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Cómo la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha aumentado la temperatura

Con la irrupción de la Inteligencia Artificial, los chips de nueva generación o la economía verde, hay mucho en juego.

Ilustración El Marquès

Durante buena parte de la historia de la humanidad, China ha sido una de las potencias tecnológicas más avanzadas del mundo: la pólvora fue inventada en el siglo IX por alquimistas chinos que buscaban un elixir de la inmortalidad; allí surgió el alto horno y, por tanto, el hierro fundido (además de la seda o la porcelana); fue el primer país en utilizar papel moneda y la imprenta; se desvinculó de las estrellas para navegar gracias a un invento mágico, la brújula (la cometa, el compás o el paraguas, todas cosa suya).

Pero los avances en Europa y sus propios problemas internos la condenaron con el paso del tiempo a la irrelevancia en el tablero mundial. El Made in China, asociado a la excelencia y el esplendor en la antigüedad, pasa a ser sinónimo de productos de pacotilla e imitación barata. Aún cuando en las últimas décadas ha experimentado un renacimiento tecnológico y económico, todavía está lejos de ser el temido dragón que un día fue.

Y no lo será si EE UU puede evitarlo.

Estrategia mitológica

El dragón chino es una criatura sagrada en su antiquísima mitología. Es capaz de camuflarse como un gusano de seda, hacerse tan grande como el universo completo o volverse invisible.

Durante la primera visita de Estado de Xi Jinping como líder de la República Popular China a los EE UU, en 2015, el presidente Barack Obama se centró en la disputa más espinosa hasta ese momento entre las dos mayores economías del mundo: la creciente sospecha de que Pekín estaba tras el hackeo de bases de datos gubernamentales y corporativas. “Esto tiene que parar”, afirmó Obama ante los periodistas en la conferencia de prensa conjunta en el jardín de rosas de la Casa Blanca, con Xi de pie a su lado (de ilusiones también se vive, debió pensar el mandatario chino).

Ese mismo año, se presentó Made in China 2025, una estrategia nacional con el propósito de transformar y modernizar su economía para dejar de ser la fábrica del mundo y emerger como líder global en hasta diez industrias estratégicas: semiconductores, vehículos eléctricos o inteligencia artificial, entre otras. La declaración de intenciones no tardó en activar las alarmas en Washington. Al fin y al cabo, bajo estos planes subyacía una renovada ansia de influencia internacional. El dragón bostezaba.

Cuando China se unió a la Organización Mundial del Comercio en 2001, los más optimistas soñaban con que el país liberalizaría su economía y que, tal vez, al mismo tiempo abrazaría las bases de una democracia liberal. Una opción que claramente ha pasado a mejor vida. “Sigue siendo un régimen totalitario con un modelo capitalista para determinados aspectos, pero con unos valores distintos al de las sociedades abiertas”, recuerda a Forbes Emma Fernández, consejera independiente y miembro del consejo asesor del centro de gobierno corporativo de Esade. Cuanto más poder acumula, más amenazante es su actitud. “No se alinea con Norteamérica y Europa de manera inmediata, sino en función de sus intereses”, resalta Fernández.

Además, el país es en este momento una superpotencia militar, capaz de romper el equilibrio mundial. Realiza maniobras en torno a Taiwán, son constantes los incidentes navales con Filipinas en el mar del Sur y disputa a Japón la soberanía de las islas Senkaku. “En este contexto de competición geopolítica, la tecnología es el canal tanto para que EE UU se mantenga al mando del orden global como para que China consiga superarle”, comenta a Forbes Javier Borràs, investigador del think tank CIDOB – Barcelona Centre for International Affairs.

¿Qué tienen en común republicanos y demócratas?

No se trata de principios ideológicos. Ni siquiera culturales. Lo que a priori parece una pregunta trampa, no lo es. Aún con la división que atraviesa EE UU (reflejo de la distancia programática que existe entre los dos partidos dominantes) hay algo que comparten: su desconfianza hacia el resurgir tecnológico chino. Solo como recordatorio, legisladores de los dos partidos presionaron por igual para la aprobación de la ley que prohíbe el uso de la red social TikTok, a menos que la empresa propietaria, ByteDance, acepte venderla a una compañía que no sea de propiedad china.

En la última publicación sobre Perspectivas Globales del CSIS (Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales), el investigador Gregory C. Allen, director del Centro Wadhwani para Inteligencia Artificial y Tecnologías Avanzadas, analiza por qué China pone la tecnología en lo más alto de su lista de prioridades. “Si China igualara a Norteamérica en sofisticación tecnológica, innovación y adopción generalizada, entonces la ventaja económica de China sobre Estados Unidos podría parecerse a su ventaja poblacional, es decir, sería cuatro veces mayor”, pone de relieve el estudio.

Y como explica a Forbes Enrique Feás, Investigador principal del Real Instituto Elcano: “una China poderosa es una China peligrosa”. Por este motivo, “EE UU ha apostado –primero con Obama, después con Trump y más tarde con Biden– por maximizar su distancia tecnológica con el país, subvencionando la producción nacional, y por dificultar su desarrollo con tecnología americana a través de sanciones y del control de las exportaciones”, matiza.

La primera y más prominente víctima de esta guerra tecnológica fue Huawei. Fundada en 1987 en el sur de China por un ex oficial del ejército y miembro del Partido Comunista, suscitó los recelos del presidente Barack Obama ante la posibilidad de que Pekín emplease su presencia en las redes 5G de telecomunicaciones como fuente de información privilegiada. Años después, el presidente Donald Trump la incluyó en la Entity List (la lista negra del departamento de Comercio), precisamente por su capacidad de poner en riesgo la seguridad nacional del país. Posteriormente, durante el mandato de Biden, las restricciones se han ampliado significativamente. La mayoría de las empresas estadounidenses no pueden hacer negocios con Huawei, del mismo modo que las empresas extranjeras tienen prohibido vender ciertos chips informáticos u otros equipos que usen tecnología estadounidense. La contienda, que comenzó con el gigante de las telecomunicaciones y bajo el estandarte de la seguridad nacional, ha mutado en una gran batalla por proteger las cadenas de suministro y el tejido productivo de la mayor economía del planeta.

Y, los expertos coinciden: tras las elecciones del próximo mes de noviembre, la confrontación no se transformará en flores y lisonjas. A partir de 2025, la batalla se centrará en impedir que China desarrolle un ecosistema propicio para la fabricación de chips capaces de entrenar a la Inteligencia Artificial y en torpedear su liderazgo en tecnología verde donde domina las cadenas de suministro. “En esencia no van a mejorar las relaciones y no va a haber una actitud más tolerante”, pronostica Enrique Feás. Sin embargo, es probable que China prefiera negociar con Donald Trump. “A priori, es una persona más dispuesta al intercambio de cromos y al juego de los intereses”, indica el analista.

Corsés y medidas profilácticas

En las pasarelas regresa el corsé; y en las oficinas gubernamentales, las políticas industriales. Según los datos recopilados por el FMI, el año pasado se produjeron más de 2.500 intervenciones estatales. China, la Unión Europea y Estados Unidos son el origen de casi la mitad del total de las nuevas medidas de 2023. De hecho, el organismo señala que hay cerca de un 74% de probabilidades de que una subvención a un determinado producto por parte de una gran economía se vea correspondida con una subvención al mismo producto por parte de otra gran economía en el plazo de un año. En este renovado interés por la apuesta industrial nacional subyace la búsqueda de herramientas y estrategias eficaces “para remediar las secuelas de múltiples crisis agravadas por el lento crecimiento tras la crisis financiera, la pandemia del Covid-19 o las interrupciones del suministro asociadas”, detalla el informe del organismo con sede en Washington.

Los políticos compiten frenéticamente para fortalecer sus cadenas de suministro, estimular las industrias clave del futuro e impulsar la fabricación nacional: Japón, Corea, India, Australia, la Unión Europea… y EE UU. Su ley de CHIPS (Creating Helpful Incentives to Produce Semiconductors, por sus siglas en inglés) y Ciencia está respaldada con una inversión de 280.000 millones de dólares. Un empuje que permitirá ampliar la fabricación mundial de chips hasta el 14%, según la Asociación de la Industria de Semiconductores y el Boston Consulting Group. Mientras, con la Ley de Reducción de la Inflación y un paquete de subsidios verdes de 370.000 millones de dólares, afianza el desarrollo de la columna vertebral de la economía global de las próximas décadas. “Si durante la Guerra Fría el ámbito nuclear era la base del poder, ahora lo es el dominio de la alta tecnología”, destaca Javier Borràs de CIDOB.

Pero la estrategia americana rueda en dos direcciones. Por un lado, se trata de allanar el camino al desarrollo de sus industrias estratégicas, y por otro establecer aranceles para cortar el paso a las compañías y productos chinos (incluso si estos aún no tienen un peso importante de implementación en el país). Es decir, actúan de forma preventiva o, como comenta un experto, empleando “medidas profilácticas”. La última ronda arancelaria anunciada por Biden tiene un valor estimado de 18.000 millones de dólares. Acero, aluminio, semiconductores, baterías, paneles solares, pero sobre todo, coches eléctricos, donde las tasas se han cuadriplicado del 25 al 100%. Y puede que sea solo el principio porque Trump sueña con elevarlas al 200%.

“Lo que antes se criticaba a China ahora lo hace EE UU y otros países que defendían un sistema global de libre mercado. Ahora, en cambio, el que defiende un orden multilateral es un naíf”, apostilla Borràs. Es el caso de Europa. “Nos hemos creído de verdad la globalización, se han fragmentado nuestras cadenas de suministro y hemos cedido el liderazgo en determinados ámbitos, incluida la defensa”, comenta Emma Fernández, miembro del consejo asesor del centro de gobierno corporativo de Esade. Un escenario que nos hace depender de China al mismo tiempo que de EE UU. Como sugiere Feás: “Europa tiene que jugar doble juego. Pero es difícil; está en una situación peligrosa”.

Un dragón tras moscas y hormigas

El líder chino Xi Jinping prometió hace unos meses perseguir a “moscas y hormigas” como parte de su, cada vez más intensa, campaña anticorrupción. El proyecto es decano en la política de Xi y se ha llevado por delante a parte del Partido Comunista, así como a miembros del gobierno o líderes empresariales. Solo en 2015, al menos cinco ejecutivos desaparecieron, incluido Guo Guangchang, presidente del conglomerado Fosun International (mejor conocido en Occidente por ser dueño del club de fútbol de la Premier League inglesa Wolverhampton Wanderers). Más tarde, al magnate inmobiliario multimillonario Ren Zhiqiang se le perdió la pista después de llamar “payaso” a Xi por su gestión de la pandemia. Aunque el multimillonario desaparecido de más alto perfil fue el fundador de Alibaba, Jack Ma, quien cayó en desgracia después de criticar a los reguladores del país.

“Hay un cierto temor de llamar la atención”, apuntan desde el Real Instituto Elcano. El gobierno parece emplear su estrategia contra la corrupción para que los más exitosos empresarios del país no olviden la importancia de alinearse con los objetivos del Partido Comunista. Y no es un secreto que un entorno tan arriesgado no resulta propicio para el desarrollo empresarial. En este sentido, los analistas coinciden en que las políticas de Xi Jinping no han propiciado el avance tecnológico esperado pese a la amalgama de recursos destinados para ello. El miedo es más poderoso que el dinero.

Aunque no hay datos oficiales, el CSIS da por válidas las cifras recopiladas por la empresa de investigación china JW Insights. Según apuntan los distintos gobiernos locales, habrían gastado –solo en apoyar a la industria china de semiconductores– más de 100.000 millones de dólares hasta 2023. Y eso que su cuestionada política de ‘Covid Cero’, la crisis inmobiliaria y la ralentización del crecimiento económico han mermado tanto sus finanzas que hay organismos públicos que son incapaces de pagar en tiempo y forma los salarios.

Así que, en estos momentos, el arma más poderosa para defender sus intereses pasa por la manipulación interesada de materias primas críticas esenciales en el proceso de transición energética y digital. China emplea el conocido ‘nacionalismo de recursos’. “Acapara y no introduce en el mercado galio y germanio, por ejemplo, de los cuales produce en el mundo el 80% y 60%, respectivamente”, explica a Forbes Alicia García Herrero, economista jefe para Asia Pacífico en el banco de inversión francés Natixis. Pero, “no solamente juega con limitar la exportación, sino que también lo hace con el uso de la tecnología desarrollada para el refinado de estos materiales”, apunta a Forbes Águeda Parra Pérez, analista del entorno geopolítico y tecnológico de China y fundadora de #ChinaGeoTech.

Y mientras la lucha se sucede entre ambas potencias, el planeta entero coge aire. Según el FMI, un mundo dividido en dos bloques que giran en torno a Estados Unidos y China —y algunos países no alineados— podría dar como resultado pérdidas mundiales a largo plazo de aproximadamente el 2% del PIB.

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