A mediados de marzo, el jefe máximo de Pfizer, Albert Bourla, sonreía en el transcurso de una videoconferencia con los principales responsables de investigación y producción de vacunas del gigante farmacéutico. Los dos equipos habían estado trabajando hasta altas horas de la madrugada en un consistente plan de desarrollo para la vacuna experimental de Pfizer contra la Covid-19 y le dijeron a Bourla que aspiraban a tenerlo disponible a la máxima velocidad. Podría estar listo en algún momento en 2021. “No es suficiente”, dijo Bourla. Los rostros de los investigadores se tensaron, pero Bourla, consciente del esfuerzo titánico que habían llevado a cabo, también se aseguró de agradecérselo. Aun así, siguió presionando. Preguntó a las personas que formaban parte de aquel encuentro si pensaban que el virus podría volver en otoño y qué vaticinaban que sucedería si no estuviera disponible una vacuna; o si quizás se solapaba al mismo tiempo con una nueva temporada de gripe. “Pensad en otros términos –les dijo Bourla–. Pensad que tenéis un talonario de cheques a vuestra disposición. Pensad que vamos a hacer las cosas en paralelo, no de forma secuencial. Pensad que necesitáis crear la producción de una vacuna antes de saber si está funcionando. Si no funciona, dejad que sea yo el que se preocupe: lo daremos por perdido y lo descartaremos“. Mikael Dolsten, director científico de Pfizer, explica: “Retó al equipo a que se planteara un objetivo similar a un viaje a la luna: tener millones de dosis de vacuna a disposición de la población vulnerable antes de fin de año”.

El primer lunes de mayo, en Baltimore, Pfizer administró a los primeros voluntarios estadounidenses sanos una vacuna experimental Covid-19 que había desarrollado junto con la empresa alemana BioNTech. Bourla fue informado de inmediato. Al día siguiente, en una entrevista desde su casa en el distrito residencial de Scarsdale, a las afueras del área metropolitana de Nueva York, Bourla indicó que normalmente lleva años lograr lo que Pfizer acababa de conseguir en semanas. “La enorme velocidad a la que nos movimos no es algo que se pueda esperar normalmente de la gran y poderosa industria farmacéutica –aseguró–. Esta es la velocidad que envidiarías en una empresa biotecnológica en su fase inicial, cuando solo trabajan en ella sus fundadores”.

Bourla es un veterinario griego que fue ascendiendo durante 25 años los escalones corporativos de Pfizer, antes de convertirse en su CEO y también, posteriormente, en su presidente en 2019, y asegura que nada de lo visto en su carrera le podía haber preparado para este momento. Pero sí cree que la enorme transformación empresarial que ha liderado –dirigir un gigantesco conglomerado (su facturación en 2019 fue de 51.800 millones de dólares) hacia el terreno de los altos riesgos y altos beneficios, de desarrollar las patentes de nuevos medicamentos y alejarse de los medicamentos genéricos y los productos de consumo masivos como Advil (ibuprofeno) y Chapstick (bálsamos labiales)– sí había preparado a Pfizer. Para Bourla, de 58 años, los últimos cuatro meses han sido una auténtica montaña rusa, una sucesión interminable de contratiempos y victorias. Pero Pfizer no está sola en la carrera: la mayoría de las compañías farmacéuticas más grandes del mundo, incluidas Johnson & Johnson, Sanofi, AstraZeneca y Roche, están echando el resto en la Covid-19.

Algunos expertos consideran que los plazos de tiempo que se ha fijado Bourla, una vacuna viable en cuestión de meses, es, sencillamente, poco realista. Bourla, en cambio, decidido, ha encargado a cientos de investigadores que rastreen en la “cueva del tesoro” de los medicamentos experimentales –y los ya existentes– de Pfizer en busca de posibles terapias. Al principio, autorizó abiertamente a entablar conversaciones y compartir la información patentada con firmas rivales, movimientos completamente desconocidos en el secretismo de las grandes farmacéuticas. Bourla ha puesto todo el potencial de fabricación de Pfizer a disposición de pequeñas empresas de biotecnología y está también en conversaciones para producir grandes cantidades de medicamentos contra la Covid-19 de los posibles candidatos de otras compañías.

El principal esfuerzo de Pfizer se desarrolla en su trabajo con BioNTech, empresa asentada en la ciudad alemana de Mainz (con 120 millones de dólares de facturación en 2019), un equipo innovador que es conocido, fundamentalmente, por fabricar medicamentos contra el cáncer. La vacuna experimental de la Covid-19 en la que se está trabajando funciona con ARN mensajero (ARNm), una tecnología de vanguardia en la que se trabaja desde hace años pero que, hasta ahora, no ha dado resultados que se traduzcan en un tratamiento exitoso. Pfizer espera obtener del gobierno de EE UU la autorización de uso de emergencia para la vacuna en octubre. Su estrategia exclusiva consiste en enfrentar rápidamente cuatro posible vacunas diferentes de ARNm, todas contra todas, y redoblar los esfuerzos con la que consideran la ganadora más probable.

Preparándose para esto, la compañía está cambiando la producción de cuatro plantas de fabricación para tener listas veinte millones de dosis de vacunas para fin de año y cientos de millones más en 2021. Bourla dice que Pfizer está dispuesta a gastar mil millones de dólares en 2020 para desarrollar y fabricar la vacuna antes de que se sepa si funcionará: “La velocidad es de importancia primordial”.

Si bien los esfuerzos en la vacuna están atrayendo la mayor parte de la atención pública, Pfizer también se está apresurando para comenzar este verano un ensayo clínico para un nuevo medicamento antiviral con el que tratar la Covid-19. Además, participa en un estudio en humanos que busca encontrar otros usos del gran medicamento contra la artritis de Pfizer, Xeljanz, para pacientes con Covid-19 en fases avanzadas. “Ser el CEO de una compañía farmacéutica que puede marcar la diferencia en una crisis como esta es una gran responsabilidad –dice Bourla–. Incluso por el modo en que mi hija o mi hijo me preguntan: ‘¿Tienes ya algo o no?’. Todos los que me conocen hacen lo mismo. Sientes que si lo haces bien, puedes salvar al mundo. Y si no lo haces bien, no lo conseguirás”.

En enero, Ugur Sahin, el brillante inmunólogo que fundó BioNTech, leyó un artículo sobre la Covid-19 en The Lancet. Sahin creó BioNTech con idea de “programar” células humanas para atacar enfermedades, particularmente cáncer, y pensó que una técnica similar podría funcionar contra el coronavirus. Poco después, Sahin habló con Thomas Strüngmann, el farmacéutico multimillonario alemán que ha respaldado durante años a Sahin y a su esposa, la inmunóloga Özlem Türeci, en sus apuestas médicas. “Me dijo: ‘Esto va a ser un desastre enorme’. Anticipó que las escuelas cerrarían, que esto sería una pandemia –asegura Strüngmann, refiriéndose a Sahin–. Derivó a la mayor parte de su equipo a trabajar en la vacuna”.

En febrero, Sahin (ahora también multimillonario, ya que las acciones de BioNTech se han disparado) telefoneó a Kathrin Jansen, que dirige la investigación y desarrollo de vacunas para Pfizer. Sahin le dijo a Jansen que BioNTech ya había encontrado varias posibles vacunas para la Covid-19 y le preguntó si Pfizer estaría interesada en trabajar con él. “Ugur, ¿me lo estás preguntando en serio? –respondió Jansen–. ¡Por supuesto que estamos interesados!”.

En los últimos años, a los científicos les ha intrigado la idea de utilizar el ARN mensajero –la molécula genética que da instrucciones a las células para la fabricación de proteínas– para desarrollar medicamentos contra el cáncer, las enfermedades cardíacas e incluso virus infecciosos, transformando las células humanas en fábricas de medicamentos. Debido a que el SARS-CoV-2, como se conoce formalmente al coronavirus, es un virus ARN, los investigadores como Şahin se centraron en la idea de proporcionar al ARNm la maquinaria celular para producir proteínas que pudieran crear anticuerpos protectores ante el virus. Una vacuna de ARNm tiene enormes ventajas sobre la tradicional, ya que se puede hacer directamente a partir del código genético del virus, de forma que se puede inventar y empezar a participar en ensayos clínicos en cuestión de semanas, en lugar de meses o años. Pero hay también un gran inconveniente: nadie ha logrado hacer una hasta ahora.

BioNTech no está sola en la búsqueda de una vacuna de ARNm. Moderna Therapeutics, una biotecnológica de Cambridge, Massachusetts, también se puso en marcha en enero y ha lanzado un gran ensayo en humanos para su vacuna de ARNm, respaldada por 483 millones de dólares del gobierno federal. Moderna también tiene como objetivo producir millones de dosis al mes para fin de año.

Pfizer ya estaba cómoda trabajando con BioNTech. Hace dos años, las dos compañías firmaron un acuerdo de 425 millones de dólares para desarrollar una vacuna contra la gripe con ARNm. Pfizer estaba intrigada por el potencial del enfoque centrado en el ARNm para acortar el proceso de desarrollo cada año de una vacuna para cada nueva cepa de gripe. Esa misma flexibilidad y velocidad atrajeron a Bourla a la hora de trabajar con un socio en una posible vacuna para la Covid-19.

El 16 de marzo, Bourla convocó a los altos directivos de Pfizer y les informó que el retorno de la inversión no sería lo importante en los trabajos sobre Covid-19 de la compañía. “Las cosas no son ahora como son habitualmente –les dijo Bourla–. Los beneficios financieros no deben condicionar ninguna decisión”. Pfizer firmó una carta de intenciones con BioNTech al día siguiente. El contrato que formalizaron en abril no menciona la comercialización. Pfizer está aportando a este esfuerzo sus enormes capacidades de fabricación, regulación e investigación. BioNTech está aportando los fundamentos científicos básicos.

Al mismo tiempo, Bourla tomó la decisión de gastar mil millones de dólares en el proyecto, para que, si la vacuna funciona, pudiera estar disponible este otoño. Pfizer también se comprometía a pagarle a BioNTech 563 millones de dólares adicionales si todo sale según lo planeado. “Mil millones de dólares no nos van a hacer quebrar. Y, por cierto, no está en mis planes perderlos. Sí planeo asegurarme de que el producto se usa –dice Bourla–, porque nunca sabes qué pasa hasta que se ven los datos. Así que sí: vamos a perder mil millones si…” la vacuna no funciona.

Lo que hace que el enfoque de Pfizer sea único es que está probando cuatro vacunas distintas: diferentes plataformas de ARNm que se supone que inducen una respuesta inmune segura. La compleja prueba comenzará probando diferentes niveles de dosificación de las cuatro vacunas en 360 voluntarios en EE UU y 200 en Alemania, que, finalmente, se ampliará a unos ocho mil participantes.

El ensayo en EE UU se diseñó con mar- gen para evolucionar, de modo que la compañía podría rápidamente dejar de probar cualquiera de las vacunas si los datos de inmunogenicidad muestran que no se están produciendo suficientes anticuerpos para conferir protección antivirus. Las compañías están haciendo ajustes sobre la marcha. BioNTech se dio cuenta recientemente de que una de las posibles vacunas debía ser dosificada a un nivel más bajo para que fuera segura: un obstáculo repentino en los planes.

Existe un considerable escepticismo entre los expertos acerca de que el objetivo de Pfizer de proporcionar millones de dosis para los grupos vulnerables en otoño sea posible. Drew Weissmann, cuyo laboratorio de la Universidad de Pensilvania ha trabajado con BioNTech en vacunas de ARNm para enfermedades infecciosas, le comentó recientemente a Forbes que, sencillamente, no se sabe si una vacuna de ARNm puede prevenir enfermedades infecciosas.

Jansen, la jefa de investigación de vacunas de Pfizer, espera que su empresa y BioNTech tengan a principios de julio una idea más acertada acerca de cuál de las cuatro posibles vacunas es la más prometedora y si sus plazos hiperacelerados son factibles. Lo más probable es que la compañía traslade solo una o dos de las vacunas más prometedoras a ensayos ulteriores. “No es fácil. De hecho, nunca se ha hecho antes: no puedo darte una probabilidad –dice Jan- sen–. Una crisis sin precedentes, como la pandemia en curso, requiere de acciones sin precedentes. Albert fue el primero en verlo y actuar en consecuencia, y en brindarnos el apoyo y las condiciones para que pensemos y actuemos con valentía”.

Cuando Albert Bourla comenzó su carrera en la cima de Pfizer en enero de 2019, retiró la voluminosa mesa marrón de la sala de reuniones del CEO y no la reemplazó; en su lugar, resituó las sillas en círculo y colocó fotografías de pacientes en la pared. La idea era promover un debate abierto y recordar a la gente el verdadero propósito de una compañía farmacéutica. Poco después, otros empleados de Pfizer comenzaron a poner fotos en sus escritorios de pacientes a los que conocían o querían.

El modo poco ortodoxo en que Bourla llegó a la cumbre del poder empresarial dio comienzo en la segunda ciudad más grande de Grecia, Salónica, una ciudad portuaria del norte del mar Egeo. Creció en una familia de clase media –su padre y su tío eran propietarios de una licorería– de una pequeña minoría judía que había sobrevivido a la ocupación alemana y al Holocausto. El amor por los animales y la ciencia llevó a Bourla a convertirse en veterinario. En la Universidad Aristóteles de Salónica era conocido por cantar y tocar la guitarra, y en los veranos trabajaba como guía turístico por Europa. Se unió a la oficina de Pfizer en Grecia en 1993, trabajando en su división de salud animal, y comenzó un ascenso que lo llevó a trasladar a su familia a ocho ciudades en cinco países, incluidos Polonia y Bélgica.

En 2014, Bourla ya era un ejecutivo de alto nivel en la sede de la calle 42 de Manhattan, donde, entre otras cosas, dirigía en Pfizer las divisiones de vacunas y cáncer. Él aportaba un toque mediterráneo al distante y reservado entorno empresarial de la cumbre. Sus reuniones de grupo eran bulliciosas y se oían claramente por los, por otra parte, silenciosos pasillos. Obligó a las unidades de la compañía a expresar sus medidas de datos en términos de “a cuántos pacientes estaban ayudando”, no solo en términos de dólares y centavos.

Ian Read, el CEO de Pfizer en aquellos momentos, había logrado revertir la tendencia de la compañía en Wall Street, donde sus acciones estaban infravaloradas, recomprando muchas y deshaciéndose de divisiones de negocios que vendían leches maternizadas para bebés o medicamentos para animales. De un modo menos visible, Read reforzó también la cartera de medicamentos de Pfizer en su negocio principal de vacunas y capacitó a los investigadores de Pfizer para desarrollar terapias dirigidas, particularmente contra el cáncer, ya que las patentes de algunos de sus medicamentos comercializados masivamente, como el exitoso Lipitor para reducir el colesterol, habían caducado.

El último puesto de Bourla antes de entrar a formar parte del grupo de directivos de máximo nivel fue como jefe del grupo de innovación de Pfizer. Se dedicó al cargo como si estuviera dirigiendo una empresa de capital riesgo de ciencias biológicas. Forzó a cada una de sus seis unidades de negocio, que incluían oncología, vacunas y enfermedades raras, a competir por la financiación. “Les decía a todos: ‘Soy tu jefe, soy una empresa de inversión… el que tenga mejores ideas conseguirá el dinero’ –cuenta–. Una empresa que tuviera las dimensiones de Pfizer y la mentalidad de una pequeña biotecnológica había sido siempre mi sueño”.

“Albert tenía un sentimiento de premura y eso está aflorando en la forma en que está manejando los recursos de la compañía para tratar de desarrollar una vacuna o tratamiento para la Covid-19 –explica Read, su exjefe–. Es una persona cercana y carismática, que transmite energía a la gente para que el trabajo salga adelante”.

La urgencia de Bourla resultó evidente después de un difícil fin de semana de febrero, cuando se dio cuenta de que la Covid-19 no iba a ser solo un problema para China. El lunes por la mañana, en el transcurso de una llamada, Bourla disparó instrucciones a todos los altos mandos de Pfizer. Les dijo a los ejecutivos científicos que se aseguraran de que los laboratorios de la compañía permanecieran abiertos y que Pfizer necesitaba contribuir a una solución médica a la pandemia. “Si no lo hacemos nosotros, ¿entonces quién?”, dijo Bourla. Dio instrucciones al equipo de fabricación para que hiciera una lista de los medicamentos de Pfizer –incluidos aquellos que tratan la insuficiencia cardíaca y las infecciones bacterianas ‘oportunistas’– que podrían tener una gran demanda durante una pandemia y se aseguraran de que no se vieran obstaculizados por cuellos de botella en la producción. Luego informó oficial- mente al consejo de administración que estaba haciendo pivotar la compañía hacia la Covid-19.

Un día, en medio de esta reestructuración, uno de los directores de Pfizer, Scott Gottlieb, que había dirigido la FDA [la Agencia de Medicamentos y Alimentación del gobierno de los Estados Unidos] hasta abril de 2019, abandonó la sede de la compañía en Manhattan y en cuestión de horas sus temores se estaban cumpliendo: estaban surgiendo informes en California que indicaban la propagación del virus en EE UU. Esa noche, Gottlieb publicó un hilo en Twitter: una larga batalla puede estar en camino, una que requiere sacrificios compartidos, dijo. Pero en parte gracias a los esfuerzos de Bourla en Pfizer, también podría haber dicho que el desarrollo de va- cunas y terapias ya estaba en marcha. “Albert expuso rápidamente por qué era tan importante desplegar los enormes recursos de Pfizer, sin tener en cuenta el resultado final del negocio –explica Gottlieb–. Conseguir una vacuna podría cambiar el curso de la historia de la Humanidad. Eso es, literalmente, lo que está en juego, y las grandes empresas tienen la capacidad de aumentar la producción y afrontar gran- des desafíos de una manera que no está al alcance de los pequeños desarrolladores de productos”.

A mediados de marzo, Bourla decidió hacer público el plan de Pfizer para compartir libremente datos de su investigación sobre la Covid-19 con compañías farmacéuticas ri- vales. Prometió dedicar cualquier exceso de capacidad de fabricación e, incluso, dejar de fabricar sus propios productos en las instalaciones de Pfizer para fabricar tratamientos para la Covid-19 de otras compañías. “Ya sabes el dicho –dice Bourla–. ¡Ten cuidado con lo que deseas!”.

Desde entonces, Pfizer ha recibido contactos de 340 compañías. Ya ha brindado soporte técnico a algunos de ellos y está a punto de firmar grandes acuerdos de producción con otros. También está en conversaciones con otras empresas que necesitan financiación para sus propias terapias contra el coronavirus. “¿Irán mis hijos al instituto el próximo otoño? –se pregunta Bourla–. Yo también soy parte de la sociedad. No puedes quedarte callado”.

A finales de abril, en una reunión por videoconferencia de la junta directiva de Pfizer, se le preguntó a Bourla qué pasaría si varios fabricantes de vacunas tuvieran éxito. Ese sería el mejor resultado posible, respondió, porque se podrían producir rápidamente enormes cantidades de vacuna. Más allá del santo grial de una vacuna, Pfizer también está tratando de encontrar soluciones terapéuticas. Los investigadores encargados de examinar cuidadosamente la base de da- tos moleculares de Pfizer quedaron intriga- dos por varios de sus compuestos antivirales, que podrían atacar al virus impidiendo que se reprodujera. Después de que Pfizer obtuviera en enero la secuencia de ADN del coronavirus, los investigadores descubrieron cuál podría funcionar mejor.

Realizar trabajos preclínicos con los compuestos seleccionados resultó, sin embargo, difícil. Pfizer tuvo problemas para encontrar un laboratorio que pudiera llevar a cabo los ensayos adecuados. Hace una década, la compañía había reducido su investigación antiviral y ya no contaba con un laboratorio de bioseguridad adecuado para trabajar con el virus vivo. En ese momento, Bourla temió que la falta de un laboratorio retrasara el proceso de ensayos clínicos. Pero una agencia médica gubernamental ayudó a Pfizer a encontrar uno adecuado en los Países Bajos. Ha habido “múltiples momentos de malas noticias, que llegaban para arruinar las buenas noticias que habíamos tenido tres horas antes”, dice Bourla. El trabajo de laboratorio de Pfizer ha demostrado que uno de sus inhibidores de la proteasa, desarrollado inicialmente para combatir el SARS, muestra actividad anti- viral contra el SARS-CoV-2. Pfizer ahora tiene como objetivo comenzar, al final del verano, una prueba en humanos con ese antiviral, que se administra por vía intravenosa.

Otro medicamento de Pfizer que está llamando la atención es Xeljanz, una píldora para la artritis reumatoide que genera 2.200 millones de dólares anuales. Se ve como una forma potencial de reducir al mínimo la respuesta inmune masiva a la Covid-19 que supera a algunos pacientes infectados. Pfizer está apoyando un ensayo con Xeljanz en pacientes italianos de Covid-19, así como otro ensayo estadounidense que probará un medicamento diferente para la artritis, un medicamento experimental que apunta a la proteína IRAK-4, contra el virus.

Mientras todo esto está en marcha, Bourla, por supuesto, todavía tiene que dirigir el res- to de Pfizer. Recientemente planeó una visita simbólica a una planta de Pfizer –ninguna ha cerrado–, pero después de realizar los preparativos, se le informó que no se le permitiría entrar porque no se lo consideraba “esencial”. “No sé si alguna vez estuve preparado para algo así –dice Bourla–. Pero sientes que tienes que aguantarte y estar a la altura de las circunstancias, porque eso es lo que hay que hacer”.