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Lehman Brothers año V, cambiar para que nada cambie

Hoy se cumplen cinco años desde que la agencia de calificación de riesgos Standard & Poor’s se cayó del guindo y tachó la flamante A con la que aún valoraba a Lehman aquel día para pasar de un plumazo a una nota que ya conocía todo el mundo: default. Cinco años desde que los empleados de Lehman en la Gran Manzana empezaron a desfilar con sus efectos personales por la puerta de la entidad en Times Square (donde se había trasladado la sede tras los atentados del 11-S) y dejaban escritos en la fachada mensajes muy poco cariñosos dirigidos a Fuld, incluido alguno en castellano como aquel famoso “Nos jodiste”. Cinco años desde que los bancos centrales del mundo se remangaron la ortodoxia y se pusieron a inyectar liquidez al circuito bancario en una diálisis que todavía no han podido dar por concluida y que sólo en los tres primeros días tras la quiebra de Lehman supuso inyectar 180.000 millones.

Sea efecto dominó o lo que algunos prefieren llamar efecto pop-corn, en alusión al calentamiento de tantas entidades de gran tamaño a nivel global que salvar a una no hubiera evitado tener que sacar de la sartén al resto, si para algo sirvió dejar caer a Lehman fue para vacunar al mundo contra la alergia ciudadana a los rescates bancarios a gran escala con dinero público, una versión financiera del susto o muerte que permitió el gigantesco cheque para rescatar a la aseguradora AIG o las nacionalizaciones de buena parte de la banca europea. Los desvelos del entonces secretario de Estado del Tesoro de EE UU, Henry Paulson, por hilvanar el bipartidismo estadounidense en pleno periodo electoral y convencer a todos de que había que salvar a la banca (lo que incluía la nacionalización de Fannie Mae y Freddie Mac y la implantación del polémico Programa de Alivio para Activos en Problemas, conocido como TARP y dotado con cerca de un billón de dólares) tuvieron el mejor aliado argumental en la quiebra de Lehman, caído poco después de haber ayudado a JPMorgan a hacerse con la recién rescatada Bear Sterns.

Superado el momentazo llegó la hora de los grandes discursos, de la refundación del capitalismo, de los encuentros del G-20 y los encargos al Financial Stability Board y a los sabios de Basilea de que hicieran del mundo financiero un lugar más seguro. ¿Lo es?

Desde luego el efecto ejemplarizante del desmadre brillaba por su ausencia hasta hace muy poco. Hoy, al cumplirse cinco años desde la quiebra de Lehman prescriben también los delitos que pudo haber cometido la entidad con sus productos de inversión al igual que los de títulos emitidos por otras entidades hasta esa fecha, así es que, si no lo han denunciado ya, olvídense.

En general, los abusos del sistema se han solucionado en buena medida con pactos extrajudiciales, multas acordadas para dar carpetazo a las investigaciones entre las que, por destacar uno, se puede citar el macro acuerdo de la gran banca con los fiscales generales de 49 estados de EE UU para acabar con el caso de los desahucios abusivos. También los acuerdos con la SEC, enumerados uno a uno en su web como si fueran trofeos de caza menor, dan idea de la vía elegida para pasar página. En un mundo en que los productos de inversión preñados de hipotecas tóxicas se vendieron como lo más fiable mientras las entidades apostaban contra esos mismos productos sabedoras de que aquello no resistiría, donde se ocultaba la tesorería de los fondos en lugar de dársela a sus partícipes o se mentía sobre el mercado hipotecario los daños se han saldado con multas acordadas (algunas desde luego históricas como los 550 millones pagados por Goldman Sachs). Pero últimamente las cifras empiezan a remover las tripas de Wall Street. El ejemplo más claro es JP Morgan, que no sólo va a pagar cerca de 500 millones de dólares por el fiasco de ‘la ballena de Londres’, después de haber pagado 2.400 millones para ir cerrando uno tras otro los frentes judiciales que se le iban abriendo durante estos cinco años, sino que ahora el Gobierno de EE UU le exige 6.000 millones de dólares más para resolver las demandas sobre bonos ligados a hipotecas subprime.

¿Ha cambiado la regulación lo suficiente como para evitar que ocurra algo similar? La banca, desde luego, ha hecho lo posible para evitar que así sea. Baste con mirar los principales contribuyentes a la campaña electoral de Mitt Romney, todos ellos grandes bancos de inversión, para ver la importancia que para estos tenía la victoria republicana de cara a parar el desarrollo de la Ley Dodd-Frank que había firmado Obama el 21 de julio de 2010, una norma ingente necesitada de otras muchas y que sólo está parcialmente implantada pero que pretendía incrementar la estabilidad del sistema financiero mejorando su contabilidad y transparencia, protegiendo al contribuyente al dar capacidad al Gobierno para liquidar entidades y creando toda una serie de nuevos organismos reguladores y supervisores.

Para Francisco Uría, socio responsable de Sector Financiero de KPMG en España, “la regulación ha puesto el foco en los problemas que se evidenciaron con la crisis, los riesgos han disminuido mucho y disminuirán mucho más, cuando la regulación se complete. Una crisis como la actual, con la regulación que se está estableciendo, es muy difícil que se vuelva a producir. Ahora mismo, el auténtico problema, es la divergencia de la regulación financiera entre las tres grandes áreas: EE UU, Europa y Asia-Pacífico”. Otros sin embargo, incluido Henry Paulson alertan de que lo ocurrido puede volver a suceder entre otras cosas porque la banca en la sombra, que hubo que aflorar para poder rescatarla, está dando señales de volver a las andadas. Quizás por ese motivo Europa publicaba recientemente su proyecto de normativa de banca en la sombra.

¿Cuáles son las principales claves en las que se ha avanzado y en las que no?

1. TOO BIG OR NOT TOO BIG

Si algo está claro que cayó rápidamente en saco roto del impulso inicial reformador, fue la lucha contra la creación de entidades con riesgo sistémico, esas tan grandes que si caen arrastran al fondo a todo el sistema. Consolidar no tardó en ser la doctrina, buscando que bancos menos pochos comprasen a los más deteriorados o fortaleciendo a los que lograron resistir simplemente por la desaparición de competencia. Hoy la banca de inversión de EE UU que resistió es mucho mayor de lo que era pero no es un fenómeno exclusivo de aquel país. España tiene ejemplos bien cercanos de lo poco que se aprendió la lección. Véase Bankia, que engulló problemas de punta a punta de la Península en un barrido constrictor bajo la alfombra que terminó forzando el rescate desde Europa ante la imposibilidad de dejarla caer.

Europa no acaba de coger las riendas porque no la dejan. Esta misma semana que termina ha vuelto a quedar claro que los países fuertes, lo que viene a ser Alemania, vamos, no quieren que Bruselas sea, por ejemplo, quien centralice los procesos de liquidación de entidades, un debate que amenaza con retrasar la llegada del supervisor único encarnado en el Banco Central Europeo.

En EE UU es la Dodd-Frank la norma que da autoridad al Gobierno para liquidar entidades a partir de un determinado tamaño y, como señalaba el ex economista jefe de FMI Simon Johnson en un artículo este verano en The New York Times titulado ‘Sadly, too big to fail is not over’, es cierto que la Fed ya no tiene la autoridad que le permitió en septiembre de 2008 firmar un cheque de 85.000 millones de dólares para rescatar AIG. ¿Pero es eso una garantía para mantener a salvo al contribuyente de los desmanes de la banca? Como señalaba también Johnson en el citado artículo, lamentablemente sigue habiendo seis bancos estadounidenses que implican un enorme riesgo sistémico debido a sus operaciones transnacionales y a su tamaño (y citaba por este orden a JPMorgan Chase, Bank of America, Citigroup, Goldman Sachs and Morgan Stanley) y sigue habiendo fórmulas para que la Fed los respalde.

2. DEPÓSITOS FRESCOS, NO TOCAR

De la crisis financiera de 1929 se obtuvo una rápida enseñanza, que había que separar la banca comercial, es decir, el dinero depositado por los ciudadanos de a pie y las empresas en las entidades; de la banca de inversión, es decir, de los bancos que negocian con títulos y de sus inversiones de alto voltaje. La Ley Glass-Steagall (1933) levantaba un muro entre los bancos comerciales y los de inversión, limitando el tamaño de los primeros, pero por el gusto humano de tropezar en la misma piedra, el muro fue derribado en 1999 por un sonriente Bill Clinton permitiendo la reunión de ambos tipos de banca y desembocando en ka creación de gigantes financieros del tamaño de Citigroup.

EE UU tuvo en la regla Volcker un importante intento de volver a levantar el muro tras la crisis actual, pero la entrada en vigor de la norma sigue retrasándose. Europa ni siquiera ha sido radical en su proyecto de separación.

“Tanto en EEUU como en Europa (Reino Unido, Alemania y Francia y, más recientemente, las recomendaciones del grupo Liikanen) ha habido iniciativas para separar la banca minoristaretail de la banca de inversión”, matiza Uría. “El fundamento es limitar el posible respaldo público al banco que desarrolla una actividad de banca minorista captando depósitos, evitando así que esa garantía de los depósitos pueda terminar sirviendo para enjugar pérdidas derivadas de otro tipo de actividades, como el trading por cuenta propia de las entidades. El debate está en dónde se pone la línea de corte porque aunque esas iniciativas regulatorias tratan de evitar que un banco que recibe depósitos y los presta a los clientes pueda ponerlos en riesgo por desarrollar en su beneficio, no es menos cierto que la misma tipología de actividades puede tener por objeto proporcionar cobertura a las operaciones de clientes de banca minorista, pymes o empresas. La separación no será en absoluto fácil”.

Para Álvaro Revuelta, Managing Director de Banca de inversión de Citi en España, “regular la separación y que eso se pueda llevar a cabo es bastante complejo. Porque el accionista actual de un banco (de inversión) lo es el del grupo, lo cual imposibilita la prohibición de realizar ambas actividades de la noche a la mañana. Habría que segregar las actividades, hacer unspin-off y eso es complejo de estructurar internamente. Sería más fácil regular cómo se hace cada actividad dentro de la misma entidad”.

Además hay serias dudas de que la muralla baste. “En 2008 había entidades financieras, bancos de inversión, que no estaban regulados porque no captaban depósitos, como era el caso de Lehman, lo que significa que tampoco estaban supervisados. Y sin embargo demostraron su capacidad de poner al sistema internacional al borde del precipicio. La reacción inmediata a sus problemas fue convertir la banca de inversión en banca universal de forma que, al estar regulada, fuese jurídicamente posible respaldarla desde la Fed”, recuerda Uría. En las antípodas de esa situación están los casos como los del sistema financiero español, basado en banca universal y que sin embargo se ha demostrado tan peligroso como el que más dada la falta de una correcta supervisión. Y dejemos para otro día lo de que, desde la crisis de Chipre Europa sabe que los depósitos ya no son sagrados si un banco se mete en líos.

3. BANCOS MÁS CAPITALIZADOS Y LÍQUIDOS

Sin duda, si se ha avanzado en algo es en los requerimientos de capital, las exigencias de activos de primera calidad que deben mantener los bancos para responder de los riesgos que asuman. Con la vista puesta en los acuerdos de Basilea III y la intención de elevar los requerimientos al 9% de los activos de riesgo antes de 2019 (desde enero de 2013 para la banca española), las entidades europeas se han puesto a sanear sus balances, iniciando un proceso de desinversión en empresas y en áreas de negocio no estratégico que cambiará el panorama del Viejo Continente. En Europa, se identificaban a principios de año necesidades de capital por importe de 130.300 millones de euros para cumplir con la nueva normativa, que se elevaban a 224.200 millones si la estimación era a nivel mundial.

Basilea III también fuerza a la banca a mejorar sus niveles de liquidez, obligando a tener capacidad para afrontar 30 días de salidas de caja en situaciones de estrés como colchón ante huidas de fondos, aunque en Europa se ha flexibilizado bastante el tipo de activo que puede considerarse líquido.

Para Álvaro Revuelta con normativas como “Basilea III se han endurecido los requisitos de capital pero eso ha encarecido el sistema”, también “se ha endurecido la regulación de los swaps, que fue uno de los grandes problemas en la crisis de Lehman porque es un producto que ha demostrado ser muy complicado de controlar en momentos de volatilidad” y “se ha puesto foco en encarecer los créditos que no son tan buenos a cambio de más benevolencia con los buenos”.

4. LUZ SOBRE LOS OTC

Entre las novedades normativas y ligado a los requerimientos de capital está también la regulación para sacar de la sombra los derivados no cotizados, los llamados OTC (over the counter o tras el mostrador) que permitieron las filtraciones de activos tóxicos. El impulso se ha quedado en hacer que tengan que ser compensados en las cámaras de contrapartida o bien supongan de nuevo requerimientos mayores de capital. En EE UU esto se ha regulado a través de la Ley Dodd-Frank y ya está en vigor mientras que en Europa es la directiva Emir (European Market Infrastructure Regulation) la que lo regula y no estará plenamente en vigor hasta 2014.

5. BANCA EN LA SOMBRA

Una de las causas de la gigantesca crisis financiera que se abrió con la quiebra de Lehman Brothers fue la banca en la sombra, “un sistema de intermediación crediticia formado por entidades y actividades que están fuera del sistema bancario tradicional” y que “no están regulados como bancos aunque se dediquen a actividades semejantes”, tal y como lo describe la Comisión Europea. Según un comunicado del pasado 4 de septiembre, Bruselas ha decidido ponerse manos a la obra para “abordar los riesgos inherentes al sistema bancario en la sombra”. Sobre si llegará tarde, el tiempo lo dirá, el hecho es que, según estimaciones del Consejo de Estabilidad Financiera, “el tamaño del sistema bancario mundial en la sombra es de unos 51 billones de euros, lo que representa entre el 25% y el 30% del sistema financiero y la mitad del volumen de los activos bancarios”. Esto, sin duda, “tiene una importancia sistémica”, dicho en plata, un alto riesgo.

6. CÓMO HEMOS CAMBIADO… EN ESPAÑA

Muchas fueron las consecuencias de que se secase el circuito del dinero tras la quiebra de Lehman. Se mire a Grecia, Islandia, Irlanda o España, se mire a los bancos nacionalizados de la City o a las entidades rescatadas de Francia y Alemania, todo tiene que ver con el fin de la lluvia de dinero barato a espuertas que sucedió a la quiebra de Lehman. La fiesta había terminado pero algunos países como España están tardando mucho más en recuperarse.

Como explica Álvaro Revuelta, “antes de la crisis del 2008, llegamos a estar entre los tres primeros países en banca de inversión en Europa debido al gran número de operaciones en el mercado inmobiliario pero también a grandes compras como la de BAA por Ferrovial; la operación de Altadis con Imperial, la OPA de Endesa. Hoy Francia, Alemania o Reino Unido son dos y hasta tres veces más grandes. Ahora las operaciones de M&A son principalmente por procesos de consolidación o por nuevos requerimientos en el sector financiero, como ha ocurrido con la venta de Indra por parte de Bankia”.

“En España se ha tardado mucho más en poner las verdades sobre la mesa”, añade. “Y no sólo es un problema de las cajas, es algo que ha impactado en la credibilidad de todo el sistema español, por eso es importante alcanzar cuanto antes la estabilidad regulatoria. Vemos cada vez más fondos y fondos cada vez de mayor tamaño viniendo a estudiar posibilidades de inversión en el país. Hace dos años no venía nadie”.