Cataluña se ha convertido, por derecho propio, en la trituradora de riqueza del siglo XXI. El auge del independentismo y la incertidumbre que ha creado en torno a la economía han provocado una huida de empresarios que han trasladado las sedes sociales a otras comunidades. Aunque, en principio, parece una huida solo aparente. La actividad productiva sigue siendo vigorosa y la ratio entre constitución y disolución de sociedades sigue siendo positiva. Además, se han reducido los concursos de acreedores. Pero no todo es positivo. El peso de Cataluña en la recaudación del IRPF –un signo de riqueza– ha caído en un punto, del 18,7% al 17,7%, y ha bajado la relación entre la riqueza de los 100 mayores ricos originarios de Cataluña (19.601 millones) frente a los que tienen ahí sus negocios más representativos (17.501 millones). De estos, la mayor parte ha ido a Madrid.
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