generación, donde los costes más importantes son los de operación, y no los que se acometen al inicio de la vida útil de los proyectos”. Estas condiciones, siguen, “no son propicias para la inversión y, por ello, se hace necesario pensar en mecanismos de funcionamiento de mercado que sí integren la nueva realidad técnica: las plantas renovables plenamente competitivas y cuya inversión principal es en capital productivo”.
Por último, deberán seguir buscando una forma de almacenar grandes cantidades de energía eléctrica, algo que les permitiría ofrecer a la población un suministro constante, y superando la fuerte presión competitiva que está recortando a toda velocidad los costes de instalación y producción tanto de la eólica como de la solar fotovoltaica. Deberán hacerlo, al mismo tiempo, con una caída gradual o en picado –depende del país– de los subsidios y ayudas de las que dependieron en el pasado para competir con los combustibles fósiles. Es el precio del éxito.