Mi socio es más pequeño que yo, pero es más grande. Parecen cosas incompatibles pero no lo son. Con un socio uno se pega de hostias lunes, miércoles y viernes, y se reconcilia domingos, martes, jueves y sábados. Como la semana laboral del emprendedor tiene siete días, si los días que te llevas bien son cuatro, va todo bien, y la nave navega. Si es al revés a lo mejor muchacho es momento de sentarse a hablar.
Mi socio y yo no queríamos editar Forbes, pero cambiamos de opinión al día siguiente, en cuanto, cada uno por su lado, nos dimos cuenta de que los problemas son los que mantienen juntos a dos socios. Las sociedades felices, para mí, son empresas con vocación de asilos.
Un socio es alguien que sabe ceder, que aporta cosas que te hacen crecer, como ese tipo en pantalones cortos que te pasa el balón para que metas tú el gol, aunque haya sido él quien se ha pegado el carrerón. A un socio quedarse sin los aplausos no le jode, porque lo que quiere es compartirlos.
Un socio no es tu pariente o parienta, o alguien que te tiene que querer además de hacer pasta y generar riqueza juntos. Un socio no puede pedirte tampoco que te acuestes sólo con él. Debe dejarte si la aventura requiere que te embarques con más socios. Un socio no es para toda la vida, pero si lo es, pues mola mucho, aunque ya sabes que la vida tampoco es para toda la vida.
Mi socio, como le pasa a Alvaro y a Clemente Cebrián en nuestra portada, es mi hermano. Y eso es mucho más importante que todo lo que he escrito antes.
Andrés Rodríguez
@arodspainmedia
Editor y director de Forbes