Ofrecer un servicio a través de una plataforma digital y adoptar así un medio de vida se extiende con la velocidad de un vídeo o foto viral de Whatsapp. Este fenómeno, cuyo origen está en EEUU, tiene un máximo exponente, la empresa de alquiler de vehículos con conductor Uber; y aquella que nos permite alojarnos en la casa de desconocidos de todo el mundo, Airbnb. En Europa BlaBlaCar es el ejemplo.
Los datos ilustran bien el rápido efecto que este nuevo tipo de contratación de servicios ha provocado en la economía de determinados sectores. Según un estudio realizado por la consultora PwC y encargado por la Comisión Europea sobre el impacto de la economía colaborativa en Europa, la evaluación del tamaño y la presencia de la economía colaborativa en Europa: el 25% de los alojamientos en España se hacen efectivos a través de plataformas colaborativas. Se llega a alcanzar un 50% en el centro de las ciudades, lo que afecta negativamente al negocio de los alojamientos tradicionales. Los usuarios crecen de forma vertiginosa y, según datos que publicará en breve la Fundación EY, el 55% de la población española utilizó servicios de la economía colaborativa en el último año.
Pero parece que solo los usuarios obtienen beneficios sin perjuicios de este tipo de plataformas. El usuario aprecia una rebaja del precio y una comodidad adicional al contratarlo sin que la calidad se vea resentida. Acusadas de intrusismo y competencia desleal, falta de profesionalidad y carentes de control, las diferentes webs de alquiler de alojamiento vacacional, apps de transporte privado de viajeros y logística de entrega de comida de restaurantes han generado un debate social saldado con conflictos y protestas a diferentes niveles.
Tanto las personas que ofrecen el servicio como las propias plataformas se enfrentan a problemas a la hora de encajar con un mercado laboral fuertemente regulado como puede ser el europeo, incluido el de nuestro país. Por otra parte, muchos trabajadores se han visto empujados a buscar soluciones alternativas ante la dificultad en encontrar un empleo por cuenta ajena. Han firmado contratos mercantiles o de autónomos para poder tener una fuente de ingresos que les sacara del desempleo. También han influido sus horarios flexibles: personas de todas las edades ven en la economía colaborativa una forma de conseguir ingresos mediante una actividad laboral que las empresas no les proporcionan.
La limitada y básica relación entre las personas que prestan los servicios y las plataformas que los ofrecen ha generado un creciente clima de descontento por parte de los primeros en diferentes países, también en el nuestro. Los prestadores de servicios exigen un mayor compromiso de las plataformas en cuanto a la protección frente a las diferentes contingencias como la enfermedad o los accidentes en el transcurso de la prestación del servicio que, de momento, no se ofrece desde las empresas colaborativas. También se pide un mínimo de servicios que permita obtener unos ingresos dignos a aquellos que lo soliciten. Las partes implicadas consideran necesario regular estas nuevas relaciones para garantizar que no se pierden derechos laborales y salgan beneficiados todos los participantes: plataformas, usuarios y prestadores de servicios.