«El silencio de la cárcel tiene un eco metálico porque todo es hormigón y metal, no hay nada que absorba el ruido», explica David Miralles, productor ejecutivo y director del departamento documental de Buendía Estudios. Su anterior producción, GEO, más allá del límite (disponible en Amazon), estuvo en el top diez de las más vistas durante diez semanas.
Muros (disponible en Movistar Plus+), es una inmersión en la realidad de cuatro cárceles españolas: una visión desconocida de la prisión, absolutamente alejada de la referencia del cine.
Las premisas fundamentales, explica Miralles, fueron no juzgar a los personajes -«Nadie debía justificar su delito»- y trabajar desde la honestidad: «Convivimos con los presos y les tratamos con cariño y respeto. El objetivo era que se olvidaran de que estábamos grabando, no hay nada falseado«.
David incide en la neutralidad del contenido para que el espectador saque sus propias conclusiones: «El documental nos ha permitido profundizar en la problemática de los delitos penales. La mayoría de las condenas se deben a una acumulación de delitos comunes -no casos graves- y suelen darse en un contexto de pobreza, adicciones, inmigración o patologías mentales«.
Y añade: «Lo más duro de una cárcel, además del encierro, es la falta de cariño y escucha activa: te conviertes en tu propio delito». A la exclusión social y la soledad del encierro -muchos de los presos no tienen el apoyo de una red social-, se añade el agravante de las adicciones: «Mientras están presos se sienten seguros, pero les da miedo salir porque la adicción continúa a pesar del encierro que es un desgaste brutal».
Miralles denuncia la rueda del sistema -«hay presos han heredado la cárcel como Bárbara, que convive en la cárcel con tías y primas y su madre y sus dos abuelas estuvieron presas»- y el desamparo de los presos cuando terminan sus condenas y vuelven a la calle: «faltan recursos para que el sistema pueda cumplir su papel rehabilitador». Y apunta: «La cárcel está más cerca de lo que pensamos. Le puede tocar a cualquiera. Te puede tocar a ti o a alguien cercano».
A la imagen de ese silencio metálicamente perturbador, se añade el efecto de los espejos de plástico que distorsionan el reflejo de los presos: «La cárcel en sí es un espejo que nos devuelve un reflejo deformado de lo que somos como sociedad: encerramos a los que no han sabido encajar».
Aspira a que Muros ejerza cierta justicia restaurativa que pretende propiciar un encuentro entre víctima y victimario con el objetivo de ejercer un efecto sanador para ambas partes ya que permite al delincuente exponer sus motivos y circunstancias personales.
Miralles, que confiesa estar emocionalmente exhausto después de dos años de inmersión en la cárcel -«El equipo de rodaje estuvo cinco meses y a día de hoy aún sienten el peso de la cárcel«-, asume el riesgo de parecer buenista por su fe en la humanidad: «Confío en la bondad de la gente, creo más en las buenas intenciones que en las malas.» Ya ha empezado su nuevo proyecto que, en esta ocasión, le llevará a Colombia. Lo único que nos puede desvela es que «será un pelotazo». Buena inmersión.