Jam Koum creció en una aldea rural en Kiev, Ucrania. Hijo único de un ama de casa y un maestro de obras, vivió de niño en un hogar humilde, sin agua caliente, pero con teléfono. El único de todo el vecindario. Por eso, lejos de beneficiarse del artefacto pocas veces lo usó para charlar con sus amigos.

El ambiente hostil de Kiev lleva a una parte de la familia a emigrar a California, EE UU, en busca de una nueva vida. Los primeros años fueron complicados. El sueldo de su madre cubre lo indispensable. No obstante son los subsidios del gobierno y los cupones de comida los que dan el empujón definitivo para su estabilidad económica. Pronto, el joven se interesa por la programación, y hasta consigue un puesto en Yahoo que deja por aburrido. Tras un año sabático da con un nuevo propósito: que las personas se comuniquen con sus seres queridos estén donde estén y de forma gratuita con su teléfono móvil. Él es hoy una de las 30 personas más ricas del mundo según la lista elaborada por Forbes gracias a su creación: WhatsApp, la aplicación de mensajería más popular del mundo. ¿Y si él no fuera más que un ejemplo del talento que puede haber detrás de cada migrante?

Un movimiento ancestral 

La inmigración no es un acontecimiento nuevo. Durante milenios, un sinfín de poblaciones se ha desplazado en busca de la tierra prometida. Pero, en los últimos años el fenómeno migratorio se ha erigido como uno de los temas sociales que más interés, preocupación y debate público acapara. La Organización Mundial de las Naciones Unidas constata que actualmente hay en el mundo 258 millones de migrantes, un 48% más que en el año 2000. Nueve de cada diez se ha trasladado de forma voluntaria, principalmente por razones económicas. Y, lejos de detenerse, este fenómeno se prevé imparable.

Los efectos del cambio climático, el propio crecimiento natural de la población y las dificultades económicas incrementarán el éxodo poblacional en los próximos años. En 2050, la ONU estima que el número de migrantes supere los 400 millones. Ante tal expectativa, esta organización demanda nuevos enfoques en lugar de imponer restricciones, para maximizar las oportunidades. Porque, a pesar de la creencia popular, la literatura económica sostiene predicciones claras sobre el efecto positivo del desplazamiento de ciudadanos.

“La inmigración es una bendición que hace a las sociedades más prósperas, más ricas y más diversas”, apunta Gonzalo Fanjul, investigador principal de la fundación PorCausa. Gracias a un informe del Instituto McKinsey sabemos que los inmigrantes contribuyeron al crecimiento del PIB mundial en 2015 con un 9,5%, o lo que es lo mismo, aportaron a la riqueza del planeta 5,8 billones de euros. ¿Cómo es posible entonces que existan reticencias ante nuevas llegadas?

El retorno de viejas falacias

 En una Europa aquejada por los efectos de la gran recesión –altas tasas de paro e incremento de brechas de desigualdad y pobreza– las corrientes xenófobas germinan con facilidad. Los líderes de Italia, Austria, o EE UU usan a menudo argumentos falsos para justificar su odio y sus duras políticas antiinmigración.

Un movimiento del que escapa, por el momento, España, que mantiene una aceptación inicial generalmente positiva. Datos del último Eurobarómetro realizado por la Comisión Europea, muestran que el 62% de los encuestados piensa que los inmigrantes contribuyen mucho al desarrollo de nuestro país, un porcentaje significativamente mayor al de la media europea.

España ha pasado en unas décadas de ser tierra de emigrantes, a país receptor y destino atractivo de millones de extranjeros. En 1998 el número foráneos apenas llegaba al medio millón, frente a los 5,7 millones que vivían en 2011. Fueron años de prosperidad, de crecimiento vigoroso y de abundancia en el empleo, un escenario impensable sin la aportación extranjera. La contribución de los inmigrantes al PIB per cápita fue, aproximadamente, de una tercera parte del crecimiento total, como puso de manifiesto el servicio de estudios del BBVA. Su economista jefe, Miguel Cardoso, explica que “realmente, lo primero que hace la mayor inmigración, en particular la inmigración que viene a trabajar, es incrementar el tamaño de la economía. Así, somos capaces de producir más y potenciar la riqueza per cápita”. Lo cierto es que, pese a la aceptación de los españoles frente a la inmigración, la resaca de la crisis aún se deja notar.

La Fundación de las Cajas de Ahorro (FUNCAS) estima que un 48% de los ciudadanos autóctonos teme que los extranjeros les ‘quiten’ su puesto de trabajo. “Es la falacia de las horas fijas. Sucedió en los años 50 cuando se hablaba de la intrusión de la mujer en el mercado de trabajo y sucede ahora con los movimientos de personas”, señala Cardoso. Se refiere al hecho de pensar que existe un número fijo de horas o trabajo que se redistribuirá entre la población activa si hay desempleo.

David Card, economista de la Universidad de California en Berkeley, contradice esta idea de la escasez de trabajo en un estudio convertido hoy en toda una referencia. Card determinó que tras el éxodo de Mariel –una emigración masiva de 125.000 cubanos a EE UU en los años 80– no existió ningún efecto mensurable en las condiciones laborales de la población de Miami.

La catedrática de Economía del País Vasco, Sara de la Rica, sostiene este diagnóstico en sus análisis y va más allá: “La llegada de inmigrantes sí afectó a la especialización y a la distribución de las ocupaciones de los nativos en el sentido en el que se desplazaron –al contrario que los inmigrantes– a ocupar trabajos con un menor contenido de tareas manuales”. En pleno boom, los extranjeros se emplearon en la construcción, el servicio doméstico, actividades agrícolas o restauración y hostelería. Trabajos precarios e inestables, en muchos casos, y para los que no había oferta nacional. Es por eso que, con la llegada de la recesión económica, fueron los primeros en sufrir las consecuencias. Su tasa de paro llegó a rozar el 40% en los peores momentos.

Fuente: INE

Pero, ¿cuál podría ser el impacto de nuevas llegadas? Aquellos que llevan más tiempo en España –y no los oriundos– se verán amenazados. “Los que llegan hoy tienen mejores competencias que los que llegaron hace años y su posibilidad de encontrar un empleo es mayor”, comenta De la Rica. De nuevo, lo más desfavorable recaerá sobre sus hombros. Si bien gran parte del debate migratorio se centra en el efecto en el área laboral, no es menos cuestionado el impacto de la inmigración en el Estado de Bienestar. ¿Son las políticas sociales un imán para los inmigrantes? El artículo Inmigración y Estado de Bienestar en España elaborado por el CIDOB, un think tank español con sede en Barcelona, apunta en el sentido contrario. Según los autores no existe ninguna relación –ya sea positiva o negativa– entre la inmigración y el esfuerzo en protección social de los países receptores. Es decir, un inmigrante no elige destino por las ayudas estatales. Y mucho menos España: el gasto social en relación al PIB, en los años álgidos de la emigración, se situó alrededor del 20%, por debajo de otros países europeos.

Las estimaciones también indican que las cantidades percibidas por este colectivo son menores a las recibidas por los nativos, unos 320 euros menos cuando se excluyen pensiones y desempleo. Un cálculo razonable si tenemos en cuenta que los migrantes son en su mayoría jóvenes que usan muy poco la sanidad y, mucho menos, el sistema de pensiones. Por eso existe consenso entre los estudiosos: las cotizaciones sociales derivadas de los empleos de los inmigrantes compensan los gastos que puedan originar.

Más integración, más prosperidad

Un español de 65 años podría vivir en promedio hasta los 86 años. Y sus hijos, soplar velas hasta los 90 años. Sin embargo, al igual que en la mayoría de las economías avanzadas, la tasa de fecundidad es muy baja, de 1,3 hijos por mujer. Por estas razones, la inmigración aparece, más que como un problema, como una solución para rejuvenecer la estructura demográfica. Gran parte de los inmigrantes está en edad de trabajar y habitualmente tiene en el momento de llegada menos de 40 años. “Dentro de poco la población del baby boom se va a ir desplazando a la jubilación, necesitamos mano de obra abundante que alimente la base de la pirámide”, comenta el experto de PorCausa. Tanto es así que, el FMI ha calculado que se precisa aumentar el número actual de trabajadores, 19 millones, en 5 millones para de este modo sostener el sistema de pensiones nacional. “La inmigración, por tanto, es una de las vías, junto con el incremento de la productividad y de la participación laboral, para que no disminuya el crecimiento”, aclara a Forbes Josep Mestres, economista de CaixaBank Research.

Así que, abrir puertas a colectivos de inmigrantes, sobre todo jóvenes, puede paliar el problema demográfico actual. Pero, para aprovechar mejor todo su potencial, es necesario disponer de medidas de integración eficaces. “Es fundamental dotar a las personas inmigrantes de las herramientas competenciales necesarias”, demanda la catedrática del País Vasco. Y este es el momento.

Varios factores como el retomado crecimiento de la economía o el incremento de las peticiones de protección internacional sitúan de nuevo a España como un lugar fijado en el mapa en el paso migratorio. Según datos del INE, en 2017 establecieron su residencia más de 532.000 personas procedentes en su mayoría de Venezuela, Marruecos y Colombia. Unos volúmenes que se acercan mucho a los niveles pre-crisis. Además, tal y como confirma la Organización Internacional para las Migraciones, en lo que llevamos de 2018 nuestro país ha recibido más inmigrantes de forma irregular por mar que Italia. Aunque en este último caso, en la mayoría de las ocasiones tan solo pisan España como puerta de entrada a Europa y, pese al foco mediático recibido, son una proporción menor. “Hay que quitarse de la cabeza la imagen de gente desesperada tratando de saltar una valla o en una patera, que es parte de la historia, pero minoritaria. Hay que pensar en trabajadores que llegan de forma legal en su mayoría o que acaban de manera legal”, contextualiza el experto de PorCausa. No hay un mecanismo más rápido y eficaz para escapar de la pobreza que la inmigración. Y no hay herramienta más útil para incorporarse al mercado laboral –tras controlar el idioma– que una buena base de conocimientos tecnológicos. En ello trabaja La Rueca Asociación, una entidad sin ánimo de lucro que ayuda a personas inmigrantes y jóvenes en situación de vulnerabilidad desde una dimensión tecnológica. El objetivo es aumentar las competencias digitales de los participantes para incrementar sus posibilidades de éxito. Y los datos son esperanzadores, “en 2017 se ha trabajado con 319 personas jóvenes de origen extranjero, consiguiendo que 139 encuentren un empleo”, narra a Forbes Ángela Caballero, Responsable Área Socioeducativa y Tecnología Social. La juventud, bien formada, es sin duda el germen de la innovación.

Talento emprendedor

Cuarenta y cuatro de las 87 compañías tecnológicas estadounidenses valoradas en 1.000 millones de dólares –conocidas como ‘unicornios’– tuvo un inmigrante entre sus fundadores, según el grupo de investigación, National Foundation for American Policy. Empresas que han producido una variedad de productos y servicios útiles para beneficiar a los consumidores de todo el planeta y, sobre todo, han generado riqueza: Uber o Tesla son solo algunos ejemplos.

En España, inicialmente, los extranjeros constituían muchos negocios relacionados con la hostelería y el comercio al por menor. Laura Gómez, de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos explica que se debía a una escasa formación, “pero en la actualidad, hemos visto un incremento en la creación de empresas que desarrollan su actividad a través de internet. Llegan más preparados”.

Sin embargo, hasta llegar ahí, hay un largo camino por delante. Y no siempre es fácil. Sumarlos a la sociedad y al circuito económico es un aspecto vital para promover la cohesión social y el crecimiento económico de los países receptores. Esa es la meta de la Comisión Española de Ayuda al refugiado (CEAR) a través de programas de integración con empresas como Starbucks, Ikea o EDP Renovables, entre otras. Janyar –nombre ficticio para proteger su identidad– es uno de los 4 millones de ciudadanos que entre enero de 2014 y diciembre de 2017 demandó asilo en Europa. Tiene 48 años, es ingeniero, habla cuatro idiomas y un espíritu emprendedor muy definido. Llegó a España, como muchos otros, huyendo de la guerra en Siria, “del infierno”. En ese trance tan confuso, CEAR le sirvió de guía para aprender el idioma y, sobre todo, para encontrar un empleo adecuado a su perfil. Y lo consiguió.

Hace ya dos años que trabaja como ingeniero en EDP Renovables, aunque confiesa que en un puesto inferior a su formación. Janyar dejó en Siria sus recuerdos, su vida y su negocio, ya que tenía una pequeña empresa de paneles solares, pero no sus ideas: “si consigo el capital necesario montaré mi propia compañía. Quiero abrir una empresa dedicada a la impresión 3D dirigida a las joyas”, confiesa. Janyar es una muestra de una tendencia que ha comenzado en los últimos años. Con la llegada de refugiados y solicitantes de asilo se incrementa el perfil formativo de los foráneos que residen aquí.

“Los inmigrantes económicos –sobre todo de África– tenían perfiles diferentes, de menor cualificación. En cambio, en los inmigrantes, primero de Siria, y ahora de Venezuela se observan niveles de preparación medio-altos en general”, cuenta Raquel Santos, responsable del Área del CEAR. De esta manera, los inmigrantes se convierten en motores de crecimiento, que acostumbrados a asumir riesgos, tienen un carácter dispuesto al aprendizaje: “El hecho de estar en contacto con ciertos desafíos contribuye a cómo de apasionados somos por ciertas cosas”, declaró el creador de WhatsApp en 2014 en el World Mobile Congress de Barcelona.

De los países occidentales depende que no se escapen las múltiples ventajas que traen consigo las personas que buscan una vida mejor.