La actividad filantrópica trasciende el concepto convencional de solidaridad para erigirse cada vez más en un instrumento de políticas transversales que abarcan desde la ayuda al desarrollo, en favor de la educación, la salud y contra la pobreza, en los países más desfavorecidos, al fomento del arte y la cultura, la investigación científica o la sostenibilidad.
Aunque la filantropía forma parte de la cultura de algunos países, su historia es muy joven: las dos terceras partes de las 260.000 instituciones que se calcula conforman el sector –el 60% de Europa y el 35% de EE UU– tienen solo 25 años. Su meteórica expansión se explica por el crecimiento de la economía mundial, incluso a pesar de la crisis financiera, que ha generado un importante crecimiento del patrimonio de las grandes fortunas personales, la principal fuente de financiación privada de la labor filantrópica. “La integración económica global, la aparición de nuevos sectores productivos, la privatización de empresas públicas, y la transferencia de patrimonios generacionales han contribuido al aumento de grandes fortunas personales”, señala un informe de UBS sobre filantropía.
Según datos de la OCDE, en el período 2003-2016 el volumen de las grandes fortunas personales a nivel mundial pasó de los casi 29 billones de dólares hasta los casi 64 billones de dólares, cifra cercana a la del PIB mundial.
Más filantropía, menos Estado
La percepción social de la filantropía también ha cambiado en este período de tiempo en paralelo a la revisión del tradicional papel de los Estados como garantes de servicios públicos, surgiendo un nuevo enfoque de la actividad filantrópica.
Según UBS, en numerosos países crece la convicción de su importancia para dar respuesta a desafíos sociales y económicos que hasta no hace mucho tiempo se consideraban exclusivos del estado. El banco señala que se están produciendo “esfuerzos concertados para impulsar la creación y apoyo de instituciones filantrópicas a través, por ejemplo, de reformas fiscales y otras iniciativas. La evolución y relajación de los marcos legales y fiscales de Alemania, Italia, España, Francia y Bélgica han potenciado el crecimiento de la filantropía en Europa”.
En la actualidad, el sector de la filantropía aglutina un volumen de activos superior a 1,5 billones de dólares, el equivalente al PIB del África subsahariana (48 países, según el BM), y destina a sus fines sociales el 10%, unos 150.000 millones de dólares (129.000 millones de euros) anuales, una proporción que superan las fundaciones filantrópicas de China y de algunos países europeos. El destino de estos recursos se concentra prioritariamente en educación (35%), seguido de servicios sociales (21%), sanidad (20%) y arte y cultura (18%) y en menor proporción a actividades de fomento de la sostenibilidad. Según UBS, el modelo tradicional de filantropía que desarrollaba un individuo o una familia está cambiando por otro más institucional, el de la fundación, que dispone de mayor volumen de recursos y puede ofrecer un mayor impacto social.
El modelo de estrategia difiere según los países. Por ejemplo, en EE UU actúan como instituciones que conceden los fondos a otras organizaciones para que desarrollen sus programas, mientras que en otros, las fundaciones destinan sus recursos a programas filantrópicos propios.
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España, tercer país en filantropía
Teniendo en cuenta el tamaño de su economía, España es uno de los países más activos en filantropía, debido probablemente a su arraigada cultura solidaria. Con casi 9.000 fundaciones, ocupa el tercer puesto por recursos destinados (casi 11.000 millones de dólares: 9.450 millones de euros), por detrás de EE UU y Alemania, y el primero a nivel mundial en cuanto a la proporción de dinero destinado (37% frente a la media europea del 12%) sobre el volumen de activos (29.000 millones de dólares: 25.000 millones de euros), seguida de Francia y China, según la clasificación de UBS.
La Asociación Española de Fundaciones (AEF) cuantifica en unos 35 millones los beneficiarios de las fundaciones españolas, cuyas actividades se desarrollan en ‘todos los ámbitos donde existe una necesidad’ y ‘de forma complementaria o sustitutiva, en ocasiones, de la actividad realizada por el sector público’. Incluyen una amplia variedad de áreas, desde el ocio y la cultura, hasta la investigación científica, el medio ambiente, servicios sociales, sanidad, o asesoramiento legal.